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Un Nuevo Ensayo De Interpretación De La Realidad Peruana


Enviado por   •  30 de Agosto de 2014  •  3.606 Palabras (15 Páginas)  •  464 Visitas

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Perú, país emblemático de la cultura de Nuestra América, acumula una milenaria historia civilizatoria que no solo es subyacente a este siglo XXI: sus trazos emergen recreados desde la sociedad profunda, aquella que José María Arguedas supo interpretar en su magistral literatura.[1] Sin embargo, y es preciso subrayarlo para encontrar parangones y diferencias con otros países de la región, el Perú moderno, que surgiera como Estado en el siglo XIX, sigue siendo un país fragmentado no solo desde el punto de vista económico-social sino, particularmente, desde el punto de vista étnico y cultural. Esta fragmentación no es rígida o estática; no podría serlo en medio de los avatares del capitalismo realmente existente en este país y en Nuestra América: contiene movimientos intempestivos de diferentes sectores, ya sea del campesinado indígena tantas veces insurgente en la sierra, luchando por la tierra arrebatada; ya de los grandes fenómenos migratorios del campo a las ciudades más importantes, en especial a Lima, la vieja ciudad de blancos y criollos hoy plagada de mestizaje y de indígenas serranos que la invadieron en los últimos 40 o 50 años convirtiéndola en una “metrópoli caótica”; ya de los movimientos regionales populares, que luchan desde hace décadas contra el centralismo avasallador y al mismo tiempo excluyente de “las provincias”, y ahora, concretamente, contra la minería a cielo abierto, por la defensa del agua, del medio ambiente y de la vida en distintos puntos de la accidentada geografía peruana.

Con lo dicho anteriormente, solo como apunte introductorio, se motiva un conocimiento más vasto de un país singularmente complejo, algo que está más allá de los alcances del presente artículo. De todas maneras, quisiéramos recomendar algunas obras trascendentes que permiten un estudio crítico de la realidad peruana. Después de las elaboraciones disruptivas y “clásicas” de José Carlos Mariátegui, en especial de sus Siete ensayos de interpretación de la realidad peruana,[2] que data de 1928, diversos intelectuales han escrito aportes fundamentales relacionándose con distintos aspectos de la problemática económico-social, política y cultural de este país. Entre ellos podemos destacar a Jorge Basadre: Perú: Problema y posibilidad (1931),[3] “ensayo de una síntesis de la evolución histórica del Perú”; a Aníbal Quijano Obregón: Nacionalismo, neoimperialismo y militarismo en el Perú (1971)[4], tal vez el mejor análisis crítico de la llamada “revolución peruana” iniciada por las fuerzas armadas en 1968; a José Matos Mar: Desborde popular y crisis del Estado (1985),[5] “el nuevo rostro del Perú en la década de 1980”; a Alberto Flores Galindo: Buscando un Inca: Identidad y utopía en los Andes (1986),[6] considerada su “obra más importante y compleja”, que aborda “las diferentes utopías que desarrollaron las poblaciones indígenas, mestizas y criollas desde la invasión europea hasta la década de 1980”; también a Carlos Iván Degregori: Sendero Luminoso: Los hondos y mortales desencuentros (parte 1) y Lucha armada y utopía autoritaria (parte 2).[7] Estas obras, entre muchas otras que hacen parte de una prolífica producción que parece haberse detenido en los años noventa, han puesto en discusión múltiples aspectos de la singular realidad peruana y en gran medida siguen teniendo vigencia. Por lo general, sin embargo, la clase política, o las castas que han ejercido el poder en las últimas décadas, poco y nada han aprendido de ellas, encerrándose en la defensa de intereses opuestos a las aspiraciones populares.

El paréntesis que significó la “revolución peruana” (1968-1975) en la que –desde nuestro punto de vista– las fuerzas armadas ocuparon a su manera el lugar de un “movimiento nacional” con el gobierno del general Velasco Alvarado, concretó la reforma agraria a escala nacional, la nacionalización del petróleo, la minería y otros sectores estratégicos de la economía, así como la participación de los trabajadores en la propiedad de las empresas. Fue un proceso nacionalista impuesto “desde arriba”; sin embargo, por sus propias características, se opuso a la movilización social obrera, campesina y estudiantil, salvo cuando –solo en forma parcial– podía controlarla burocráticamente. Luego de este paréntesis, el Perú volvió a ser abiertamente dominado por el imperialismo, el FMI, las multinacionales y sus mejores sirvientes. La llamada “segunda fase” del régimen militar (1975-1980) significó el inicio del actual escenario contemporáneo. Si bien no avanzó hacia la privatización de las empresas estatales o hacia la reapertura del mercado de tierras, descargó brutales “paquetazos” de medidas económicas contra las mayorías. El cambio fue sentido y la reacción popular a escala nacional no se hizo esperar, a tal punto que esa dictadura tuvo que retirarse del poder y entregarlo a “la civilidad” en 1980. Previamente, una Asamblea Constituyente, presidida por Víctor Raúl Haya de la Torre,[8] había moldeado con cierta demagogia populista los parámetros de la nueva democracia que estaba en ciernes.

Desde entonces hasta el presente, en medio de una prolongada guerra interna, los gobiernos regímenes democráticos no dudaron en aplicar políticas de ajuste y desregulatorias, en mayor o menor consonancia con las pautas del neoliberalismo. Belaúnde Terry (1980-1985) fue el continuador democrático del entreguismo. Lo sucedió el primer Alan García (1985-1990), quien a su vez encabezó el primer gobierno aprista de la historia con algunos rasgos populistas y nacionalistas, terminando su mandado en medio de una crisis galopante caracterizada por la hiperinflación y la devaluación monetaria con dramáticas consecuencias. En 1990, contra todos los pronósticos, ganó las elecciones un ignoto: Alberto Fujimori, quien, a poco de andar, disolvió el Parlamento, se entronizó en el poder con el apoyo de las fuerzas armadas y modificó la Constitución a su manera (1993); con rasgos populistas, fue un gobierno de derecha, claramente neoliberal, privatista y corrupto. Estos tres gobiernos, que comprenden el período 1980-2000, enfrentaron la insurgencia armada de Sendero Luminoso[9] y también –aunque en menor medida– del Movimiento Revolucionario Túpac Amaru,[10] justificando así gran parte de su política, que incluyó la militarización de diversas regiones del país y fuertes elementos de terrorismo de Estado. La insurgencia de Sendero Luminoso, centrada primero en Ayacucho y en otras regiones de la sierra sur-central y sur-oriental, se extendió luego al Valle del Huallaga, en la selva nor-oriental, pero también tuvo una fuerte presencia en Lima, en particular en sus barrios populares y en algunas universidades importantes. No se trata para nada de un dato menor, ni de un “agregado” a la situación

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