Tendré entonces mi casita y una milpa y buenos güeyes, y seré como esos reyes que no envidian ya nadit
Enviado por Diego Campos Chaves • 28 de Enero de 2016 • Apuntes • 5.480 Palabras (22 Páginas) • 302 Visitas
¿Qué valores valen hoy en Costa Rica? *
Oscar Fernández
"Tendré entonces mi casita y una milpa y buenos güeyes, y seré como esos reyes que no envidian ya nadita"1.
"Hágase millonario de la noche al día"2.
Entre lo tradicional y lo moderno... Dos epígrafes encabezan este texto. Ambos expresan y condensan, a su manera, aspiraciones o valores asumidos o simplemente inducidos. El primero de ellos, usualmente acompañado de una cadencia, familiar para nosotros, melosa quizás para otros, expresa en el futuro sencillo del indicativo, un sueño posiblemente alcanzable de aspecto y contenido concretos: territorialidad para la habitación y para el trabajo. Eso, que parece resultar allí más que suficiente, disiparía cualquier sentimiento de envidia o de pretenciosa ambición. El otro epígrafe, a diferencia del primero, resuena más bien mediante una voz en off, imperativa y ruidosa, e invita a un consumo que puede transformar la vida, sin esfuerzo alguno y vertiginosamente, para dar cuerpo a una multiplicidad de sueños que el medio asimismo ofrece y que quizás se podría sintetizar en la aparente y seductora posibilidad de convertirse, sorpresivamente, en alguien claramente rico y famoso. Mientras que -podría alguien sostener- las estrofas citadas de esa folklórica canción, evocan el aire apacible y moderado de nuestra meseta central y remiten así -inequívocamente- a los logros y a las aspiraciones de nuestro campesinado medio y pequeño, pilar y bastión de una sociedad tradicional, que ha sufrido los embates, sin dejar de beneficiarse sin embargo, de los aportes de una acelerada modernización, el spot publicitario transmitido por la televisión, provoca y produce sueños de otro 2 talante y de otra dimensión. Si el primero aparece enunciado en primera persona, el segundo se destina a una indeterminada y segunda persona del singular, a quien se proporciona un espejo o un cristal, en el que aparece sugerido un futuro en el que se puede dar rienda suelta al confort y al placer. Entre esas diversas concepciones de lo deseable 3 , entre esa gama de valoraciones que coexisten o se excluyen, nos movemos hoy en la sociedad costarricense, sin tener claro, ciertamente, qué valores se han hundido en el pasado, cuáles sobreviven y persisten y cuáles emergen o se prefiguran, constituyendo ese universo complejo de los valores que nos orientan o nos orientaron. ...entre los Genios invisibles de la Ciudad... Este fenómeno de la multiplicidad valorativa no tendría por qué sorprendernos. Como lo ha destacado recientemente Georges Balandier: "La sociedad es, en su devenir, el espacio cambiante donde se actualizan y oponen valores competitivos de edades diferentes"4 . Aún más: si esta relativa diversidad de valores parece ser una característica de toda sociedad global, ese hecho se presenta de una manera quizás más acentuada y llamativa en las sociedades latinomericanas, sobre todo en algunas de ellas, donde la integración de orden cultural prácticamente nunca existió. "¿No es la desarticulación o, para usar una expresión habitual, la `heterogeneidad estructural' -se pregunta Lechner- uno de los grandes problemas históricos de la sociedad latinoamericana?"5 . Podría objetarse, con cierto fundamento, que precisamente uno de los rasgos históricos que caracterizan y distinguen a la sociedad costarricense de la mayor parte de sus vecinas, reside en el hecho de haber alcanzado una integración interna relativamente temprana, lo que le ha evitado, justamente, los dolorosos desgarres y las prolongadas fracturas que atraviesan, hasta hoy, buena parte de las otras formaciones sociales del continente y de la región. Podría argumentarse, también, que la estructura de la propiedad y los mecanismos de participación política y cultural históricamente desarrollados en el seno de nuestra sociedad, permitieron o se fundaron, en la existencia relevante de una pequeña y mediana burguesía rural y urbana tradicionales, que cumplieron un importante papel cohesionante y estabilizador. En nuestra sociedad, más importantes que las revueltas y las resistencias que intermitentemente se han dado, han sido los procesos de negociación y de compromiso, a los que de una u otra forma se ha llegado. Podría sostenerse, con sobrada razón, que el patrón de crecimiento urbano prevaleciente todavía hasta hace unas pocas décadas, permitió la aparición y la extensión de barrios pluriclasistas y de escuelas públicas relativamente abiertas, que hicieron posible el encuentro y la convivencia cotidiana de individuos de diversa procedencia económica y social. Sin embargo, con la industrialización estimulada que se dio a partir de los años sesenta y a partir de la urbanización dislocada que se acentuó simultáneamente, algunas de esas condiciones comenzaron a variar significativamente. Las diferencias económicas se han venido probablemente acentuando, la distancia social se ha hecho más patente, en la medida en que, el espacio residencial, con la consecuente utilización de servicios educativos, de salud y de recreación, se han hecho más exclusivos o inaccesibles por lo que, algunos comportamientos culturales, como era de esperarse, se han tornado más ostentosos y diferenciables, dando lugar a una marcada distinción. 3 Es de presumir, por consiguiente, que estos profundos cambios han contribuido decisivamente a la pérdida de vigencia, la modificación, la persistencia o la aparición de un espectro amplio de valores de muy diverso tipo. Los procesos de modernización, como es bien sabido, suponen, ocasionan y promueven un conjunto alternativo de valores, frente a aquellos, tradicionales, que responden a un momento o a una etapa anteriores: "Empieza lo que Guglielmo Ferrero ha denominado la guerra entre los Genios invisibles de la Ciudad, en otras palabras, el duelo existencial entre la legitimidad tradicional y la nueva legitimidad"6 . ...sin tener claro qué valores permanecen y cuáles han cambiado... Desafío inquietante para el sociólogo que no reduce el análisis de la modernización a los procesos de orden económico por más importantes que estos sean. Tarea pendiente o inconclusa para la sociología latinoamericana que, nacida al calor de la modernización, no se consagró con el mismo ahínco y creatividad con el que se emplearon los clásicos europeos: Tönnies, Durkheim o Weber, a caracterizar, en su tremenda complejidad, el pasaje y la transición de las sociedades tradicionales a las sociedades industrializadas. Con la conocida excepción en la sociología latinoamericana de la obra de Gino Germani 7 , el pensamiento cepalino -a pesar de la posterior inclusión en sus análisis de las variables sociales y políticas- y el dependentismo -a pesar de la originalidad de su planteamiento, que permitió sin duda comprender mejor la dinámica de nuestras sociedades en el contexto de la economía mundial-, no intentaron dar cuenta, de manera amplia, prioritaria y satisfactoria, de esos procesos que, desde la vulgata y desde la ortodoxia se designaban peyorativamente con el adjetivo de superestructurales, sin tener en cuenta que, como lo ha señalado José Joaquín Brunner: "El futuro de la América Latina no será por lo mismo demasiado distinto de su presente: el de una modernidad periférica, descentrada, sujeta a conflictos, cuyo destino dependerá en parte, y en parte no, de lo que las propias sociedades logren hacer con ella en el proceso de producirse a través de su compleja, cambiante heterogeneidad"8 . Tentación riesgosa, finalmente, la de pretender descubrir, como si se tratara de un realidad dada, acabada y con existencia propia, el imaginado y único sistema de valores, que no sólo cohesionaría el quehacer social de los individuos, sino que, además, constituiría la referencia clara, localizable, jerarquizada y obligada, a la que acudirían permanentemente los agentes sociales para orientar sus variadas conductas, al haberlo incorporado en sus conciencias, gracias a los diversos procesos de socialización. Tal y como lo ha indicado con acierto Alain Caillé: "Nada permite suponer a priori que una sociedad sea una y homogénea, ni que ella efectúa una escogencia única y que ella se ordena, toda entera, como un conjunto de teoremas producidos a partir de algunos axiomas iniciales, alrededor de un sistema de valores único"9 . Es más, nuestra reserva frente a esas tentativas puede ser mayor: I) No habría por qué suponer que el conjunto disperso de los valores y de las valoraciones presentes de una u otra forma en una sociedad determinada, se encuentran consistente y exhaustivamente organizados entre sí. II) Tampoco habría por qué suponer una especie de principio integrador (espíritu de una época, visión de mundo, ideología general) que pudiera revelarnos la clave oculta de esa articulación pretendidamente totalizadora, ni habría por qué suponer que los agentes sociales concretos incorporan de manera completa y coherente el conjunto de determinados valores. I II) No parece necesario tampoco suponer que esos mismos agentes actúan necesariamente de acuerdo 4 con esas creencias, que asumen sin embargo, con frecuencia, como preferibles. IV) Finalmente, no creemos conveniente partir del supuesto según el cual, al producirse esa discordancia entre la creencia y la práctica, la primera tendería a ajustarse prontamente a la segunda. Nuestros supuestos se desplazan más bien por otros rumbos: I) No partimos de un postulado sistema unitario de valores vigente en su totalidad en un momento dado en una sociedad. Ni siquiera consideramos que ese sistema preexistente -cuál decálogo consagrado- sería asumido en forma distinta por los clases y grupos que compondrían esa sociedad. Consideramos más bien que, desde las posiciones que ocupan en el espacio social, los individuos organizan parcial y limitadamente algunos de esos valores, en función de las estrategias valorativas que es posible determinar, a partir de sus opiniones y de sus acciones. II) La caracterización de lo que podrían ser esas estrategias valorativas, incluso de aquellas que parecen más comunes y más frecuentes, no deja de ser un mero recurso metodológico en el sentido weberiano del término, ya que no reproduce ni agota la multiplicidad de variantes individuales o grupales que efectivamente operan en el nivel de lo real. III) Si bien el supuesto de racionalidad puede resultar útil para comprender la forma posible en que, desde determinadas elecciones de fines, los individuos escogen los medios que pueden ser considerados más adecuados para su obtención, habría que destacar que: a) como lo subrayó el mismo Weber, la acción racional estricta es sólo un caso límite en la realidad: las acciones concretas se desarrollan, en la práctica, interferidas por un sinnúmero de factores inevitablemente distorsionantes (afectivos, pasionales, habituales, tradicionales); b) que el criterio de lo que sería la mejor adecuación medios-fines, es un parámetro societal e histórico altamente variable, por lo que, preferible resulta hablar más bien de racionalidad en plural. Lo que sí parece probable, es que los diversos agentes sociales buscan y se satisfacen con un criterio de consistencia parcial o regional que permite reconciliar e integrar, limitadamente, ciertos valores, de procedencia, tal vez, diversa y hasta contradictoria. IV) Las creencias valorativas presentan, con frecuencia, lo que Robert Abelson ha denominado un efecto de persistencia, que las hace sobrevivir, a pesar de una evidencia lógica o fáctica que podría eventualmente invalidarlas desde el punto de vista de la argumentación racional 10, o a pesar de su pérdida de vigencia práctica, desde el punto de vista de la cotidianeidad de los agentes. Nos atreveríamos por consiguiente a sostener que la creencia puede actuar más bien, en muchas ocasiones, como una aspiración a un estado, o bien inexistente o bien ya desaparecido. En este último caso, los agentes quizás actúan orientados realmente por otros valores, aunque se sientan obligados a cumplir formal o visiblemente con lo que señalan o sugieren los valores que dicen asumir, sancionando, de diversa manera, a aquellos que no se ocupan de ese cumplimiento formal. ...tratando de delimitar el ámbito de lo que parece importante... ¿Cómo abordar, por consiguiente, esa complejidad de desconcertantes fenómenos que remiten no sólo al rostro que presenta una sociedad, sino que busca llegar hasta lo profundo de sus entrañas? ¿Cómo "podemos estar seguros que los valores afamadamente descriptivos de una población son sus valores y no simplemente alguna fantasía de la imaginación de un teórico"?11. ¿Es acaso la encuesta de opinión un instrumento útil para obtener una aproximación confiable de eso 5 que Weber llamaba "valoraciones últimas"12, o de una manera aún más precisa "axiomas de valor último"13, de los cuales -según él mismo lo señalaba- "proceden las opiniones recíprocamente contrapuestas"? 14. Determinando, a partir de los resultados de esas encuestas, lo que podríamos llamar el ámbito de lo que se considera importante, podríamos tratar de establecer la relativa consistencia que ofrecen, en su articulación parcial, algunos de esos valores así como su eventual o probable jerarquización. Dos dificultades presenta esa tentativa en el caso concreto de nuestra sociedad costarricense: l) el sondeo regular de la opinión de nuestra población dio inicio apenas hace poco más de una década; 2) no ha habido un interés -focalizado y marcado- por explorar esos valores ya que son escasas las encuestas referidas a esas interrogantes y, por otro lado, las encuestas nacionales de opinión, cuando las han formulado, no les han dado un seguimiento constante, lo que talvez, habría permitido un análisis comparativo a lo largo del tiempo. A pesar de las dificultades recién señaladas, resulta posible intentar una aproximación para tratar de deslindar ese campo impreciso de lo que se valora como decisivamente importante. No sin cierta exageración Alain Caillé nos recuerda que: "La tarea última de las ciencias sociales no puede ser otra que la de determinar en qué medida existen valores últimos en el sentido de Max Weber. Y cuáles son las consecuencias de la tentativa de ponerlos en práctica y de combinarlos"15 . La pregunta sobre aquello que se considera más importante para ser feliz, ha sido, en algunas ocasiones, directamente planteada a los encuestados de la consulta regular que, a escala nacional, realiza el CID (Consultora Interdisciplinaria de Desarrollo). Y si nos referimos a resultados relativamente recientes, en noviembre del 88, un hogar feliz parecía ser la condición más importante, independientemente de cualquier otra variable sociodemográfica de los entrevistados, seguida de la participación en la religión. Contrario a lo que algunos podrían suponer, la condición de tener bienes aparece en una quinta posición, por debajo de recibir respeto de otros y de tener una profesión (OP-CID, XII-88). Poco más de un año antes, y a la pregunta concerniente a lo que se consideraba más importante en la vida, también la vida familiar había aparecido en primer lugar, seguida de lejos por la seguridad económica, por una vida de acción y por la prosperidad económica (OP-CID, X-87). Analicemos, en consecuencia, la posible significación de atribuir tanta importancia -en todo caso en el nivel de la opinión manifiesta- a lo familiar, a lo religioso y a lo económico, ya que esto último aparece formulado de una manera particularmente interesante. ¿Home, sweet home? ¿Qué clase de familia parecen valorar los costarricenses? ¿Qué tipo de relaciones, qué patrones de crianza son aquellos que resultan evaluados positivamente por los encuestados? El peso de lo tradicional se hace sentir aquí, en el plano de lo que se considera deseable: en la encuesta del CID de julio del 90, casi 3 de cada 4 costarricenses considera que la situación ideal para los niños, consiste en que sea el padre el que trabaje y que sea la madre la que se quede en casa, cuidando de ellos. Valoración por consiguiente de la vieja repartición de roles. ¿Nostalgia de una experiencia vivida o quizás simplemente idealizada? Hay que destacar, sin embargo, que parecen aceptar más la situación en la cual padre y madre trabajan y ambos asumen el cuidado de los hijos, aquellos encuestados residentes en la 6 Aglomeración Metropolitana, menores de 24 años o con estudios secundarios o superiores. Asimismo, parecen sancionar más negativamente la utilización eventual del castigo físico de los niños, los jóvenes y los residentes de la Aglomeración Metropolitana, que aquellos de mayor edad o que habitan fuera de esa región urbana (OP-CID, VII-90). Parecería, pues, que entre los más jóvenes se ha venido pasando de lo que Bryan Wilson llamaba "un estado de calculada represión a otro de estimulada expresión"16, por lo menos en lo que a la educación de los niños se refiere. La aceptación de algunas prácticas nuevas que se han venido haciendo más frecuentes y más toleradas en ciertas sociedades metropolitanas, ofrece matices interesantes en nuestra sociedad costarricense: frente a la pregunta sobre una eventual legalización del aborto, 3 de cada 4 costarricenses se oponen a la interrupción voluntaria y legal del embarazo y más de la mitad de los encuestados no parecen aceptar fácilmente el divorcio (OP-CID, XI-88), a pesar de que nuestra legislación fue una de las primeras en América Latina en introducirlo y a pesar de que, si en el 8l los cifra anual de divorcios en Costa Rica era de l728, en el 87, un año antes de la consulta citada, el número alcanzaba ya los 2665 (LN 8-II-88). La modificación de las prácticas no parece haber erosionado algunos valores. Si en el medio urbano y en el nivel de los estratos medios y altos, la práctica matrimonial parece ajustarse progresivamente a lo que algunos sociólogos de la familia norteamericanos llaman el matrimonio serial, que asegura la sobrevivencia de la vida en pareja, pero con distintos componentes a lo largo del tiempo, el contrapunto de los hechos, señala sobre todo en los estratos bajos y en las provincias costeras del país, la persistencia importante de uniones libres o consensuales, ya que, de acuerdo con la Encuesta Nacional de Fecundidad y Salud (realizada a escala nacional en el 86 y publicada por la Asociación Demográfica en el 87) l de cada 5 parejas establecidas, no había sido formalizada ni legal ni religiosamente. Además, según datos de Estadísticas Vitales de la Dirección General de Estadística y Censos, para el año 89, casi 4 de los l0 niños nacidos durante ese año, nacieron fuera de matrimonio. Más importante aún: ambos índices han venido creciendo durante los últimos años 17, lo que parece confirmar una especie de adhesión formal a ciertos valores familiares, que responden, más que a una realidad, a una imagen de lo que se supone deberían ser nuestras estructuras familiares. Un modelo de familia nuclear en regla que parece jugar el papel de una compartida y amplia aspiración y que no refleja, en modo alguno, la diversidad de los patrones familiares coexistentes, que incluyen a la familia amplia pero incompleta, en la que es la mujer la que debe asumir la jefatura y una gama de variantes de la familia restringida, en la que conviven y se desarrollan hijos de la unión actual o de uniones anteriores. A Dios rogando … Hace algunos años y refiriéndose específicamente a la sociedad inglesa, el sociólogo D. Martin afirmaba de una manera un tanto categórica: "La religión o la `cristiandad' es lo que todavía nos une"18. A juzgar por las respuestas a la consulta de febrero del 90, realizada por el CID, algo similar podría sostenerse en relación con la sociedad costarricense: 8 de cada l0 costarricenses dicen orar con una frecuencia al menos semanal (OP-CID, II-90). Un año antes y según se desprende de las respuestas dadas a la pregunta sobre las actividades cotidianas realizadas durante la semana, el porcentaje de los que realizaban sus oraciones durante la semana era prácticamente el mismo, puesto que alcanzaba el 8l%. De esos mismos datos, es posible concluir que un 58% asistía semanalmente a los servicios religiosos y un 46% manifestaba haber leído la Biblia, con esa misma frecuencia o regularidad. Y aunque la religiosidad parece mayor entre las mujeres 7 y entre las personas de mayor edad, los porcentajes globales podrían sorprender a más de uno. Las preocupaciones religiosas parecen estar muy presentes en la vida cotidiana de los costarricenses. Según se desprende de lo anterior, la religiosidad de los costarricenses no se circunscribe a la celebración religiosa de los grandes pasajes (bautizo, matrimonio, funerales) lo que caracteriza, más bien, a quienes los sociólogos de la religión llaman creyentes o practicantes semi-desligados y que pueden ser claramente distinguidos de aquellos que se auto ubican fuera de la Iglesia. La mayoría de los costarricenses se liga claramente a la vida de la Iglesia: en sus creencias y en buena parte de sus prácticas. Y de una manera más específica -y esto no es ninguna novedad- adhieren a la Iglesia Católica, puesto que, a pesar del crecimiento del pentecostalismo durante la década de los ochenta, en la encuesta de noviembre del año 87, un 85% de los costarricenses se dice católico, un 9% se reconoce protestante y un 6% pertenece a otros credos religiosos o dice no tener ninguno (OP-CID, XI- 87). Así mismo y como dato adicional, la escena política se ha venido inundando en los últimos años, de plegarias y de invocaciones: la retórica política no distingue ya claramente el ámbito de lo mundano y de lo religioso; quienes ejercen el poder, o aspiran a ejercerlo, se sienten obligados a dar muestras y pruebas convincentes de su creencia y de su fervor, más pareciera que con el único fin de ganarse la credibilidad y la confianza del electorado. Y, en el caso de algunos dirigentes políticos, de nuevo la adhesión formal parece jugar un papel decisivo: aquí, como en otros lados, "un desliz moral puede ser absuelto y olvidado después de un modesto período de estigmatización o semi-retiro"19. Pero más importante quizás que lo anterior: a pesar de la religiosidad mayoritariamente manifiesta, algunas decisiones privadas decisivas y algunos comportamientos cotidianamente importantes, no transitan por los senderos que sugieren esos valores tradicionales a los que se dice adherir. Baste como ejemplo la clara contradicción entre lo que continúa aun predicando el magisterio de la Iglesia sobre la contracepción y las prácticas sexuales que en ese sentido parecen ser predominantes: según lo señala la Encuesta Nacional de Fecundidad y Salud del 86, ya antes citada, un 4l% de las mujeres que mantiene una unión estable practican algún tipo de contracepción artificial. Si a ese porcentaje se le añade el l7% que de alguna forma ha aceptado o que ha abiertamente optado por la esterilización, el porcentaje total se eleva a un 58%. Urgencias o preferencias de diverso tipo hacen que algunas prácticas importantes entren en contradicción con creencias religiosas a las que quizás firmemente se adhiere, sin que haya por consiguiente que renunciar o hacer abandono de esas creencias. Sincretismo y consistencia parcial que hacen posible un apego tan solo relativo a lo tradicional, sin que eso provoque, necesariamente, conflicto alguno de conciencia. Ni rico ni pobre: tan solo acomodado A diferencia de lo familiar y de lo religioso, que aparecen señalados explícitamente en las encuestas dentro del ámbito de lo importante, lo económico emerge más bien como una condición decisiva pero asociada a otros valores. Cuando se pregunta a los encuestados cuál es el factor más importante para la felicidad de una pareja casada, más de la mitad responde que la estabilidad económica, muy por encima del tener hijos o del mantener buenas relaciones (OP-CID, III-87). Frente a esa consideración cabe preguntarse: ¿Será posible acaso desentrañar el sentido y el contenido atribuido a esa supuesta y deseada estabilidad económica, que puede querer significar cosas tan distintas? ¿Se identificará esa estabilidad con el enriquecimiento económico o sobrevivirá quizás un cierto sentido de la mesura y de los límites que parece reflejarse en el primer epígrafe que encabeza 8 nuestro texto? Si recurrimos libre y selectivamente a los resultados de estas mismas encuestas, ¿será posible señalar al menos algunas precisiones en torno a estas valoraciones y a la forma en que se entrelazan formando lo que quizás bien puede ser una estrategia que, sin ser claramente consciente en los agentes, funciona con una integración relativa de creencias y eventualmente de prácticas? Partamos de una contradicción tan solo facial o aparente: en la encuesta del CID de julio del 90, más de la mitad de los encuestados (un 56%) considera poco o nada probable el convertirse en alguien adinerado. Por otro lado, en esa misma encuesta, casi un 75% considera que es posible progresar en la vida sin tener dinero, mediante el esfuerzo y el trabajo. Una lectura ligera y descuidada de la primera respuesta podría llevarnos a pensar que más de la mitad de los costarricenses considera que no existen canales de ascenso social y económico que permitan desplazarse de abajo hacia arriba en la pirámide social. Pero esa lectura sería sólo parcialmente correcta: lo que no parece probable o del todo posible a ese sector mayoritario de costarricenses, es simplemente convertirse en alguien adinerado, es decir en alguien rico y famoso, como nos lo propone el spot que mencionábamos en el segundo epígrafe de nuestro texto. Podría alguien suponer que la percepción de esa dificultad o de esa veda a la condición de adinerado estaría provocando sentimientos de frustración o de amargura en ese sector de opinión. Sin embargo y según nos lo señala otra respuesta a ese mismo cuestionario, más de 4 de cada l0 costarricenses considera -con razón o sin ella: no es ese evidentemente el problema- que los ricos son menos felices que los demás. Sólo l de cada 4 (un 24%) cree que son más felices (OP-CID, VII-90). No siendo los ricos un modelo positivo, ya que la infelicidad no aparece como un valor positivo, no tendrían por qué despertar ni el deseo mimético de ser como ellos y, quizás más importante aún: ni la envidia ni el resentimiento. Esto, claro está, suponiendo que la encuesta esté expresando fielmente esa percepción y que la imagen de relativa infelicidad de los ricos se mantenga por un tiempo más. La aparente contradicción se disipa si tenemos en cuenta que 3 de cada 4 costarricenses considera o cree posible surgir o progresar, es decir: alcanzar esa situación de estabilidad o seguridad económica que era percibida como condición fundamental para la felicidad de la pareja, a través de valores más bien instrumentales, como serían, en este caso, el esfuerzo y el trabajo. Por consiguiente, en esta estrategia, que convencionalmente podríamos llamar, de la seguridad económica, estarían asociados y consistentemente integrados valores fundamentales e instrumentales de diferentes registros: la seguridad económica, concebida como requisito de un valor aparentemente más importante, que sería la felicidad familiar. Asimismo, los medios para lograr esos valores últimos estarían religiosamente justificados como válidos y legítimos, puesto que se trataría del trabajo y del empeño de cada quien. Lo advertíamos al principio: la construcción de una estrategia valorativa como la que hemos propuesto no pretende -en modo alguno- reflejar esa compleja y escurridiza articulación de las creencias y de las prácticas valorativas en su funcionamiento real. Su formulación pretende contribuir a hacer eventualmente inteligibles opiniones y comportamientos dispersos y aislados, que pueden resultar relativamente consistentes si se observan y analizan a través de ese prisma metodológico. 9 ¿Hasta adonde, sin embargo, el ordenamiento que hemos intentado a partir de valores simplemente manifiestos o explicitados no viene a alimentar la ilusión de que somos un poco lo que creemos o querríamos más bien ser? ¿Hasta dónde, al no ser los agentes plenamente conscientes de los fines que en la práctica buscan, no nos tienden, sin proponérselo, un velo desconcertante que nos impide clarificar el contenido y el alcance de lo que realmente están haciendo? ¿Hasta dónde los costarricenses estamos realmente buscando otros fines que aquellos que declaramos buscar? Hemos señalado que en algunos ámbitos de la realidad, el registro de lo real no coincide con lo que se sostiene franca y abiertamente en el plano de las creencias. Bien podría estar ocurriendo que esta estrategia de la seguridad económica, que supone un cierto sentido de la mesura y de la limitación, haya venido siendo desplazada y sustituida, en la práctica, por un ordenamiento estratégico con otra composición y con otra jerarquización. Sólo el análisis de los comportamientos concretos puede aclararnos, en rigor, esas dudas que internamente nos trabajan. En todo caso, se impone quizás una conclusión que algunos considerarán paradójica y que tiene más bien los rasgos de un reto o de un desafío: no está de más preguntarnos, tanto individual como colectivamente, si en estas condiciones difíciles, podemos seguir siendo -como individuos y como sociedad- un poco lo que éramos y quisimos ser, o si no tendremos otra alternativa que la de convertirnos en algo que no fue lo que realmente quisimos ser y que no sabemos con certeza ahora, si es realmente lo que queremos ser.
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