Señor Presidente
Enviado por • 12 de Junio de 2014 • 1.680 Palabras (7 Páginas) • 301 Visitas
II. La muerte del Mosco: El sol entredoraba las azoteas salidizas de la segunda Sección de Policía. En la Sección esperaban a los presos grupos de mujeres descalzas, con el canasto del desayuno.
Un gendarme ladino les pasó restregando al Mosco. Lo habían capturado en la esquina del Colegio Infantes y lo llevaban de la mano, hamaqueándolo como a un mico.
Los pordioseros que iban capturando pasaban derecho a una de las Tres Marías, bartolina estrechísima y oscura.
Un estudiante y un sacristán se encontraban en la misma bartolina, presos por política, aunque el segundo lo había sido por cometer un error: por quitar un aviso de la Virgen de la O, quitó del cancel de la iglesia, el aviso del jubileo de la madre del Señor Presidente. A media noche, los pordioseros presos fueron interrogados. Uno a uno contestaron que el autor del asesinato del Portal era el Pelele. El Auditor General de Guerra mandó atormentarlos. “¡Fue el idiota!” —gritaban.
—¡Mentira!… afirmó el Auditor, —Yo le voy a decir, a ver si se atreve a negarlo, quiénes asesinaron al Coronel José Parrales Sonriente; y se lo voy a decir… ¡El General Eusebio Canales y el Licenciado Abel Carvajal!
Al Mosco le colgaron de los dedos: seguía afirmando que había sido el Pelele. Al soltar la cuerda, el cadáver del Mosco cayó a plomo.
El Auditor corrió a dar parte al Señor Presidente de las primeras diligencias del proceso, en un carricoche tirado por dos caballos flacos.
III. La fuga del Pelele: El Pelele huyó por las calles, intestinales, estrechas y retorcidas, de los suburbios de la ciudad.
Medio en la realidad, medio en el sueño, corría perseguido por los perros y los clavos de una lluvia fina. Se desplomó en un montón de basura y se quedó dormido. Los zopilotes le cayeron encima. La noche entera estuvo quejándose quedito y recio.
“Entre las plantas silvestres que convertían las basuras de la ciudad en lindísimas flores, junto a un ojo de agua dulce, el cerebro del idiota agigantaba tempestades en el pequeño universo de su cabeza” (p. 10).
IV. Cara de Angel. El Pelele seguía soñando: “Lo que no tuvo en la vida: un pedazo de cera para masticar como copal, un pirulí de menta, un estanque de peces de colores” (p. 25).
Por una vereda de tierra de color de leche, bajó un leñador seguido de un perro. Sin dejar la carga tiró de un pie al supuesto cadáver, y cuál su asombro al encontrarse con un hombre vivo. Los pasos de alguien que andaba por allí acabaron de turbar al leñador. Si fuera un policía…
— “Vi que lo desenterraba —rompió a decir una voz a sus espaldas— y regresé porque creí que era algún conocido; saquémoslo de aquí…”
El leñador por poco se cae del susto. “El que hablaba era un ángel: tez de dorado mármol, cabellos rubios, boca pequeña y aire de mujer en violento contraste con la negrura de sus ojos varoniles. Vestía de gris. Su traje, a la luz del crepúsculo, se veía como una nube. Llevaba en las manos finas una caña de bambú muy delgada y un sombrero limeño que parecía una paloma.
¡Un ángel… —el leñador no le desclavaba los ojos—,… un ángel —se repetía—,… un ángel!”
Lo sacaron del barranco.
“El aparecido consultó su reloj y se marchó de prisa, después de echar al herido unas cuantas monedas en el bolsillo y despedirse del leñador afablemente”.
V. ¡Ese animal!: El secretario del Presidente acompañó al doctor Barreño unos pasos. El Presidente de la República le recibió en pie, la cabeza levantada, un brazo suelto naturalmente y el otro a la espalda y, sin darle tiempo a que lo saludara, le cantó:
—“Yo le diré dónde, Luis, ¡y eso sí!, que no estoy dispuesto a que por chismes de mediquetes se menoscabe el crédito de mi gobierno en lo más mínimo. ¡Deberían saberlo mis enemigos para no descuidarse, porque a la primera, les boto la cabeza! ¡Retírese! ¡Salga!…, y ¡llame a ese animal!”
Salió el doctor Barreño. Entró en su casa que pedazos se hacía.
“En el Palacio, el Presidente firmaba el despacho asistido por el viejecito que entró al salir el doctor Barreño y oír que llamaban a ese animal”.
Ese animal era un hombre pobremente vestido, con la piel rosada como ratón tierno, el cabello de oro de mala calidad, y los ojos azules y turbios perdidos en anteojos color de yema de huevo.
El Presidente puso la última firma y el viejecito, por secar de prisa derramó el tintero sobre el pliego firmado.
—“¡ANIMAL!
—¡Se…ñor!
—¡ANIMAL!
Un timbrazo…, otro…, otro…. Pasos y un ayudante en la puerta”.
“Minutos después en el comedor:
—¿Da su permiso, Señor Presidente?
—Pase general.
—Señor, vengo a darle parte de ese animal que no aguantó los doscientos palos”.
La sirvienta corrió a preguntar por qué no había aguantado.
—¿Cómo por qué? ¡porque se murió!
—¿Y qué? —dijo el Presidente— ¡traiga lo que sigue!
VI. La cabeza de un general: Miguel Cara de Angel, el hombre de toda la confianza del Presidente entró de sobremesa. (Era bello y malo como satán).
El Presidente vestía,
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