Programa 20 De Noviembre
Enviado por baleriagv • 15 de Noviembre de 2012 • 895 Palabras (4 Páginas) • 3.852 Visitas
noches de invierno, cuando el frío descargaba sus rigores en todos los confines de la sierra, hombres y mujeres, niños y ancianos, padecían mucho.
Sólo deseaban que las noches terminaran pronto para que el sol, con sus caricias, les diera el calor que tanto necesitaban.
No sabían cultivar la tierra y habitaban en cuevas o en los árboles.
Un día el fuego se soltó de alguna estrella y se dejó caer en la tierra, provocando el incendio de varios árboles. Los vecinos de los huicholes, enemigos de ellos, apresaron al fuego y no lo dejaron extinguirse. Nombraron comisiones que se encargaron de cortar árboles para saciar su hambre, porque el fuego era un insaciable devorador de plantas, animales y todo lo que se ponía a su alcance.
Para evitar que los huicholes pudieran robarles su tesoro, organizaron un poderoso ejército encabezado por el tigre. Varios huicholes hicieron el intento de robarse el fuego, pero murieron acribillados por las flechas de sus enemigos.
Estando en una cueva, el venado, el armadillo y el tlacuache tomaron la decisión de proporcionar a los huicholes tan valioso elemento, pero no sabía cómo hacer para lograr su propósito. Entonces el tlacuache, que era el más abusado de todos, declaró:
-Yo, tlacuache, me comprometo a traer el fuego.
Hubo una burla general hacia el pobre animal. ¿Cómo iba a ser que ese animalito, tan chiquito él, tan insignificante, fuera a traer la lumbre? Pero éste, muy sereno, contestó así: -No se burlen, como dicen por ahí, "más vale maña que fuerza"; ya verán cómo cumplo mi promesa. Sólo les pido una cosa, que cuando me vean venir con el fuego, entre todos me ayuden a alimentarlo.
Al atardecer, el tlacuachito se acercó cuidadosamente al campamento de los enemigos de los huicholes y se hizo bola.
Así pasó siete días sin moverse, hasta que los guardianes se acostumbraron a verlo. En este tiempo observó que con las primeras horas de la madrugada, casi todos los guardianes se dormían. El séptimo día, aprovechando que sólo el tigre estaba despierto, se fue rodando hasta la hoguera.
Al llegar, metió la cola y una llama enorme iluminó el campamento. Con el hocico tomó una brasa y se alejó rápidamente.
Al principio, el tigre creyó que la cola del tlacuache era un leño; pero cuando lo vio correr, empezó la persecución. Éste, al ver que el animalote le pisaba los talones, cogió la brasa y la guardó en su marsupia. El tigre anduvo mucho sin encontrarlo, hasta que por fin lo halló echado de espaldas, con las patas apoyadas contra una peña. Estaba allí, descansando tranquilamente y contemplando el paisaje.
El tigre saltó hacia el tlacuache, decidido a vengar todos los agravios.
-Pero, compadre, ¿por qué? - le dijo el tlacuache-. ¿No ves acaso que estoy sosteniendo el cielo? Ya casi se nos viene encima y nos aplasta a todos. Podrías mejor ayudarme,
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