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Movimientos Politicos


Enviado por   •  1 de Octubre de 2012  •  12.319 Palabras (50 Páginas)  •  989 Visitas

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Civiles y militares: el carrusel de la discordia

Simón Alberto Consalvi

“Todos los militares de talento

envainan la espada para abrir los libros...”.

Simón Rodríguez, 1830

La vuelta al siglo XIX

Uno de los signos más conspicuos de este tiempo venezolano (inicios del siglo XXI), es el retorno de los militares a la política. Expresado el asunto de esa manera, podría suponerse que fueron los propios militares quienes tomaron la iniciativa de politizarse y de interferir en la vida civil, y nos condenaría a la noria de las interpretaciones confusas que han predominado en la historia, alterando un diálogo franco entre civiles y militares. Ese diálogo, a mi juicio, es una de las grandes prioridades venezolanas. Los desafíos de la sociedad democrática no pueden ser asumidos si antes no se despejan las incomprensiones y las reticencias, porque para resolverlos se requiere una relación amónica entre el poder civil y la sociedad, en general, y los militares que forman parte de ella.

En el origen de las discordias se inscribe la relación de los militares en el siglo XIX, cuando se alzaron nada más y nada menos que contra José Antonio Páez, el más conspicuo de los militares, porque los civiles que rodearon al gran Centauro, pretendiendo modernizar el país, eliminaron el fuero militar y trataron de rescatar la nación del dominio de las espadas. La República de Páez, oligárquica o deliberativa (como la llamó Augusto Mijares), llevó a cabo con Santos Michelena como secretario de Hacienda, una reforma que pretendió rescatar a la sociedad de las espesas redes del Estado y, rescatar a su vez al Estado convertido en rehén de los antiguos guerreros.

Como dice José Gil Fortoul, la República de Páez, sobrevivió hasta 1848. José Tadeo Monagas inauguró el gran desorden, violó la Constitución y convirtió los Congresos en apéndices del Ejecutivo, mientras establecía la dinastía más larga y variada de la historia venezolana, con unos Monagas que iban y venían, hermanos o hijos que se sucedían en el poder.

No sin razón, el hombre fuerte del Oriente gobernó bajo la consigna de que "la Constitución sirve para todo", y como le sucedió el general en la última ocasión, a veces, sirve también para caer. Los antecedentes del militarismo en Venezuela no requieren de autopsia porque son demasiado conocidos. Los generales gobernaron de 1830 hasta 1945, con los interludios civiles del siglo XIX (Rojas Paúl, Andueza Palacio, Andrade) que representaron siempre y de modo fatal, al hombre fuerte que los postuló.

A ese militarismo sin control se debe la característica fundamental de aquel tiempo como siglo de guerras civiles, porque, ¿qué otra cosa podían hacer los guerreros, sino la guerra? "En total, (dice William Sullivan), Venezuela disfrutó de sólo 27 años de relativa paz durante el siglo XIX". El biógrafo de Cipriano Castro aporta otras cifras: "...entre 1892 y 1900 se registraron seis rebeliones mayores y 437 encuentros militares". Guerrear era un oficio.

Si esas eran las cifras de las guerras, nos preguntaríamos, ¿en la política, qué ocurría? Hay otros números no menos elocuentes de la politización de los militares. En las últimas elecciones del siglo XIX, en 1897, ¿quiénes y cuántos se disputaron la Presidencia de la República? Da risa pensarlo: 19 generales y 7 civiles se lanzaron a competir por la jefatura del Estado, pero sólo uno de los generales tenía el apoyo del caudillo todopoderoso del fin del siglo, el general Joaquín Crespo. El episodio retrata lo que ha significado la tentación política para los militares en la historia de Venezuela. O de quienes por una razón o por otra, se metamorfoseaban de militares sin serlo, en verdad, contribuyendo a la confusión.

Con la excepción de algunos pocos momentos, los militares siempre estuvieron presentes en la toma de las grandes decisiones. Cuando López Contreras en 1940 quiso escoger a un civil para la Presidencia, los militares lo amenazaron con derrocarlo si no optaba por un candidato "militar y tachirense". Presionar a López no era conchas de ajo. El general cedió, quería al abogado Diógenes Escalante, pero se transó por su ministro de la Defensa, el general Isaías Medina Angarita.

Este otro fin de siglo contempla el resurgimiento del militarismo, con la diferencia de que los generales de ahora (o los coroneles o los comandantes) no son como los de antes. El régimen democrático se esmeró en que el país tuviera militares profesionales, aptos e ilustrados, capaces de ejercer a cabalidad los deberes de su misión. No consumieron su tiempo en la monotonía de los cuarteles; los largos años de paz y de estabilidad democrática les ofrecieron ocasión para ir a las universidades, dentro y fuera de Venezuela. Ningún régimen se esmeró más que el régimen de los civiles en la capacitación de los militares. Nunca antes habían existido unas Fuerzas Armadas (de tierra, mar y aire) mejor dotadas, intelectual y materialmente, que las de estos tiempos que vienen de 1959. Crecieron, sí, en exceso, porque no fuimos ajenos a los delirios bélicos de la Guerra Fría.

Si algunos pensaron que con esos privilegios se les persuadía de concentrarse en su misión constitucional, de sentirse dignificados en el cumplimiento de su papel, quizás se equivocaron. Ningún problema social se resuelve para siempre. La ambición política de los militares se perfiló otra vez desde el famoso juramento del Samán de Güere, en 1983, cuando un grupo de oficiales medios decidió conspirar para tomar el poder. Volvimos así al siglo XIX. Otra vez, los militares querían todo el poder para los militares. A los conspiradores no les funcionaron los caminos militares de los golpes de Estado, sin embargo.

Optaron por las vías constitucionales del poder civil, las recorrieron con éxito y con la complicidad de los que abdican. Dominaron la escena, postularon puntos de vista con mayor audacia, avanzaron en el reclamo de los privilegios políticos reservados a los civiles, fatigados de la disciplina que les imponía la Constitución de 1961 de mantenerse al margen de la controversia política. De ahí que fuera la Constitución el primer objetivo para ser eliminado. Al politizarse, se dividieron. O sea, como el resto de los venezolanos, porque la política simplemente divide, está en su esencia: eso es deliberar, tomar caminos distintos, posiciones diferentes, asumir los antagonismos. Reclamaron una nueva Constitución, fueros antiguos, y voto militar. Que se borrara del texto constitucional todo vestigio que los excluyera de las deliberaciones políticas. Así ocurrió. La Constitución de 1999 excluyó al poder civil de toda participación en las Fuerzas Armadas, concentrando todos los privilegios en el comandante

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