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El Señor Presidente


Enviado por   •  10 de Octubre de 2013  •  498 Palabras (2 Páginas)  •  280 Visitas

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...¡Alumbra, lumbre de alumbre, Luzbel de piedralumbre! Como zumbido de oídos

persistía el rumor de las campanas a la oración, maldoblestar de la luz en la sombra, de la

sombra en la luz. ¡Alumbra, lumbre de alumbre, Luzbel de piedralumbre, sobre la

podredumbre! ¡Alumbra, lumbre de alumbre, sobre la podredumbre, Luzbel de

piedralumbre! ¡Alumbra, alumbra, lumbre de alumbre..., alumbre..., alumbra..., alumbra,

lumbre de alumbre..., alumbre..., alumbra..., alumbra, lumbre de alumbre..., alumbra,

alumbre...!

Los pordioseros se arrastraban por las cocinas del mercado, perdidos en la sombra de la

Catedral helada, de paso hacia la Plaza de Armas, a lo largo de calles tan anchas como mares,

en la ciudad que se iba quedando atrás íngrima y sola.

La noche los reunía al mismo tiempo que a las estrellas. Se juntaban a dormir en el Portal

del Señor sin más lazo común que la miseria, maldiciendo unos de otros, insultándose a

regañadientes con tirria de enemigos que se buscan pleito, riñendo muchas veces a codazos y

algunas con tierra y todo, revolcones en los que, tras escupirse, rabiosos, se mordían. Ni

almohada ni confianza halló jamás esta familia de parientes del basurero. Se acostaban

separados, sin desvestirse, y dormían como ladrones, con la cabeza en el costal de sus

riquezas: desperdicios de carne, zapatos rotos, cabos de candela, puños de arroz cocido

envueltos en periódicos viejos, naranjas y guineos pasados.

En las gradas del Portal se les veía, vueltos a la pared, contar el dinero, morder las

monedas de níquel para saber si eran falsas, hablar a solas, pasar revista a las provisiones de

boca y de guerra, que de guerra andaban en la calle armados de piedras y escapularios, y

engullirse a escondidas cachos de pan en seco. Nunca se supo que se socorrieran entre ellos;

avaros de sus desperdicios, como todo mendigo, preferían darlos a los perros antes que a sus

compañeros de infortunio.

Comidos y con el dinero bajo siete nudos en un pañuelo atado al ombligo, se tiraban al

suelo y caían en sueños agitados, tristes; pesadillas por las que veían desfilar cerca de sus ojos

cerdos con hambre, mujeres flacas, perros quebrados, ruedas de carruajes y fantasmas de

Padres que entraban a la Catedral en orden de sepultura, precedidos por una tenia de luna

crucificada en tibias heladas. A veces, en lo mejor del sueño, les despertaban los gritos de un

idiota que se sentía perdido en la Plaza de Armas. A veces, el sollozar de una ciega que se

soñaba cubierta de moscas, colgando de un clavo, como la carne en las carnicerías. A veces,

los pasos de una patrulla que a golpes arrastraba a un prisionero político, seguido de mujeres

que limpiaban las huellas

...

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