Alberto Durero
Enviado por lautv • 14 de Septiembre de 2022 • Biografía • 1.174 Palabras (5 Páginas) • 193 Visitas
A sus veintidós años, en 1493, Alberto Durero compuso uno de sus autorretratos, quizá el que presenta una lectura iconográfica más compleja y a su vez sugerente. Hoy en día se custodia en el Museo del Louvre, se trata de un pequeño óleo sobre lienzo transferido de pergamino (57 x 45 cm) [fig.1].
Panofsky se detuvo en la pintura y quiso ver en ella una intencionalidad concreta. Entendió que fue elaborada probablemente para enviarla a su hogar ante el inminente matrimonio con Agnes Frey que acaeció al año siguiente, el 7 de julio de 1494. En este sentido repara en el detalle que nos ocupa: la ramita de acebo marino o de cardo que el efigiado porta en su mano y que viene a significar la fidelidad en el amor (Panofsky,
1982: 52; Pope-Hennesy, 1985: 145). El arbusto que conocemos como eringio (eryngium), por su hoja espinosa, podemos asociarlo, siguiendo a Laguna, al cardo castellano. Desde el punto de vista iconográfico merece que nos detengamos en él. Ya Plinio y también Dios córides dieron cuenta de sus propiedades curativas y afrodisíacas
como queda recogido en la edición castellana ilustrada que, sobre el griego, realizó Andrés de Laguna y que fue dedicada al rey Felipe III (Laguna, 1555: lib. III, cap XXII).
Estableciendo una clasificación iconográfica de este atributo vegetal, encontramos un claro precedente en otro artista que dispuso el acebo como atributo significante en un retrato, se trata de Roger van Weyden en su Retrato de hombre, fechado hacia 1440 y actualmente conservado en el Courtauld Institute Galleries de Londres. En la tabla, la figura dispone de un libro en sus manos, siendo en su reverso donde aparece el acebo del que vamos dando cuenta [fig. 2]. Dispone de una inscripción que nos dice: «Je he ce que mord» palabras oscuras que se han querido entender como «No me gusta lo que muerde» y que, visto de este modo, no presenta sentido alguno que pueda relacionarse con la planta que vamos analizando. Interesados por establecer la semántica sobre el acebo y el cardo –el eringio, en general–, nos puede llevar a considerar poco ajustada la referencia señalada por Panofsky, es decir, la fidelidad matrimonial, ya que encontramos otras relaciones significantes que podrían ajustarse mejor al contenido de estas pinturas. Para ello debemos considerar las marcas de tipógrafos del siglo XVI, concretamente la del editor afincado en Strasburg hacia 1504 Johannes Knoblochus, donde figura a la Verdad saliendo de la cueva y a los cardos para significar que aquella siempre es espinosa y produce sufrimiento [fig. 3]. Estienne Groulleau, editor de París en esta centuria, nos presenta como cuerpo o dibujo de su marca al cardo rodeado de una inscripción: «Nul ne si frote Patere aut abstine», indicándose mediante el cardo la idea de sufrimiento y abstinencia. En este sentido, la pintura de Weyden, con su «No me gusta lo que muerde», puede referirnos que nunca agrada lo que pincha, es decir, el sufrimiento. Al mismo sentido nos remite Alciato en su Emblema XXXIV, donde con el mote:
«Sutinue [Sustine] et Abstine»
quiere precisar
que se ha de sufrir con entereza y abstener
-
se, expresado todo ello mediante el toro que
es atado por una de sus patas para desviarlo
de las vacas.
1
Unos años antes, François de
Rohan había traducido del italiano su
Fleurs
de Vertu
con varias ilustraciones, y en una
de ellas figuró la virtud de la Abstinencia,
tomándola también como su propio escudo
de armas; se trata del asno salvaje que deja
de beber por no encontrar el agua limpia. A
su lado y con el mismo fin, dispone el cardo.
Y con este mismo propósito, Cranach «el
Viejo» representa en una estampa la figura
de Sophrosyne acompañada de una planta
espinosa como expresión de la Templanza
y la Moderación [fig. 4]. Bajo este sentido
podemos entender la
Alegoría
de Piero di
Cósimo conservada en la National Gallery
de Washington donde la virtud alada que
somete al caballo, imagen de los instintos,
porta un ramo espinoso a modo de azote
como medio para reprimir las pasiones.
El mote de Alciato sigue un presupuesto
estoico que podemos encontrar en uno de
los libros más leídos en la llamada Edad de
Humanismo. Se trata de Epicteto, escritor
griego del siglo I cuyos pensamientos se re
-
cogen en el conocido
Enchyridion,
manual
en cuya filosofía se propone que la felici
-
dad del hombre se encuentra en una vida
virtuosa conforme a la razón, rechazando y
renunciando a placeres vanos y voluptuo
-
sidades.
2
Así, el destino del ser humano no
viene comandado por fortuna alguna y se
conforma siguiendo estas enseñanzas. «Su
-
frir con Paciencia» es lo que propone Epic
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