Robinson Crusoe y el problema de la soledad
Enviado por liah569 • 10 de Abril de 2018 • Resumen • 1.864 Palabras (8 Páginas) • 416 Visitas
,Robinson Crusoe y el problema de la soledad
Por Fabricio Vomero
El mundo es una isla cuyo mapa desconocemos.
J. Derrida
Dejemos a un lado la novela que conocimos en la infancia, y admitamos que este libro merece otra mirada. Que Robinson Crusoe, un personaje de novela abandonado y alejado de la vida humana en una isla solitaria haya alcanzado una mayor celebridad que Alexander Selkirk, un marinero escocés que efectivamente vivió varios años en una isla y que al ser rescatado estaba al límite de la condición humana, podría demostrar la superioridad de la ficción sobre la realidad. El destino de algunos libros resulta igualmente curioso. Y la novela cuyo título original en el inglés era The life and strange and surprising adventures of Robinson Crusoe, publicada en Inglaterra en el año 1719 quedó, como tantas otras, reducida a la literatura de aventuras, y en un segundo plano o directamente ignorada permaneció la reflexión acerca de la naturaleza humana y varias cuestiones de interés tanto filosófico como de la psicología. La trama es efectivamente la aventura, ajustada al gusto literario de la época: un joven inglés con ansias de aventura decide renunciar al destino que la vida mediocre y apagada, pero segura que su pertenencia a la clase media le ofrecía, abandona su hogar familiar en un barco, desoyendo el pedido paterno de racionalidad y el clamor de su madre. Que el barco y el mar sean metáforas del hombre ante el mundo y el viaje la vida misma es una evidencia tan repetida como ajustada en la literatura marítima, baste la referencia de que el hombre es un barco extraño para Herman Melville y el mar un enorme espejo para Joseph Conrad. Pero lo cierto es que el destino se ensaña con el joven Crusoe. La desobediencia al padre y el castigo en forma de calamidad es una constante mental repetida incansablemente en el pensamiento del joven marinero neurótico. Además, el temporal que inicia la novela, que casi pone fin la vida del náufrago y que nos hubiera dejado sin la obra misma, le anuncia, según la propia reflexión de Robinson, las calamidades que le esperan. Como neurótico, el desenlace no podía ser otra cosa que la concreción de la profecía autorealizante. Los hechos se precipitan: navegando en alta mar con relativa tranquilidad, dedicado al comercio con África es atacado por piratas que frecuentan ese lugar siendo esclavizado por los moros, de los que tras largas tribulaciones, logra escapar. Es recogido en un inesperado golpe de suerte por un barco portugués que lo encuentra flotando a la deriva en pleno océano atlántico, que lo lleva sano y salvo a las costas de Brasil. Allí emprende una vida sosegada de agricultor que no logra cautivarlo, la rutina se apodera de él, y se embarca encabezando como capitán, una expedición de carácter comercial a la búsqueda de negros que devendrán esclavos en el Brasil, que termina prontamente para alegría del lector, en una tragedia en la desembocadura del Orinoco donde Robinson es arrojado a las costas de una isla, siendo el único sobreviviente y comenzando el periplo que lo volverá una celebridad literaria y que es propiamente la trama de la novela: vivir más de veinte años en soledad, excluido de toda comunidad humana y acompañado la mayor parte del tiempo exclusivamente de bestias. En tales circunstancias en medio de la dura realidad y en soledad total, el náufrago se lamenta de su suerte, expresa pensamientos complejos, reflexiona sobre la condición humana y manifiesta temores consecuencia de la exclusión social a la que está expuesto. Pero al mismo tiempo Robinson es el rey de un territorio deshabitado, pequeño pero inmenso, es un monarca que dicta leyes y sueña con un esclavo. Esta es sin duda una cuestión política que Jacques Derrida subraya a lo largo del seminario que le dedica en los años 2002 y 2003 a la lectura de esta novela junto a Heidegger. De eso se trata justamente la ambigüedad de la soledad, la soberanía del yo sobre el mundo sin otros, y a la vez, angustia de que no haya otros. El drama robinsoniano en la lectura de Derrida es el drama humano frente al mundo, el hombre en el mundo a partir de la sugestiva y necesaria interrogación de lo más básico y personal de todo sujeto, su mundo. Allí Robinson es un hombre y es todo los hombres frente a la ambigüedad de la soledad: abandonado y angustiado frente a una soledad humana absoluta, se reconforta en volverse un amo y señor, rey absoluto de un territorio sin otros. Derrida dice: ¿La soledad aleja de los demás? ¿Qué digo cuando digo “estoy solo”? ¿Me aproxima o me aleja eso del otro o de los otros? ¿Me aproximo o me alejo de los otros o de otro determinado mediante el simple enunciado de un “estoy solo”, ya sea éste un lamento, un suspiro desesperado o, por el contrario, el signo de una fatuidad complaciente y narcisista? (Derrida,J. 2011:93) Es cierto que Robinson padece su soledad, se angustia, entra en pánico (Defoe se adelanta a la psiquiatría en unos 300 años describiendo los ataques de pánico que sufre el desdichado Robinson), pero a la vez se resguarda narcisísticamente de esos otros, del goce de los otros, que podrían devorarlo canibalísticamente o volverlo un esclavo, apoderarse de sus bienes, de sus logros, de sus pequeños objetos de goce. En el drama de Robinson, el hombre se libera aparentemente de los peligros del otro. Pero si nos atenemos a lo que Lacan plantea en su seminario La angustia, el problema mayor de Robinson es que tiene que lidiar también todo el tiempo con el Otro, siendo alguien tomado todo el tiempo por fantasmas, terrores, mandatos y palabras que resuenan constantemente. Uno de los puntos más altos de la angustia de Robinson es cuando un día cualquiera, caminando por la playa encuentra una solitaria huella. ¿Es el anuncio definitivo de la presencia de otros en su isla, o es un engaño, es su propia huella abandonada, no reconocida. Lacan ve allí la importancia de la lógica del significante, la huella propiamente es una impronta, pero que se vuelve significante al borrarse, al volverse un hueco que testimonia una presencia pasada. Esa huella misteriosa lo recluye, lo encierra en su pequeña y férrea fortaleza. Se niega a salir, se asegura no poder ser visto desde ningún lugar, se encierra absolutamente ante la posibilidad de que alguien pueda sorprenderlo en su guarida. La inminencia de esos otros desconocidos es un drama con el que se enfrenta, y ante el cual se suscitan elucubraciones diversas ¿Quién es ese otro? ¿Qué quiere ese otro? ¿Qué me quiere ese otro? Preguntas que resuenan permanentemente en sus diálogos. Construir una casa, avanzar, recorrer, explorar, sostener una logística de la vida cotidiana, obtención y producción de comida y fabricación de diversos utensilios, son las actividades humanas en las que tiene un rotundo éxito, allí triunfa sobre la naturaleza, siempre está en acción y todo ello se vuelve un problema de que si bien lo ocupa todo el tiempo, es a todas luces de segundo orden, porque a cada paso, el problema que lo angustia es esa inminencia del encuentro con el otro. Robinson es un rey solitario pero absoluto en su isla. La presencia del otro en tanto huella, o en tanto caníbales cuyo festín presencia escondido entre los árboles y que visitan periódicamente la isla, amenazan tal soberanía. Cuando al final de la novela aparece una multitud de otros, él necesitará garantías, firmarán documentos para que lo reconozcan dueños de ese territorio y de lo que allí habita. Ordena a todos que le reconozcan su soberanía total, y los demás agradecidos por el salvataje del que son objeto, firmarán llenos de gozo. La soledad y la soberanía son dos circunstancias complementarias: la soberanía absoluta la alcanza frente a la ausencia de otros, nadie amenaza el libre ejercicio de sus goces, pero a la vez son goces vacíos y narcisistas en esa fortaleza solitaria. Estamos ante el otro problema de la soledad, en tanto fortaleza que protege pero a la vez encierra. El problema de Robinson es el otro en tanto faltante. Ante la ausencia del otro, se atormenta entre angustias, teme ser devorado y que la tierra se abra y lo trague, pero se tortura ante la amenaza de su posible presencia, ser comido, ser esclavizado, perder su soberanía. Derrida refiere que Deleuze afirmaba que existen dos problemas planteados por la novela: el primero es fundamentalmente el problema de existir en un mundo sin otros, y segundo el de que algún modo Robinson habla de la condición humana misma y la paradoja en la que se encuentra a cada paso, que cada ser humano vive en un mundo solitario, extraño para otros, cada mundo con respecto al otro se vuelve algo infranqueable. Para Derrida entre los mundos humanos, tantos según personas existan, hay un espacio y un tiempo infinito, y aferrándose a su lectura de Heidegger sobre Robinson, plantea como tema central la soledad fundamental del hombre en el mundo, como constitutiva del hombre mismo. Al dedicar un seminario entero a la lectura de Robinson Crusoe, es evidente que son muchas las referencias a la obra citando otros autores que creyeron ver en la novela y en la obra de su autor diversas implicancias. La novela claramente alcanza un gran valor metafórico. Por su importancia sólo referiremos la que realiza James Joyce, quien ubica en Defoe, a partir del libro en cuestión, el nacimiento de la literatura inglesa misma, a partir no solo del desarrollo de un lenguaje particular y una temática local, sino sobre todo porque para Joyce, Defoe describe en su personaje lo que Joyce define como el tipo nacional inglés: El verdadero símbolo de la conquista británica es Robinson Crusoe, quien, náufrago en una isla desierta con un cuchillos y una pipa en el bolsillo, se convierte en arquitecto, carpintero, afilador, astrónomo, panadero, constructor naval, alfarero, guarnicionero, agricultor, sastre, fabricante de paraguas y ministro de culto. El es el auténtico prototipo de colonizador británico, del mismo modo que Viernes (el fiel salvaje que un buen día se convierte en un cenizo) es el símbolo de las razas sometidas. Encontramos en Crusoe toda el alma anglosajona: la independencia viril, la crueldad inconsistente, la tenacidad, la inteligencia lenta y no obstante eficaz, la apatía sexual, la religiosidad práctica y bien equilibrada, la taciturnidad calculadora. Quienquiera que relea este libro simple y conmovedor a la luz de la historia posterior no puede dejar de experimentar su fatídico encanto. (Derrida,J. 2011:38) Leer la novela con las claves sugeridas por Derrida es un ejercicio muy recomendable. Como novela misma, no puede dejar de ser antes que nada una reflexión ante la condición humana misma: en definitiva la novela afirma la insularidad de la condición humana, y Robinson en su isla es un espejo que se tiende a cada ser humano.
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