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MAESTRIA EN ESTUDIOS CULTURALES TRABAJO DE GRADO II


Enviado por   •  21 de Julio de 2017  •  Ensayo  •  10.340 Palabras (42 Páginas)  •  220 Visitas

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PONTIFICIA UNIVERSIDAD JAVERIANA

FACULTAD DE CIENCIAS SOCIALES

MAESTRIA EN ESTUDIOS CULTURALES

TRABAJO DE GRADO II

JULIO ANDRES AREVALO MENDEZ

INTRODUCCION:

Paulo Freire nació en Recife, Brasil, el 19 de abril de 1921, en el seno de una familia de clase media. Vivió la depresión de 1929, que, según sus biógrafos, fue la experiencia vital que le dio identidad con los pobres y el hambre. En la universidad de Recife estudió derecho, filosofía y psicología del lenguaje. Trabajó como funcionario público, jamás se dedicó al ejercicio del derecho, prefiriendo trabajar en la enseñanza secundaria del portugués. Se casó con Elza Maia dos años antes de empezar a trabajar como director del Departamento de Educación y Cultura del Servicio Social en el estado de Pernambuco, hasta la década del sesenta. Su principal inquietud en éste periodo de tiempo fue que el derecho al sufragio estaba condicionado a la capacidad mínima de lectoescritura, caldo de cultivo para su trabajo pedagógico más revolucionario: “la alfabetización de adultos”, que desde 1961 tuvo ocasión de aplicar como Director del Departamento de Extensión Cultural en la Universidad de Recife, específicamente, tuvo gran resonancia el que enseñara a leer y escribir a 300 trabajadores rurales en 45 días.

En 1964 es encarcelado durante 70 días, empezando ulteriormente su éxodo por diferentes países del mundo. Periplo que terminó en Sao Paulo el 2 de mayo de 1.997, día de su muerte.

Entre los numerosos reconocimientos académicos, estatales, pedagógicos y científicos, fue proclamado doctor honoris causa por 27 universidades. Pero quizás el mayor logro es que su trabajo en el área educativa ha sido considerado hasta la fecha como coherente, significando esto básicamente, que supo unir de manera permanente la teoría pedagógica que esbozaba en los estrados universitarios o en las salas de conferencias, con su labor en las diferentes aulas en las que hubo de ejercer como maestro.

Para esas fechas, me encontraba en el segundo año de estudios de Licenciatura en Filosofía, pasando para iniciar tercer semestre de la Universidad de San Buenaventura, de los Franciscanos a la Pontificia Universidad Javeriana de los Jesuitas. Dicho cambio estuvo motivado en un mero cálculo financiero laboral: el prestigio de la universidad trasladado a mí por falacia de accidente inverso al estar en situación de egresado. Definitivamente no la tenía muy clara, en medio de los temores que engendraba la elección por un estudio profesional tan bonito, tan complejo y tan austero.

Como todo en la vida se justifica a través de las quimeras, en este caso el ideal era simple: se trataba de lograr colocación en un colegio de educación secundaria que quedara en un lugar retirado de la ciudad, con estudiantes de estratos altos, donde se recibiría un salario espectacular y se combinarían los amoríos entre estudiantes y maestros, con los que se tendría eventualmente con las hermanas de estudiantes extremadamente lindas y, ocasionalmente, con una que otra acudiente. Para qué más motivación.

Por supuesto, la realidad se impone sobre la fantasía.

Llegado el momento de buscar trabajo, la situación en Bogotá estaba mediada por una serie de variables en las que no bastaba el título académico de pregrado en Filosofía, pues la experiencia laboral, las especializaciones, las maestrías y sobre todo, la inexperiencia pedagógica, iban minando las expectativas. Cuando se acercaba el plazo establecido internamente la decisión fue abrir la búsqueda a colegios con un perfil diferente al inicial. Así, la búsqueda se trasladó a colegios de sectores periféricos, empobrecidos, casi de garaje, en los que la demanda del perfil profesional era bastante más ajustada a mi realidad.

Así las cosas, en ires y venires, llegué a una experiencia pedagógica impensada.

En el último cerro de Bogotá, accediendo de la manera más enrevesada, me encontré con el Instituto Cerros del Sur, en el barrio Jerusalén, sector Potosí, de la localidad 19, Ciudad Bolívar. El lugar en el que nadie habría querido ir a trabajar jamás.

Allí, sin embargo, tuvo inicio la experiencia pedagógica que confirmó uno de los axiomas aprendidos en los salones de clase de la Javeriana: "el trabajo va diciendo cómo...", cita atribuida a Platón, por mi maestro de Pedagogía de la Filosofía.

La primera impresión de ése colegio no era la mejor. Parecía un conjunto de apartamentos, pintados del azul claro de los colores Prismacolor. Llegué, me presenté como candidato a docente, esperando una entrevista. Esperé 15 minutos, apareció Héctor Gutíerrez, nos encerramos en una oficina y comenzó a hablarme del colegio. Cosa chistosa, no lo llamaba "colegio", sino "proyecto".

Las condiciones laborales eran curiosas: pagaban la categoría del escalafón, cuando la mayoría de los colegios privados pagan por debajo, llegando al colmo de ofrecer contratos por prestación de servicios, en los que pagan el 70% del salario mínimo legal vigente, cuando mucho; el contrato era a un año, el horario, de 6:25  de la mañana a 4 de la tarde, con una hora de almuerzo; de 6:25 a 1:00 clases según el plan de estudios de la ley 715 y el decreto 1860, por la tarde, de 2 a 4 talleres. En mi primer año, el taller se denominaba "Cuentería", ejercicio del que yo no tenía la menor idea. Todos los viernes reunión de profesores, de 2 a 5 de la tarde, el último día hábil del mes jornada pedagógica todo el día, entrega de boletines los domingos, lunes festivos talleres de formación para todos los que trabajábamos en el colegio: docentes, directivos, secretarias, bibliotecarias, vigilantes, servicios generales, señoras del restaurante, hasta el conductor de la ruta, el auxiliar contable, los padres de familia del Consejo de Padres y los estudiantes en cargos de representación del Gobierno Escolar, debían estar allí.

Pero el proyecto, tiene otras particularidades, que también me explicó:

No hay rejas, ni muros, porque pertenece a la comunidad y ambos interactúan.

No hay uniforme, porque se fomenta el libre desarrollo de la personalidad.

No hay timbre, ni campana, porque se cree en la autonomía de los estudiantes y maestros.

No hay manual de convivencia, porque las relaciones entre los seres humanos deben manejarse por medio de acuerdos.

El trabajo de las áreas académicas debería articularse con una serie de subproyectos, Así:

...

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