Terremoto En El DF 85
Enviado por carlos6201 • 26 de Junio de 2015 • 1.042 Palabras (5 Páginas) • 232 Visitas
La maestra advirtió que aquel alumno que faltara al intercambio navideño sería reprobado, así que no teníamos elección. Yo no sé todavía por qué carajos se empeñan en esas tonterías, como si aquello nos fuera a hacer más amigos del tipo que nos caía gordísimo.
Mi madre hizo un mohín cuando le di la noticia y de inmediato reprochó que “ya no saben en qué hacernos gastar, como si uno cagara dinero”. Y es que la situación en casa no era nada sencilla, había demasiadas cuentas por pagar: la renta, luz, agua, el gas, la cooperación para la posada de mi hermana, la piñata que le tocó comprar a mi otra hermanita, el traje de pastorcillo para la pastorela en que salía mi carnal y un sinfín de etcéteras, sin contar que se aproximaba el Día de Reyes en menos de un mes. Además eso de los intercambios navideños era terriblemente decepcionante. El ejemplo más claro es que mi madre eligió una bufanda a cuadros que ni a mí me gustaba y mucho menos entusiasmaría al chamaco que la recibiría. Así que fue penoso el día en que fuimos pasando uno a uno al frente para entregar el obsequio y abrazar falsamente al niño o la niña que te tocó en el intercambio. “¿Quién te tocó, Roberto?”, me preguntó la profesora. Por poco y se me sale decir “El Chakespiere”, como le decíamos al que siempre declamaba en los festivales del Día de la Madre y el Día del Maestro y el día de pasar a hacer el ridículo. Pero recompuse a tiempo y señalé a la segunda fila para decir “Fernando”. Entonces, bien peinadito y tan pulcro como siempre, él se levantó y fue por su fabulosa caja envuelta en papel metálico con esferas de colores. Nos dimos un abrazo a medias, para luego huir a nuestros lugares. Uno a uno fueron desfilando para repetir el numerito, que era coronado por aplausos tan entusiastas como un obrero en fin de quincena. Lo peor fue cuando pasó Ileana, que además de ser la más fea del salón le decían La Mostachona porque tenía más bigote que todos los de tercero. Ella dijo mi nombre y de volada me puse rojo cuando pasé al frente. Alguien gritó el estúpido “¡beso, beso, beso!” y algunos siguieron el coro mientras el resto se carcajeaba. Y todo para que mi cara se pintara de decepción al ver que por enésima ocasión me habían regalado unas “Lenguas de gato”, sin saber que a mí los pinches chocolates nunca me han gustado. La misma historia de antes: mis hermanos devorarían los chocolates, mientras Nadia se quedaría con la cajita para guardar chucherías. Desde entonces odio los tristes intercambios navideños, porque te dan las cosas más inútiles, los regalos reciclados de la abuela: una taza con chocolates y envuelta en celofán, los guantes para el frío, la bufanda ridícula, el Surtido Rico de galletas, el chingado muñeco de peluche o aquella cartera con el escudo de tu equipo y el llavero que tenía olvidado el padre en algún cajón. Por eso crece uno traumado, me cai de madres.
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