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El Señor Presidente


Enviado por   •  13 de Mayo de 2014  •  582 Palabras (3 Páginas)  •  369 Visitas

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El secretario del Presidente oía al doctor Barreño.

—Yo le diré, señor secretario, que tengo diez años de ir diariamente a un cuartel como

cirujano militar. Yo le diré que he sido víctima de un atropello incalificable, que he sido

arrestado, arresto que se debió a..., yo le diré, lo siguiente: en el Hospital Militar se presentó

una enfermedad extraña; día a día morían diez y doce individuos por la mañana, diez y doce

individuos por la tarde, diez y doce individuos por la noche. Yo le diré que el Jefe de Sanidad

Militar me comisionó para que en compañía de otros colegas pasáramos a estudiar el caso e

informáramos a qué se debía la muerte de individuos que la víspera entraban al hospital

buenos o casi buenos. Yo le diré que después de cinco autopsias logré establecer que esos

infelices morían de una perforación en el estómago del tamaño de un real, producida por un

agente extraño que yo desconocía y que resultó ser el sulfato de soda que les daban de

purgante, sulfato de soda comprado en las fábricas de agua gaseosa y de mala calidad, por

consiguiente. Yo le diré que mis colegas médicos no opinaron como yo y que, sin duda por eso,

no fueron arrestados; para ellos se trataba de una enfermedad nueva que había que estudiar.

Yo le diré que han muerto ciento cuarenta soldados y que aún quedan dos barriles de sulfato.

Yo le diré que por robarse algunos pesos, el Jefe de Sanidad Militar sacrificó ciento cuarenta

hombres, y los que seguirán... Yo le diré...

—¡Doctor Luis Barreño! —gritó a la puerta de la secretaría un ayudante presidencial.

—... yo le diré, señor secretario, lo que él me diga.

El secretario acompañó al doctor Barreño unos pasos. A fuer de humanitaria interesaba

la jerigonza de su crónica escalonada, monótona, gris, de acuerdo con su cabeza canosa y su

cara de bistec seco de hombre de ciencia.

El Presidente de la República le recibió en pie, la cabeza levantada, un brazo suelto

naturalmente y el otro a la espalda, y, sin darle tiempo a que lo saludara, le cantó:

—Yo le diré, don Luis, ¡y eso sí!, que no estoy dispuesto a que por chismes de mediquetes

se menoscabe el crédito de mi gobierno en lo más mínimo. ¡Deberían saberlo mis enemigos

para no descuidarse, porque a la primera, les boto la cabeza! ¡Retírese! ¡Salga!..., y ¡llame a

ese animal!

De espaldas a la puerta, el sombrero en la mano y una arruga trágica en la frente, pálido

como el día en que lo han de enterrar, salió el doctor Barreño.

—¡Perdido, señor secretario, estoy perdido!... Todo lo que oí fue: «¡Retírese, salga, llame a

ese animal!...»

—¡Yo soy ese animal!

...

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