Prologo Shakira Al Viento Y Al Aar
Enviado por SADYMAR • 12 de Noviembre de 2012 • 1.498 Palabras (6 Páginas) • 522 Visitas
Me encontraba en mi casa de Miami la tarde en que recibí la llamada de Francisco Solé, del Grupo Planeta, pidiéndome introducir el presente libro con unas páginas escritas de mi puño y letra. Debía ser la humedad de aquel día la que provocó una ligera turbulencia en mi cerebro y me impidió detenerme a reflexionar en la difícil misión que se me encomendaba, puesto que en ese momento y como por acto reflejo, accedí a hacerlo.
¿Se puede acaso esperar de mí la requerida objetividad que este libro merece para calificarme como una decente prologuista cuando se trata de mi padre y su obra? Del hombre que no sólo me dio la vida, sino que continúa cada día inspirándola como quien apenas siendo consciente de ello respira sobre una flama y con cada exhalación la aviva. El amor que siento por mi padre y que profeso, no “al azar” pero sí de cara al viento, jamás ha sido ciego, puesto que sólo basta con ver el material del que está hecha su alma para quererlo aún más. Tampoco es un amor sordo, y mucho menos mudo, ya que sin duda alguna ha sido a través de la palabra oral y escrita como William el escritor, el hombre y, aún mejor, el padre, más contundentemente se manifiestan.
Si el amor al “Pater” pudiese compararse con la anatomía de una célula, no dudaría que el núcleo de la misma sería el complejo edípico natural en todas las niñas cuyo primer ser fundamental es su padre, y si esto fuese así entonces la mitocondria de esta célula amorosa sería la admiración que él ha sabido desde siempre despertarme. Esta última no vino indefectiblemente junto con el cargo de “hija”, se la ganó solo, porque si existe en él un arma de fascinación que bien ha conseguido utilizar conmigo y un vehículo infalible de comunicación entre mi padre y yo, ha sido la palabra... es a través de ella como me ha otorgado las más profundas e invaluables lecciones de vida.
Mi primer poema, “La rosa de cristal”, lo escribí a los cuatro años de edad e iba dedicado a mi madre. Imagino que alguna influencia secreta habían ejercido en mí las tantas declaraciones de amor improvisadas en servilletas que en ocasiones mi padre decidía obsequiarle. Algo de lo que tal vez ni él ni yo habíamos sido conscientes hasta hoy, fue cómo a través de ellas también me estaría obsequiando una vocación y la forma más eficaz de agarrar con las dos manos el corazón de un ser amado.
A los siete años le pedí a Santa Claus que me regalara una máquina de escribir en aras de también querer sentirme poseída por aquella entidad invisible que subyugaba a mi padre durante largas horas frente a su máquina Olympia. Escribí entonces con mi nuevo juguete una serie de salmos, poemas y cartas a Ronald Reagan, Gorbachov y Arafat, que dudo hayan alguna vez arribado a las inaccesibles manos de sus destinatarios.
Todo esto porque, en mi afán de imitarlo, sabía de decenas de cartas que mi padre en ocasiones y con tan poco pudor había dirigido a líderes mundiales, quizá con algo más de suerte que yo; como también de tantos otros artículos de género epistolar que aparecían publicados en el diario local bajo su columna semanal ‘Si yo fuera presidente’. Aquellos textos iban cargados de las sugerencias si acaso vehementes pero bien intencionadas de un ciudadano común y corriente para muchos, pero único en el mundo para mí.
Aquella sensación embriagante y adictiva de la que sabía víctima a mi padre cada vez que escuchaba el sonido de sus dedos de mecanógrafo posados sobre las teclas, jamás tuve la dicha de experimentarla escribiendo cartas a Reagan, sentada frente a aquella maquinilla gris que me habían traído del Polo Norte.
ue sólo cuando empecé a escribir mis primeras canciones con un bolígrafo kilométrico azul y sobre mi detestado cuaderno de matemáticas cuando comprendí por fin de qué se trataba... una vez logré apreciar el aftertaste de las letras en mi paladar de recién nacida compositora, nunca más dejaría de escribir hasta hoy, así como él tampoco jamás lo ha conseguido, y para la muestra un botón: a sus ochenta años publica un nuevo libro y por su culpa ahora me empiezan a dar ganas de hacer lo mismo.
William Mebarak Chadid, alias Karabem, me sigue inspirando, tanto como para hacerme cometer la imprudencia de convertirme esta vez en su editora.
Muchos de ustedes se preguntarán cómo fue que llegué de pseudopoetisa a compositora, de compositora a cantante, de cantante a bailarina, y de bailarina a esto. Pues
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