EL PELIGRO DE UNA SOLA HISTORIA
Enviado por Memaestrer • 23 de Marzo de 2012 • 2.395 Palabras (10 Páginas) • 1.093 Visitas
La escritora nigeriana Chimamanda Adichie
Bicentenario
Se supone que la celebración del Bicentenario de la
Independencia es una oportunidad para recordar o
aprender la historia del país. Pero ¿a cuál historia nos
referimos? ¿Puede existir una sola historia? ¿Debe
exisitir una sola historia? En este emotivo testimonio la
escritora nigeriana da su respuesta.*
Por: Chimamanda Adichie (TED Global Talk).
Cuento historias y me gustaría contarles algunas historias personales sobre lo que llamo “el
peligro de una sola historia”. Crecí en un campus universitario al este de Nigeria. Mi madre
dice que empecé a leer a los dos años, pero a decir verdad yo creo que fue a los cuatro. Fui
una lectora precoz y leía literatura infantil inglesa y estadounidense. También fui una
escritora precoz y cuando empecé a escribir a los siete años, cuentos a lápiz con
ilustraciones de crayón que mi pobre madre tenía que leer, escribía el mismo tipo de
historias que leía. Todos mis personajes eran blancos y de ojos azules. Jugaban en la nieve,
comían manzanas y hablaban todo el tiempo sobre el clima, sobre lo encantador que era que
saliera el sol. Esto a pesar de que vivía en Nigeria y de que nunca había salido de allí: no
teníamos nieve, comíamos mangos y nunca hablábamos del clima porque no había
necesidad. Mis personajes bebían cerveza de jengibre porque los personajes de mis libros
también lo hacían. Y ni siquiera importaba que yo no supiera qué era la cerveza de jengibre.
Muchos años después, sentí un gran deseo de probarla, pero esa es otra historia. Lo que esto
demuestra es cuán vulnerables somos ante una historia, especialmente cuando somos niños.
Porque yo solo leía libros donde los personajes eran extranjeros, estaba convencida de que
los libros, por naturaleza, debían tener extranjeros y narrar cosas con las que yo no podía
identificarme.
Todo cambió cuando conocí los libros africanos. No había muchos disponibles y no era tan
fácil encontrarlos. Gracias a autores como Chinua Achebe y Camra Laye mi percepción de
la literatura cambió. Me di cuenta de que personas como yo, niñas con piel color chocolate
y pelo rizado que no se puede atar en colas de caballo, también podían existir en la
literatura. Comencé a escribir sobre cosas que reconocía. Yo amaba los libros ingleses y
estadounidenses que leía, avivaron mi imaginación y me abrieron nuevos mundos. Pero la
consecuencia involuntaria fue que no supe que personas como yo podían existir en la
literatura. Descubrir a los escritores africanos me salvó de conocer una sola historia sobre
qué son los libros.
Vengo de una familia de clase media convencional. Mi padre era profesor; mi madre,
administradora. Y teníamos, como era costumbre, criados provenientes de pueblos
cercanos. Cuando cumplí ocho años, llegó uno nuevo a la casa. Su nombre era Fide. Lo
único que mi mamá nos contaba sobre él era que su familia era muy pobre. Mi madre le
enviaba a su familia batatas, arroz y nuestra ropa vieja. Y cuando no terminaba mi comida,
mi mamá me gritaba “¡come!, ¿acaso no sabes que hay gente como la familia de Fide que
no tiene nada?”. Entonces sentía mucha lástima por la familia de Fide. Un sábado fuimos a
visitarlo a su pueblo y su mamá nos mostró una cesta bellísima de rafia teñida hecha por su
hermano. Quedé sorprendida. Nunca pensé que alguien de su familia pudiera ser capaz de
hacer algo. Lo único que sabía de ellos es que eran muy pobres y para mí era imposible
verlos como algo más que eso. Su pobreza era mi única historia sobre ellos.
Años después pensé sobre esto cuando me fui de Nigeria a estudiar en Estados Unidos.
Tenía 19 años. Mi compañera de cuarto estaba sorprendida. Me preguntó dónde había
aprendido a hablar tan bien inglés y quedó confundida cuando le dije que ese era el idioma
oficial en Nigeria. Me preguntó si podía escuchar mi ‘música tribal’ y quedó muy
desilusionada cuando le mostré un casete de Mariah Carey. Pensaba que yo no sabía usar
una estufa. Me impresionó que me tuviera lástima incluso antes de conocerme. Su visión de
mí, como africana, se reducía a una lástima condescendiente. Mi compañera conocía una
sola historia de África; una única historia de catástrofe en la que no era posible que los
africanos se parecieran a ella de ninguna forma. No había posibilidad de que existieran
sentimientos más complejos que la lástima ni de conexión como iguales.
Debo decir que antes de viajar a Estados Unidos yo no me identificaba conscientemente
como africana. Pero estando allí, cada vez que mencionaban África la gente me hacía
preguntas, sin importar que yo no supiera nada sobre países como Namibia. Sin embargo,
llegué a abrazar esa nueva identidad y ahora pienso en mí misma como africana.
Así que después de vivir unos años en Estados Unidos como africana, empecé a entender la
actitud de mi compañera. Si yo no hubiera crecido en Nigeria y si todo lo que conociera de
África fueran imágenes populares, también creería que es un lugar de hermosos paisajes y
gente incomprensible que libra guerras sin sentido y muere de pobreza y de sida, incapaz de
hablar por sí misma, esperando a ser salvada por un extranjero blanco y gentil. Yo vería a
África del mismo modo en que, cuando era niña, veía a la familia de Fide.
Creo que esta única historia de África procede de la literatura occidental. John Locke, un
comerciante londinense que zarpó hacia África occidental en 1561, escribió un relato
fascinante sobre su viaje, en el que después de referirse a los africanos como “bestias sin
casa”, escribió “tampoco tienen cabezas. La boca y los ojos les nacen del torso”. Hay que
admirar la imaginación de John Locke. Pero lo verdaderamente importante de su escritura
es que representa el comienzo de una tradición de historias sobre africanos en Occidente,
una tradición donde el África subsahariana es lugar de negativos, de indiferencia, de
oscuridad, de personas que, en palabras del poeta Rudyard Kipling, “son mitad demonios,
mitad niños”.
Y entonces empecé a entender que mi compañera durante su vida tuvo que ver y escuchar
diferentes versiones de esta única historia. Al igual que un profesor que una vez me dijo
que
...