Migracion

Una de las formas de medir el buen estado económico de un país es analizando sus niveles de migración. El movimiento constante de gente saliendo de su país no es algo que debería ser considerado normal ni mucho menos algo cotidiano, la gente no migra por cualquier razón. Tristemente una de las principales causas que impulsan a tomar la decisión de emigrar es la pobreza. Un país, estado o ciudad pobre es aquel que tiene altos niveles de migración.

México es uno de esos países y Oaxaca es uno de esos estados. Sólo en 2005, salieron de Oaxaca 103 mil 085 personas1 y el número lo único que hace en incrementarse más. Hemos llegado al punto de hacerlo parte de nuestra cultura. “Mamá, cuando yo sea grande me iré al norte” ha reemplazado al “Mamá, yo de grande quiero ser presidente”. Y no los culpo, no tendría razones, el sueño americano promete más que todas las promesas hechas por el gobierno. Como mi abuela dijo una vez: “De desilusiones ya tuvimos bastante”

Seguimos a los migrantes tratando de encontrar una solución, pero no nos damos cuenta de que esto es sólo otro ciclo vicioso que a los políticos tanto les causan dolor de cabeza y prefieren evitar. La gente se va, se le hacen documentales, se le toman fotos, se hacen noticias. Pero ¿qué pasa con lo que dejan atrás? ¿quién nos garantiza que los migrantes sufren más que sus familias? ¿quién les garantiza a ellos que su ser querido regresara tarde o temprano y que les mandará dinero que resolverá los problemas?

En este escrito no hablaremos de los migrantes, para eso sólo hace falta teclear en Google. Hablaremos de lo que dejan al irse, de las muchas historias de sufrimiento que causan en la búsqueda de algo mejor. Y para eso decidimos investigar en diversos poblados de Oaxaca, con nuestros conocidos y les pedimos que nos contarán su historia y descubrimos que abandonar el hogar es igual de duro que quedarse en él.

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