Biografia Madre Laura
Enviado por pexoxa8 • 12 de Junio de 2013 • 5.099 Palabras (21 Páginas) • 316 Visitas
Laura Montoya Upegui nació en Jericó de Antioquia, el
26 de Mayo de 1874. Vio la luz primera a las ocho de la
mañana. Recibió las aguas del bautismo a las doce del
mismo día.
Tal era la costumbre de aquellos hogares cristianos. He
aquí la partida bautismal: En la iglesia parroquial de
Nuestra Señora de las Mercedes de Jericó, a 26 de
mayo de mil ochocientos setenta y cuatro, el presbítero
Evaristo Uribe mi coadjutor, bautizó solemnemente a
una niña nacida el mismo día, a quien nombró María
Laura de Jesús, hija legítima de Juan de la Cruz
Montoya y María Dolores Upegui, vecinos de esta
Parroquia. Abuelos paternos: Cristóbal Montoya y María
de Jesús González; maternos Lucio Upegui y Mariana
Echavarría; fueron los padrinos Domingo Montoya y
Juliana Rafaela Montoya, a quienes advirtió el
parentesco y obligaciones que contrajeron. Doy fe.
Jesús María Florez" Rubricado.
Dice la Madre: "Cuando conocí que tal nombre se deriva
de laurel, que significa inmortalidad lo he amado, porque
traduce aquella palabra: "Con caridad perpetua te amé". Si es perpetua, ha de ser inmortal e
inmortal ha de ser mi amor. Y mi nombre fue el sello de esa inmortalidad de amores entre Dios y su
creatura. Inmortal ha de ser la fe que con el nombre recibí".
Años adelante, cuando Laura va a comenzar la obra grande de toda su vida, la fundación de su
instituto misionero, todas las compañeras se cambian el nombre pero a ella Monseñor Maximiliano
Crespo se lo conserva. Laura ha de ser su nombre. "Todo, comenta agradecida, es predilección de
parte de Dios. Por mi parte, no he hecho otra cosa que sembrar muerte en el girón de vida eterna
que Dios infundió en mi alma con el santo bautismo"
Laura Montoya, que, digámoslo desde ahora, en no pocos aspectos de espiritualidad y apostolado
que hoy van imponiéndose, fue una genial adelantada, sintió y cantó muy vivamente la gracia del
bautismo.
"Dios mío, ¡qué pronto comenzaste a mostrar predilección por esta miserable criatura que tan
ingrata te ha sido ! Aquí si que mostraste la verdad de aquella palabra: Con caridad perpetua te
amé y por eso te atraje a mí. Por eso te apresuraste a hacerla tuya, metiéndola en las redes de la
gracia santificante, tan luego como estuvo libre del materno encierro. ¡Ay ! ¡Cuánto dolor me causa
el pensar que criatura tan amada no hubiera esperado a darse cuenta de tus misericordias para
ofenderte !
La fuente bautismal de la antigua Iglesia de Jericó fue mudo testigo de mi filiación divina a los
claros resplandores del sol del medio día. Por eso al conocerla en 1909, es decir treinta y cinco
años después, derramé un torrente de lágrimas, dulce mezcla de amargo dolor por mi ya perdida
inocencia y del más acendrado agradecimiento ante aquel mudo testigo del primer beso, de aquella
caridad perpetua con que me amaste, Dios mío, desde la eternidad.
Por eso al entrar a la ciudad que me vio nacer, antes que recorrer sus calles, antes de mirar sus
edificios y aun, antes de adoraros en tu sagrario, busqué con ansia loca el único objeto que allí
perseguía, la sagrada pila bautismal, diciendo dentro de mí: ¡Oh mi estola bautismal! ¡Oh mi
inocencia que te fuiste! ¡Oh mi filiación divina desfigurada! Mis lágrimas alarmaron a mis
compañeras de viaje, que no sentían como yo el dolor de una joya perdida ni el hálito de un amor
perpetuo, exteriorizado treinta y cinco años antes en aquel lugar. Visité después la casa donde nací, me refirieron las alegrías y dolores allí pasados por mis padres. Pero ya nada me conmovió.
Todo era muerto para mí, menos la fuente en donde Dios me dio su primer ósculo".
Con los albores de la niñez, el carácter de Laura despuntó alegre, pero fue un despunte nada más.
Pueden mucho sobre un alma niña la orfandad, la pobreza rayana en miseria y esos ojos de la
madre, velados frecuentemente por las lágrimas.
Para esta niña, que después fue tan eucarística y que llegó a especializarse en preparar niñas para
el gran encuentro con Jesús, la primera Comunión resultó casi improvisada.
Su confesión fue precipitada, por lo cual no halló palabras convenientes para expresar sus
pequeñas faltas. Y en cuanto a su primera Comunión, ella nos dice en su Autobiografía con una
sinceridad y humildad que encanta: "Yo no llevé mas preparación que una mala confesión y una
rabia mal reprimida, causada por tres cosas: la primera porque me llevaron en ayunas. Cuando
reclamé, me hicieron repetir lo que dice Astete respecto a las disposiciones corporales. La
segunda, porque me rezaban al oído, y eso no podía soportarlo. Y la tercera: porque la Sagrada
Hostia me supo muy mal y me creí engañada, porque me habían dicho que comulgar era muy
sabroso y yo creía que se referían al sabor de las especies. Sólo se calmó mi rabia cuando me
dieron el desayuno, que fue mejor que el ordinario".
Laura, que había de ser una andariega de Dios, no tuvo en su niñez y juventud habitación fija o
"ciudad permanente", por decirlo con frase de san Pablo. De Amalfi pasó al pueblo de Donmatías,
en donde su madre residió algunos meses, ejerciendo de maestra. De Donmatías volvió aún con
su madre y sus hermanos a Medellín, pero como la pobreza seguía cortejándolos porfiadamente,
hubo que colocar a los tres niños en sendas casas de parientes. A Laura, le tocó vivir en Robledo
en casa de un familiar algo frío y desamorado que con su conducta contribuyó al acrisolamiento de
su alma y a orientarla hacia lo eterno e inmutable. Para entrar de lleno en los planes divinos, "Dios
- dice ella - comenzó a confitar mi alma con el dolor".
Este peregrinar continuo de Laura, parece un pronóstico de las correrías asombrosas de su vida
misionera. De igual modo, las obras de caridad, ya entonces practicadas, anuncian lo que fueron
sus días y sus actividades posteriores: un desbordamiento del alma en beneficio del prójimo, un
gastarse y consumirse para la salvación de sus hermanos. Laura Montoya no nació santa, se hizo
santa con la gracia de Dios y con el propio esfuerzo. Y justamente su Autobiografía palpita de
humanidad. Porque ella misma declara con
...