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Tema: Dolor social y formas de ternura. El derecho a la salud mental como práctica colectiva.


Enviado por   •  26 de Octubre de 2016  •  Trabajo  •  1.051 Palabras (5 Páginas)  •  385 Visitas

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Lo que uno llama sombra es la luz que no ve

Tema: Dolor social y formas de ternura. El derecho a la salud mental como práctica colectiva.

Estudiante: Florencia Lovato.  FACE-6590

Comisión martes 15 a 16hs

A tardes horas de aquella madrugada bajo una lluvia sin fin, en la oscura e incierta calle Independencia entre Garay y Colón, alrededor de grandes edificios, en pleno centro de la ciudad, se encuentra Clara, una joven de trece años, con la cabeza metida en su capucha del buzo negro que llevaba puesto, apenas asomando su vista, con sus manos en los bolsillos, su piel erizada y sus ojos inquietos mirando de acá para allá. Corriendo a pasos agigantados dentro de un callejón sin salida, en dónde sobreabunda la oscuridad, la incertidumbre, el terror y la sensación de muerte finalmente logra toparse con mi oficina. Asustada, destrozada, sin fuerzas, agitada y con lágrimas similares a corrientes de agua que corren en cataratas, me mira y me abraza.

Desde ese momento cambió mi vida definitivamente. No sé si habrá sido obra del destino, casualidad o qué. Pero sabía que ella sería quien iba a desafiarme como persona y como profesional. Quien iba a alumbrarme de aquella oscuridad que había tanto en mi mente como en mi corazón…

Mi nombre es Sofía, trabajo en una oficina y gano muy bien. Tengo todo lo que deseo.  Puedo decir que soy una privilegiada desde pequeña, nunca necesite nada de nadie y tampoco me importó la necesidad de otros. Siempre pensé que la indiferencia habitaba en la sociedad, que debía convivir con ella. Que era normal ver gente muriéndose de hambre, o suplicando por dinero. Y no soy la única que lo piensa, todos en mi barrio lo piensan, está naturalizado. Pero aquella noche lluviosa, aquellas ideologías que habitaban en las tinieblas de mi indiferencia e insensibilidad fueron esclarecidas por la despampanante y radiante luz llamada Clara.

Clara se encontraba seria, arrinconada en la esquina de mi oficina, mirando a un punto fijo. Con vergüenza, infinita tristeza, confusión y fragilidad extrema. Con los circuitos de la ternura completamente dañados y encontrándose su alma secuestrada por el bloque de horror. Pero, aun así, el enmascarado no se rendía, aquel horror no quería salir de esta joven contemporánea.

Me acerque a ella y le pedí que pueda confiar en mí y entonces comenzó a contarme que su infancia se basó en estar siempre preparada para la huida, para sobrevivir de aquella horripilante realidad que le tocaba vivir, dispuesta a matar hasta morir porque ya se encontraba muerta. Siendo muchas veces perseguida por la policía, abandonada por su propia madre y desilusionada consigo misma por la persona en la que se había convertido, en una delincuente, una marginada. Con infinitas ganas de subir al cielo, tomar el gatillo y desde arriba fusilar al mundo para que su vida de un giro de 360 grados. Para cambiar de una vez, aquello que la arrastra a padecer un goce mortífero que impone tanto la destrucción del otro como de sí misma.

Esta joven con una vida por delante, llena de sueños, desafíos, anhelos que fueron desmoronados en solo segundos por las agresiones y el particular modo de herir de su madre. Heridas que le provocaron desconfianza, humillación e infinita tristeza debido a la ausencia de aquella ternura. La ternura que crea el alma como patria primera en donde se ubican los circuitos de la ternura. Circuitos de ternura ya debilitados, destrozados y descuidados, que generan en ella un vacío e inmensa confusión. Una verdadera encerrona, en el que solo prevalece el dolor psíquico que alimenta esta cultura de la mortificación. Soportando por tanto tiempo aquella inmerecida clínica de crueldad, cuando solamente necesitaba de esa mirada inquisidora buscando la tranquilizadora confianza de un futuro con menos dolor que su presente, de ternura, del abrazo cálido de alguien, del cuidado de una madre, de empatía. Un buen trato, un beso, un “vos podes” pero sin embargo solo recibió humillación, angustia y un profundo dolor psíquico reprimido en lo más profundo de su alma. Dejándola muerta y harta de que la consideren como ese Otro distinto, como una amenaza. Lamentablemente, siendo víctima de los aciagos momentos de la historia, signados por el terror de un vacío inmenso que dejaron lugar a el individualismo, egoísmo, la falta de compromiso.

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