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Magister En Psicoaqnálisis


Enviado por   •  15 de Marzo de 2012  •  6.446 Palabras (26 Páginas)  •  389 Visitas

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Duelo, muerte y desaparición.

El Psicoanálisis se ha planteado desde sus inicios la cuestión de la muerte como un problema vivencial y de conocimiento. Considerando que resulta esencial para comprender la vida humana. Pensar en tér-minos psicológicos la cuestión de la muerte, su inevitabilidad, ha sido sin lugar a dudas una de las fuen-tes de interrogantes esenciales del ser humano. Nos ha permitido especialmente trabajar sin reducir la problemática a una cuestión filosófica. Además de constituir un posible paradigma del límite en tanto inevitable, es también, una de las formas posibles de pensar una articulación que nos interesa particu-larmente. Comprendemos el Mito Originario de la Muerte del Padre como estructurante a la vez del suje-to y de la cultura; muerte simbólica, cuya inscripción como culpabilidad inconsciente es el fondo sobre el que la Ley opera. Este padre muerto se vuelve más poderoso, que en vida, por efecto de la obediencia retroactiva. Por la culpa y la deuda (el don). Esto además porque era un padre también amado.

Relacionaríamos el pensamiento freudiano como universalista y el relativismo cultural, en las significa-ciones de la muerte para los diferentes pueblos y culturas. Consideraríamos además lo singular, no so-lamente en que cada uno es mortal sino que también cada uno tiene su propia forma de morir. Partici-pamos, de manera más o menos inconsciente, en el camino que nos conduce a nuestra propia muerte.

La tendencia a sufrir accidentes, muchas veces relacionados con diversos tipos de actos fallidos, seria una forma bastante expresiva, aunque sencilla, de decir lo mismo.

Articular duelo, muerte y desaparición es algo problemático. Podemos tomar diversos ejes ordenadores, pero trataremos de articular algunas relaciones con el proceso o los momentos lógicos fundantes de la constitución subjetiva.

La idea de límite al pensamiento mágico o místico (omnipotente), nos sostiene en el aserto psicoanalíti-co: nunca nada es para siempre. Esto quiere decir que trabajamos en el campo en donde lo más signifi-cativo no es ciertamente la estabilidad y la certidumbre. Cualquiera de las adquisiciones que hacemos en nuestro desarrollo pueden trastocarse, perderse, variar, etcétera.

Los castigos míticos de exilio, locura y muerte; la potencialidad humana a la locura como potencialidad del ser, la locura de amor, de odio, de ignorancia, de dolor y soledad, son los ámbitos que nutren nues-tra vida como preparación para la muerte. Cada uno debería poder elegir su muerte. Elegir es psicoana-líticamente hablando, lo inconsciente que conduce, creando una cierta aceptación para la muerte se transforma en algo "natural"; la vida que deja lugar a la nueva vida. Pero lo traumático acecha, con la muerte de los hijos, las desapariciones, las catástrofes sociales que exacerban, a diferencia de las ca-tástrofes naturales, el narcisismo de las pequeñas diferencias. Lo pequeño ocupa la dimensión de lo trágico y los fundamentalismos religiosos, étnicos e ideológicos cobran sus víctimas sometiéndolas al poder, la fuerza y el terror.

Retomando la cuestión de la muerte, si bien no existe la representación inconsciente de la propia muer-te, esto no quiere decir que no existan deseos y fantasías de muerte. ¿Quién no quisiera, por ejemplo, un lugar ideal, paradisiaco, con una tranquilidad absoluta como la del nirvana?. Esta idea del "descansa en paz" (R.I.P.), es incluso útil para los supérstites. Lo que se nos aparece como conflictivo, paradójica-mente, es la vida. Es la fuente de disturbios y conflictos.

El lugar de la muerte es el que soporta la estructuración del sujeto en el orden simbólico. Freud decía que la carta era la palabra del ausente. Cuando nombramos una cosa, la palabra es ya la muerte de la cosa. Al nombrar la cosa, valga la redundancia, la cosa es otra cosa. Es algo con un nombre. Nunca hay una relación unívoca entre la cosa y lo representado, entre la cosa y la palabra. Lo que no podemos nombrar en las cosas es lo que llamamos traumático. Es el silencio, el secreto, el "saber no sabido" que se reconoce como propio solamente por la interpretación o la construcción. Por eso trabajamos con pa-labras. Lo que no se puede nombrar es el trauma. Siempre estamos a una cierta distancia de las cosas, hay siempre un cierto sentimiento de exilio. El momento en que nombramos, nominamos, no es nunca el momento en que percibimos. Nuestras palabras llegan siempre, con posterioridad, a nuestras sensacio-nes. El principio del Estadio del Espejo, en relación con el narcisismo en su especularidad, consiste jus-tamente en que nuestra percepción es antropomórfica, pero a diferencia con la Psicología, para noso-tros, no existe una forma afuera, preexistente, es siempre nuestra propia forma la que se busca afuera. La percepción trabaja también bajo el retorno de lo reprimido. Nos involucramos en nuestras percepcio-nes, transferimos. Por esto consideramos fundamental señalar el lugar de la verdad, que no es la su-puesta "percepción objetiva", sino un atravesamiento de la subjetividad y una construcción /¬ ficción teóri-ca que produce realidades que implican siempre una interpretación. No nos referimos a la hermenéutica, en donde se sacaría algo supuestamente profundo de algún lugar. Se trata de una antihermenéutica en donde interpretación es producción de sentido, de un sentido que es nuevo y solamente verdadero para alguien en un determinado momento.

Es siempre nuestra propia forma lo que buscamos afuera. Por esto es imprescindible introducir aquí la cuestión del narcisismo (amarse a uno mismo, a la propia imagen) y diferenciarla del lugar de la verdad como a producir. Si hablamos de lugares y agentes nos colocamos en una concepción esencialmente diferente a la de la comunicación. Lugares y agentes que los ocupan configuran modalidades discursi-vas. Además del lugar de la verdad está el lugar del otro, la relación al otro. Es a través de las identifica-ciones narcisísticas como se constituye el sujeto en la alienación y comienza la separación. El Yo como siendo otro. Con otro cuya imagen me constituye. El deseo es "el deseo del otro" (Otro-otro-otros), om-nipotente primigenio, todopoderoso. La cuestión de la imagen es esencial puesto que no es un reflejo. Por ejemplo: madres con relaciones muy violentas y hostiles con sus hijos generan en los niños lazos muy intensos amorosos. Cuanto más violenta sea la madre, más fuerte el lazo amoroso con ella y por consiguiente mayor dificultad para la posibilidad de desvincularse de ese lazo. Lo mismo ocurre en el ámbito de las parejas. Este tipo de relaciones suele romperse de manera violenta, sumamente impulsi-va. La fantasía de quién se separa es que dando un portazo los problemas quedan detrás de la

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