Muerte Temprana
Enviado por santiago23 • 24 de Octubre de 2012 • 1.077 Palabras (5 Páginas) • 850 Visitas
HISTORIA DE LA MUERTE TEMPRANA
LOS BARCOS BRITÁNICOS DE GUERRA
SALUDABAN LA INDEPENDENCIA DESDE EL RÍO
En 1823, George Canning, cerebro del Imperio británico, estaba celebrando sus triunfos universales.
El encargado de negocios de Francia tuvo que soportar la humillación de este brindis: «Vuestra sea la
gloria del triunfo, seguida por el desastre y la ruina; nuestro sea el tráfico sin gloria de la industria y la
prosperidad siempre creciente... La edad de la caballería ha pasado; y la ha sucedido una edad de
economistas y calculadores». Londres vivía el principio de una larga fiesta; Napoleón había sido
definitivamente derrotado algunos años atrás, y la era de la Pax Britannica se abría sobre el mundo. En
América Latina, la independencia había remachado a perpetuidad el poder de los dueños de la tierra y de
los comerciantes enriquecidos, en los puertos, a costa de la anticipada ruina de los países nacientes. Las
antiguas colonias españolas, y también Brasil, eran mercados ávidos para los tejidos ingleses y las libras
esterlinas al tanto por ciento. Canning no se equivocaba al escribir, en 1824: «La cosa está hecha; el
clavo está puesto, Hispanoamérica es libre; y si nosotros no desgobernamos tristemente nuestros
asuntos, es inglesa»1
La máquina de vapor, el telar mecánico y el perfeccionamiento de la máquína de tejer habían hecho
madurar vertiginosamente la revolución industrial en Inglaterra. Se multiplicaban las fábricas y los
bancos; los motores de combustión interna habían modernizado la navegación y muchos grandes buques
navegaban hacia los cuatro puntos cardinales universalizando la expansión industrial inglesa. La
economía británica pagaba con tejidos de algodón los cueros del Río de la Plata, el guano y el nitrato de
Perú, el cobre de Chile, el azúcar de Cuba, el café de Brasil. Las exportaciones industriales, los fletes, los
seguros, los intereses de los préstamos y las utilidades de las inversiones alimentarían, a lo largo de todo
el siglo XIX, la pujante prosperidad de Inglaterra. En realidad, antes de las guerras de independercia ya
los ingleses controlaban buena parte del comercio legal entre España y sus colonias, y habían arrojado a
las costas de América Latina un caudaloso y persistente flujo de mercaderías de contrabando. El tráfico de
esclavos brindaba una pantalla eficaz para el comercio clandestino, aunque al fin y al cabo también las
aduanas registraban, en toda América Latina, una abrumadora mayoría de productos que no provenían de
España. El monopolio español no había existido, en los hechos, nunca: «...la colonia ya estaba perdida
para la metrópoli mucho antes de 1810, y la revolución no representó más que un reconocirniento político
de semejante estado de cosas».2
Las tropas británicas habían conquistado Trinidad, en el Caribe, al precio de una sola baja, pero el
comandante de la expedición, sir Ralph Abercromby, estaba convencido de que no serían fáciles otras
conquistas militares en la América hispánica. Poco después, fracasaron las invasiones inglesas en el Río
de la Plata. La derrota dio fuerza a la opinión de Abercromby sobre la ineficacia de las expediciones
armadas y el turno histórico de los diplomáticos, los mercaderes y los banqueros: un nuevo orden liberal
en las colonias españolas ofrecería a Gran Bretaña la oportunidad de abarcar las nueve décimas partes del
comercio de la América española.3 La fiebre de la independencia hervía en tierras hispanoamericanas. A
partir de 1810 Londres aplicó una política zigzagueante y dúplice, cuyas fluctuaciones obedecieron a la
necesidad de favorecer el comercio inglés, impedir que América Latina pudiera caer
...