La Familia
vikinuve19 de Septiembre de 2013
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La Familia y la Educación.
Gonzalo Musitu
María Jesús Cava
“Socialización Familiar: de padres a hijos y de hijos a padres”, en La familia y la educación, Barcelona, Octaedro (Biblioteca Latinoamericana educación: 6), pp. 116-138.
6.1 Socialización familiar: de padres a hijos y de hijos a padres.
Tradicionalmente, la socialización familiar se ha planteado como un proceso de una sola dirección. Esta dirección, lógicamente, es la que va de los padres a los hijos. En este sentido, y si entendemos la socialización familiar como el proceso a través del cual el niño asimila conocimientos, actitudes, valores, costumbres, sentimientos y demás patrones culturales, es indudable que los padres son las personas conocedoras de estos elementos culturales que el niño desconoce. Además, es evidente que los padres están más capacitados para influir en sus hijos por razones biológicas y sociales: los padres, como adultos que son, tienen un desarrollo cognitivo, social y afectivo del cual carece el niño, poder derivado de sus mayores conocimientos y experiencia, poder económico, etc.)
Ahora bien, esta mayor capacidad de influencia de los padres no significa que los hijos tengan un papel meramente pasivo en la socialización. De hecho, las relaciones familiares no las determinan únicamente los padres, sino que todos los miembros de la familia contribuyen a su desarrollo. En principio, todos los padres inician su difícil labor de educar e inculcar unos determinados valores y normas de conducta en sus hijos con una serie de ideas preconcebidas, y más o menos conscientes, acerca de cómo deben ser los niños (obedientes, independientes, alegres, egoístas, confiados, desconfiados, rebeldes, traviesos…) y acerca de cómo hay que educarlos (con cariño, con firmeza, con respeto, con paciencia, con intransigencia…). Sin embargo, cuando el niño nace, los padres se pueden encontrar con que sus creencias y expectativas no se han cumplido o simplemente, que las deben modificar. Una razón fundamental para modificar estas creencias y expectativas no se han cumplido O, SIMPLEMENTE, que las deben modificar. Una razón fundamental para modificar etas creencias y expectativas iníciales es que la mayoría de los hijos no son, normalmente, como sus padres desean. Además, los padres aprenden con la experiencia que no hay dos niños iguales: algunos son más sociables, otros son más nerviosos y, sin duda, algunos tienen un carácter más difícil. De esta forma, los niños, aunque nacen indefensos y desconocedores de las pautas sociales, ejercen desde un principio cierto grado de influencia en el modo concreto en que se desarrollará su proceso de socialización.
También los hijos pueden influir en los propios valores de los padres. El nacimiento de un hijo puede hacer que sus padres se replanteen todo su sistema de valores y que los impliquen, incluso, en formas de vida diferentes a las mantenidas hasta ese momento. Un hijo puede llegar a ser un importante elemento motivador para que los padres dejen, por ejemplo, hábitos de vida pocos saludables como el consumo del alcohol y tabaco o, en algunos casos más extremos, el consumo de sustancias adictivas. Los hijos, en cualquier caso, influyen también en los padres a través de los elementos que asimilan de otros agentes de socializacion. Así, a través de los hijos, algunos valores de la escuela, de los medios de comunicación (incluyendo la publicidad), de las modas y del mundo de internet entran, con frecuencia, en el interior de la familia. Los hijos descubren a los padres desde determinados estilos de vida, hasta qué grupo de música está de moda, como deben llevarse las perneras de los pantalones o <<la increíble necesidad de tener un teléfono móvil>>.
En definitiva, el proceso de socialización es, cuanto menos, un proceso de doble dirección y, por supuesto, mucho más dinámico y complejo de lo que ha sugerido habitualmente. Además, es probable que este proceso sea, en cierto modo, circular y cada vez más acentuado conforme los hijos cumplen años.
6.2 Lo que los hijos aprenden en la familia
Es obvio que las personas aprendemos muchos de nuestros comportamientos, creencias y hábitos en nuestra familia de origen. Aprendemos cómo es el mundo en el que vivimos y cómo son las relaciones entre las personas, y comenzamos a configurar un sistema de valores personal y una identidad propia. Evidentemente, los valores concretos que adquirimos, y el hecho de que éstos coincidan o no con los paternos, difiere de unas familias a otras, al tiempo que existen también importantes diferencias culturales. No obstante, y a pesar de esa diversidad, la mayoría de las sociedades confieren a la familia un papel clave en la preparación de los individuos para que puedan integrarse en la sociedad. De hecho, se han señalado tres objetivos fundamentales que la sociedad espera de la familia sea capaz de lograr y, aunque no delega esta función únicamente en ella, si la convierte en la principal responsable de su ejecución.
Así, en primer lugar, se espera que la familia sea capaz de enseñar a los hijos a controlar sus impulsos para poder vivir en sociedad con otros seres humanos. Todos los niños deben aprender que no pueden tomar todo lo que encuentran atractivo, o de lo contrario sufrirán las consecuencias sociales o físicas de lo demás. De esta forma, sea la socialización más tolerante o mas restrictiva, todos los niños deben aprender a controlar sus impulsos y a demorar la gratificación de las recompensas.
En segundo lugar, la sociedad también espera que la familia sea capaz de preparar a los hijos para desempeñar determinados roles sociales, incluyéndole roles ocupacionales, roles de género y roles en las instituciones, tales como el matrimonio y la paternidad. Es decir, los hijos deben aprender en la familia que conductas son las que se esperan de un padre, de un trabajador o de una mujer. Además, éste es un proceso que dura toda la vida y que se centra, de forma especifica, en el aprendizaje de unos roles concretos y diferentes en cada etapa evolutiva de la persona. Así, en el caso de los niños, este proceso significa el aprendizaje de su papel en la familia, el aprendizaje de las conductas apropiadas tanto en el juego con los amigos como en la escuela, y el aprendizaje de las conductas y funciones que corresponden a cada género. En los adolescentes significa el aprendizaje de los comportamientos que se esperan en las relaciones heterosexuales y una intensa preparación para su papel de adultos en la sociedad. Finalmente, en los adultos incluye la preparación y ejecución de funciones y conductas en el matrimonio y en relación con la paternidad, así como también en el trabajo.
Por último, un tercer objetivo que se espera de la socializacion familiar es que, a través de la misma, las personas adquieran un significado global acerca de qué es lo importante, qué es lo que se valora en su sociedad y en su cultura, y para qué se tiene que vivir. Este objetivo, con frecuencia incluyen creencias religiosas que explican el origen de la vida humana, las razones del sufrimiento, lo que nos sucede cuando morimos y el significado de la vida humana y su mortalidad. Asimismo, en muchas culturas se incluye también un significado para las relaciones familiares, los vínculos a un grupo comunitario o étnico, o a un grupo racial o nación, y el logro individual. Evidentemente, la tendencia humana a descubrir fuentes de significado es muy variable. Sin embargo, todas las personas acostumbran a desarrollar, de alguna manera, estos significados para poder darle algún tipo de estructura y sentido a la vida.
La familia, en resumen, contribuye a que los hijos aprendan a desarrollar un cierto autocontrol para poder desenvolverse en la sociedad y para poder relacionarse con otros individuos, contribuye a que aprendan las conductas asociadas a su género y a determinadas posiciones sociales además, posibilita y propicia que adquieran un conjunto de significados acerca de los valores que son predominantes en su contexto cultural y social. Ahora bien, cada familia, también transmite, o trata de transmitir, a sus hijos unos valores concretos acerca de la vida y acerca de qué tipo de comportamientos son los adecuados. La familia, como veremos a continuación, contribuye a la creación del sistema de creencia de los hijos también, a la configuración de su identidad.
6.2.1 La transmisión de los valores
Los valores son creencias personales sobre qué aspectos son valiosos, que metas son deseables, y que conductas son las adecuadas para lograr esas metas. Los valores nos indican tanto el fin al que pretendemos acceder (dinero, estatus social, armonía, equilibrio emocional), como los medios que están permitidos para ello (robo, esfuerzo, chantaje, trabajo,…). Para algunas personas, <<el fin justifica los medios>>, mientras que para otras, <<determinados medios son injustificados>>. Los valores, además de guiar nuestra conducta, están organizados en un sistema y, en ocasiones, algunos valores entran en conflicto con otros. Éste sería el caso, según el modelo de valores de Schwatz (1992), de la incompatibilidad existente entre los valores de logro y poder, por una parte, y los valores de conformidad y tradición, por otra. Una persona no puede mantener, el mismo tiempo, ambos tipos de valores, puesto que las conductas que se derivan de unos y otros son incompatibles. En estas circunstancias, deberemos establecer una jerarquía de prioridades en nuestro sistema de valores.
Lógicamente, existen importantes diferencias individuales en relación con los valores. Así, la jerarquía de valores, las prioridades, y la legitimidad de determinados medios difieren ampliamente
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