La Letra K
Enviado por dayenisl • 28 de Enero de 2014 • 551 Palabras (3 Páginas) • 249 Visitas
Cuba poco a poco va escribiéndose con K. No es cuestión de un común error ortográfico o de la última norma del idioma, tampoco una iniciativa del reguetonero de turno o de un hallazgo arqueológico que así lo demostró. Cuba va escribiéndose con K porque su identidad está difusa, mareada, raptada por una industria cultural extranjera que conoce muy bien sus objetivos.
Esa industria llega cada día en memorias flash y en discos compactos, prácticamente asalta cada hogar y ocupa la mente de las personas. Y en ese proceso olvidamos quiénes somos y hacia qué rumbo nos dirigimos.
¿Por qué es más divertida Dora la exploradora que Elpidio Valdés? ¿Por qué las chicas se empeñan en lucir botines a la altura de la rodilla en pleno verano? ¿Por qué cada día cambia el paradigma estético y la auténtica mujer de América Latina aparece menos en los concursos de belleza del continente?
Cuba ha acogido como propio un fenómeno que le llega exportado. Ya sea en cine, televisión, producción musical, fotográfica, plástica, se nos vende una imagen estereotipada y banal de esa “sociedad ideal”, un sueño que solo funciona en los medios y apenas es un mero camuflaje. El objetivo de esta industria no es producir cultura, en todo caso engendrar necesidades, estilos de vida consumistas capaces de mantener el sistema mediante la enajenación o la vivencia de historias que nada tienen que ver con nosotros.
Pero, ¿por qué muchos quieren parecerse exactamente a lo que ven en los medios? Hoy un grupo cada vez más creciente de la población cubana consume varios programas extranjeros de la llamada tele-basura. Caso Cerrado, Belleza Latina y La Academia desfilan sin comparación por los hogares cubanos, incapaces de mostrar algo que aporte a la formación de sus audiencias e implantando valores ajenos a lo cubano y lo latinoamericano. Es frente a esos televisores donde Cuba comienza a escribirse con K, y ojalá no sea esta una visión apocalíptica.
Así, entre autos de lujo, best-sellers que no lo son tanto, series incongruentes y adaptadas a los momentos, perdemos a la Cecilia de Villaverde, al Negro Bembón de Guillén o al Diego amante de un buen helado en Coppelia, personajes casi extranjeros en su propio país.
No se trata de rechazar todo lo ajeno y crucificarlo, tampoco de encerrarnos en una burbuja solamente con nuestras producciones. El éxito debe estar en la medida, en rescatar una identidad nacional –que no significa politiquería barata- necesitada de no ceder frente a los mecanismos hegemónicos de control cultural, a esa degradación de la cultura en industria de la diversión.
Es verdad también que las ofertas de calidad en nuestra televisión escasean y que esos otros entretenimientos vienen muchas veces envueltos en una buena factura, pero son solo eso, envolturas. Debajo se esconden productos banales, reiterativos, comerciales,
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