Historias Que No Te Cuentan

5 am, empieza con el ruido de mi gallo electrónico, como en la mayoría de los días, me levanto primero que el sol, e inicia la travesía matutina escritas en mis hábitos mentales con letras mayúsculas.

Se hace lo de siempre, el preámbulo, casi tan exacto como las letras escritas el día de ayer, levantar, bañar, vestir, el mismo orden antes del viaje hacia el sitio donde planeo ganarle a la ignorancia; viaje textual donde las mayorías de las variantes están en una situación vivida con anterioridad, que ocupan mi atención y que hacen que mis ojos solo sean espejos reflectores.

Corre el tiempo, igual que las aguas de hurtado y en medio del camino aparece de pronto la popular, y al llegar, ya están ahí, esos seres olvidados e ignorados, haciendo parte del paisaje, como arboles móviles con ropajes uniformes, revestidos de obligaciones presionadas por un pago que no justifica el riesgo de una vida, pero que compra un poco de tranquilidad y obliga a mantener el orden que observa uno de mis pies al llegar a la universidad.

Ha de ser difícil ocupar un lugar que al parecer fue echo para ser ignorado, es una de las ideas que trascurren por la mente de un individuo, testigo del espacio que ocupa una saliente de rocas en medio de un caño, donde en lugar de agua, corre un sin número de personas que no se quieren percatar de su existencia, que no se preguntan que hay más allá de una cara sonriente, una mirada amable o un ceño fruncido, pero que no dudarían un solo segundo, en darle presencias a esos arboles cuando creen que de una u otra forma han sido violentados.

Este escrito, nace con la intención, de dar un lugar importante a todas aquellas personas que no hacen parte de la planta, directivos, profesorados o estudiantes, pero que desde muchos puntos de vistas, con sus labores brindan seguridad y agrado a todos aquellos que disfrutamos de la universidad.

Gracias vigilantes, Gracias señoras del aseo.

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