LA CIUDAD CONTEMPORANEA Y EL PROYECTO URBANO
Enviado por iselvilla • 15 de Septiembre de 2015 • Biografía • 3.268 Palabras (14 Páginas) • 157 Visitas
COLOMBIA URBANA -UNA APROXIMACIÓN CULTURAL
Jairo Chaparro Valderrama
Trabajo publicado por la Universidada Nacional Abierta y a Distancia
UNAD en 1998.
© Derechos Reservados de Autor
CAPITULO VI:
LA CIUDAD CONTEMPORANEA Y EL PROYECTO URBANO
La ciudad contemporánea comienza a esbozarse en nuestra Colombia Urbana a comienzos del siglo XX[1], cuando se instalan las primeras redes modernas de servicios públicos, se inicia la utilización de nuevos medios de transporte como tranvías, trenes y carros, se fortalecen los lazos comerciales con otros países del mundo y se realizan algunas innovaciones en el espacio público como la transformación de las plazas en parques y la construcción de amplias avenidas arborizadas. En las viviendas, cobran importancia los antejardines como continuidad vegetal de los nuevos espacios públicos arborizados y zona de transición entre lo colectivo y lo privado.
Es en este contexto que florecerían el Parque San Nicolás y la Avenida del Prado en Barranquilla, el Parque Bolívar y la Avenida La Playa en Medellín y el Parque Cayzedo y la Avenida Quinta en Cali. En Bogotá se crean parques como el Centenario, La Independencia, El Lago Gaitán y la Plaza España, que junto a la Avenida Colón (hoy Avenida Jiménez), configuran una red de espacios públicos amplios y verdes que contribuyen notablemente a hacer grata la ciudad[2].
Otro hecho importante en el nacimiento de la ciudad contemporánea colombiana es su crecimiento físico, que alcanzaría, en las primeras décadas del siglo, ritmos hasta entonces nunca vistos.
En Medellín, en el lapso de 1918 a 1922 se construyeron 420 edificaciones, es decir, un promedio de 84 por año; en Cali, entre 1924 y 1925 se levantaron 254 construcciones (127 por año) y en 1927 esta misma ciudad alcanza el promedio de una casa por día; en Bogotá, para 1940 existen ya 36.000 edificios y cerca de 350.000 habitantes, esto es, un edificio por cada 9,7 personas [3].
Se consolida así la figura del gran urbanizador, personaje carismático y respetado que lotea aquí y allá, abre calles, instala redes, construye viviendas y barrios, y se posiciona como influyente líder social y encarnación del desarrollo. Se percibe entonces como gesto de generosidad individual del urbanizador y no como deber, la “donación” de terrenos para parques, escuelas e iglesia de los nuevos barrios. De esta manera, en la conciencia colectiva se igualan las formas de apropiación de los predios rurales con las de los predios urbanos, como si un globo de terreno para vivienda en la ciudad se pudiese manejar a semejanza de una finca agraria. No hay una percepción de la obligatoriedad que existe, más en una ciudad, de incorporar los intereses públicos a la propiedad privada.
Más aún, desarrollos eminentemente públicos, como son líneas férreas, instalación de servicios, apertura de carreteras, se consolidan antes en los predios de los nuevos urbanizadores y hacendados, que en el resto de las ciudades. Así por ejemplo, la Sociedad de Urbanización de Medellín que realizó obras en diversos lugares del país entre 1919 y 1944, fue la constructora del Barrio Manrrique, vecindario en el cual financió la construcción del templo y de la línea del tranvía que llegaba hasta el barrio, la cual prolongaría posteriormente por su cuenta hasta el sector de Campo Valdés.
La forma vertiginosa como se dan estos procesos de crecimiento, lleva a que el tema de la organización de la ciudad cobre vigencia. Comenzando la década de los años 30, llega al país el arquitecto y urbanista austriaco Karl Brunner, que influirá notablemente en el ámbito académico e institucional, al introducir por primera vez conceptos y herramientas de planeación urbana y visiones arquitectónicas que procuran tener en cuenta las características de cada lugar. Los dos tomos de su “Manual de Urbanismo” [4], siguen siendo hoy en día puntos de referencia obligados. La importancia de Brunner radica en haber planteado elementos para configurar proyectos urbanos modernos que cobijen ciudades enteras. Recordemos que, desde los actos fundacionales efectuados según las instrucciones de los reyes de España, nadie se había pronunciado al respecto, quizás con la única excepción de la Sociedad de Mejoras y Ornato de Medellín, liderada por Don Ricardo Olano[5]. Brunner llega al país precedido de un amplio prestigio como arquitecto y profesor de urbanismo en Viena y Santiago de Chile y la intensa actividad que desarrolló en Colombia estuvo asociada a proyectos y ejecuciones en Bogotá, Medellín, Barranquilla, Cali y Manizales.
En Bogotá diseña un programa de ensanche de la ciudad y construye barrios como el Bosque Izquierdo, cuyas casas hacen gala de bella arquitectura en medio de una red de áreas verdes, calles arborizadas y senderos peatonales, que permiten la relación complementaria entre el desplazamiento automotor y el acto de caminar. La traza del barrio respeta la topografía del lugar en el que se asienta y sus calles avanzan de conformidad a las sinuosidades del terreno, de suerte que se conforman manzanas ovaladas, triangulares, alargadas o de forma trapezoidal y calles que rematan en formas circulares como la llamada “Raqueta”. Se rompe de esta manera con el rígido damero español que es cuadriculado en todo lugar, sea el terreno llano o quebrado, humedo o seco, celestial o infernal, produciéndose de esta manera un eterno entrecruzado de líneas rectas trazadas a regla y cordel, hasta la monotonía total.
“En (la) concepción (de Brunner) , la ciudad colombiana debía crecer con base en unidades físicamente diferentes (en su trazado, en sus características arquitectónicas, en sus usos), que se conectaban entre sí y con el centro histórico y tradicional por paseos y avenidas. De esta manera, se conciliaba la urgencia del crecimiento con la ciudad heredada y se respetaban las características topográficas de la nuevas áreas incorporadas, sin perder la unidad urbana. La ciudad resultante sería pues, diversa, dentro de un orden general y único”. (Silvia Arango, “Historia de la Arquitectura en Colombia”, p.199. Las negrillas son nuestras).
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