"Todas las mujeres somos putas” por Lydia Aquino
Enviado por paolagarr • 25 de Abril de 2014 • 2.777 Palabras (12 Páginas) • 853 Visitas
“Todas las mujeres somos putas” por Lydia Aquino.
Todas las mujeres somos putas, eso lo tengo bien claro. Unas son más astutas que otras, unas consiguen más que otras, unas se lo disfrutan más que otras, pero todas, en fin, somos putas.
¿Qué es una puta?
Mi sabia madre me dijo desde niña que la vida de una mujer no era fácil, en especial, en este país machista-tercermundista en el que nací. A mis 12 años, compartió un secreto de hermandad: las dos herramientas mas importantes para que una mujer sobreviva en este mundo son tener buen crédito y saber manipular a los hombres. A los 16 años me sacó mi primera tarjeta de crédito para que puisera en práctica la primera herramienta. La lección para la segunda herramienta comenzó esa misma noche.
Me había bajado la regla por primera vez, así que la liberal de mi madre me dijo: “Como ahora te puedes preñar pues te voy a dar el ‘sex talk’”. Era una niña precoz y veía muchas películas R, así que ya sabía por donde venía la cosa. Mami me dice: “El sexo es lo mejor que vas a hacer en la vida. No conozco a nadie que diga que no le gusta” y comenzó a darme explicaciones explícitas de lo que iba a sentir y de lo que iba a hacer. Siguió: “Cada vez que lo hagas usa un condón, no te puedes preñar, si te preñas te lo sacas y no me digas nada porque yo soy tu madre y se supone que te regañe”. Entendido. Finalizó: “Nunca te mueras por un hombre, que ellos se mueran por ti y ya sabes, una dama en la calle y en la cama se lo que tengas que ser”. Ya entrada en la adolescencia entendí esa parte. Una cosa es ser puta y otra cosa es putear. Años mas tarde, mi abuelo, que en paz descanse, me dice de la nada sentado en el balcón de su casa: “Aunque estes molesta con tu marido, acuéstate con él”. Me chocaron sus palabras, era la primera vez que me hablaba como hombre y no como abuelo. Cuando me molesto con Alfredo, pienso en él. Aprendí la diferencia del sexo para el hombre y para la mujer. Los hombres son animales, se manipulan en la cacería, no desnudas.
A los 14 años, mi madre me mete a coger clases de refinamiento, claro, ella juraba que yo me iba a casar con el príncipe William. Entre lección y lección me confundía el por qué los hombres le tienen que abrir las puertas a las mujeres, de por qué el hombre debe pararse al frente de la mujer en las escaleras eléctricas, de por qué el hombre, cuando se cruza la calle, debe estar al lado de donde venga el tránsito. Me hacía sentir como una inútil. ¿Dónde están las feministas? Me dejé llevar por la corriente, es cuestión de que te valoricen, pensé. No le di cabeza hasta varios años después.
Cuando vivía en Los Angeles, el esposo de una amiga dijo: “Yo no sé por qué el hombre tiene que pagar la cuenta en las citas. Las mujeres hoy día trabajan y la pueden pagar. Además, no buscan la igualdad con los hombres, pues que paguen”. Sentí esa cosquillita que te entra por los pies, te recorre la sangre y te empieza a latir el cerebro, agudizado por el ron que había consumido, no me pude aguantar y escupí: “Porque por eso les mamamos las pingas”. Pasó como en las películas, hasta la música se apagó y todo el mundo me miraba. Ahora que tenía la atención de todos en la habitación, abundé: “Mira nene, tu te crees que nosotras nos morimos por mamártelo, pues déjame decirte que no. Te crees que nos gusta ponernos en cuatro y darte el culo, pues no. Los gay lo hacen porque ellos tienen próstata, nosotras no tenemos. Tú te crees que nos gusta acostarnos con ustedes a cualquier hora en cualquier parte de la casa o en público. Pues no. Lo hacemos por deber. El deber de una mujer a mantener a nuestra pareja contenta. Lo menos que tu puedes hacer por mí es pagar la cuenta del restaurante, abrirme la puerta del carro y comprarme flores de vez en cuando. Nosotras los mantenemos contentos y ustedes pagan, ¿entendiste?Fulanita (voy a mantener el nombre de la esposa en el anonimato) si se queja, sus razones tendrá. Haz algo por él.” Por lo visto, no entendió mucho porque ambos se fueron de la fiesta. Ahí, rodeada de amigos que me aplaudieron, comiendo pizza de Domino’s y medio mareada del alcohol, me di cuenta que había encontrado el santo grial de las relaciones.
Semanas después conozco a Alfredo. Después de enamorarme hasta el tuétano, Alfredo me dice: “Quiero sacarte a comer, pero no tengo dinero. Tenemos tres opciones, quedarnos en la casa, salir a un restaurante, pero nos dividimos la cuenta o te puedo llevar al KFC que queda aquí al lado”. Yo decidí ir al KFC. Alfredo se sintió macho al sacarme de la casa y pagar por nuestra comida de fast food. El KFC estaba vacío, el manager nos atendió, nos llevó la comida a la mesa, me regaló un pop-corn chicken y cantamos hasta la medianoche la música de los ochenta que tenían en la radio. Cuando botamos la basura y pusimos la bandeja encima del zafacón. Alfredo y yo nos miramos y él me dice: “No puede ser que la mejor cita de mi vida haya sido en un KFC”. Sí, así fue. Y en ese momento, Alfredo me abrió la puerta del establecimiento y después la del carro. Ese día me enteré que me había convertido en su puta.
Después de cuatro años de relación, de miles de salidas y cientos de conversaciones existenciales. Alfredo me lleva casualmente al cine. Alfredo y yo nos enamoramos en el cine y también hemos debatido intensamente por largas horas a consecuencia del mismo. Vimos Inception. La película estaba muy buena, pero a Alfredo le encantó. Mientras hablamos con terceras personas, me percato de la fascinación de los hombres con la misma. Todos estaban mamando con la puta película. Se decían que entre sí que esa trama tan ingeniosa y original hacía la película inolvidable. Yo solté una carcajada y Alfredo me miró con una ceja más arriba de la otra y me pregunta: “¿No te gustó?” Respondo que sí, pero que no era para tanto. ”¿Cómo que no es para tanto? Ese guión y esas secuencias estaban espectaculares”. Le digo: “Sí, Alfredo, estoy de acuerdo, en lo que no estoy de acuerdo es con que la película es original e ingeniosa”. Alfredo cuestiona: “¿Cómo que no es original?” En ese momento, comparto el santo grial con mi pareja, aquel consejo que me dió mi madre cuando caí en menstruación por primera vez y que me cambió la vida: “Nada que no hayamos hecho las mujeres desde el principio de la humanidad”. Alfredo luce confundido. Abundo: “Cuando una mujer quiere algo de un hombre le siembra la semilla de esa idea en el cerebro y le hacemos creer que esa grandiosa idea se le ocurrió a ustedes, le aplaudimos y le decimos: Mi amor, que brillante idea, tu eres tan inteligente”. Alfredo no lo quiere aceptar. Me dice: “O sea, que cada vez que de tu boca sale qué brillante idea, tu eres tan inteligente, ¿tú querías que hiciera
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