Senna, víctima de sí mismo

Senna, víctima de su talento.

El deporte individual es ego y en el automovilismo, un deporte tan elitista, no es la excepción. La rivalidad entre Alain Prost y Aytor Senna dieron de qué hablar a mediados de los 80s y principios de los 90s, la política que involucraba a Jean-Marie Balestre y su compatriota Prost hizo imposible el día a día del brasileño.

La máxima categoría del automovilismo mundial vivió un pique, digno de ser comparado con el que hoy en día vive el futbol. Por un lado el sudamericano talentoso, humilde (hasta cierto punto, porque está es una profesión de dinero) por el otro lado, el Europeo, experimentado, arroogante y arropado. Al deporte mundial le vienen bien estas rivalidades.

La vida de Prost sin Senna no sería lo mismo y viceversa, y la del Periodismo Deportivo tampoco, rivalidades como la de ellos alimentan nuestra labor periodística. Jordan-Barkley, Brady-Manning, Ronaldo-Messi y Prost-Senna dan de qué hablar semana a semana, generan controversia, debate y contenido, el periodismo vive de rivalidades así.

Por otro lado, cabe resaltar la popularidad que Senna tenía, todo su país lo admiraba, pero se puede observar que no era del todo feliz. La mirada del piloto siempre estaba perdida, como que no dimencionaba la magnitud de su fama, sobre todo en su país natal. ¿Cómo lidiar con tantos ojos al pendiente de uno?

Senna se muere haciendo lo que más amaba, Senna fue víctima de su mayor virtud. Senna era atrevido y veloz, eso le cobró factura en San Marino. El brasileño es la máxima referencia al discurso de todos los atletas que dicen que podrían morir haciendo lo que más aman.

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