Heraclito
Enviado por flooooor • 14 de Abril de 2015 • 1.521 Palabras (7 Páginas) • 285 Visitas
. Heráclito de Éfeso
Heráclito vivió entre los siglos VI y V a.C., en Éfeso. Tenía un
carácter huraño y un temperamento esquivo y desdeñoso. No quiso
participar de ninguna forma en la vida pública: «Habiéndole rogado sus
conciudadanos que promulgase leyes para la ciudad», escribe una
fuente antigua, «se rehusó, porque aquélla ya había caído bajo el poder
de la mala constitución.» Escribió un libro titulado Sobre la naturaleza,
del cual nos han llegado numerosos fragmentos, constituido quizás por
una serie de aforismos, y voluntariamente redactado de manera
obscura, con un estilo que recuerda las sentencias de los oráculos,
«para que se acercasen allí sólo aquellos que podían» y el vulgo
permaneciese alejado. Hizo esto con el propósito de evitar el
menosprecio y las burlas de aquellos que, al, leer cosas aparentemente
fáciles, creen entender lo que en realidad no entienden. Debido a esto
fue llamado «Heráclito el obscuro».
Los milesios habían advertido el dinamismo universal de las
cosas que nacen, crecen y mueren y del mundo, (o más bien de los
mundos que se hallan sometidos al mismo proceso.) Además, habían
considerado que el dinamismo era un rasgo esencial del principio que
genera, rige y reabsorbe todas las cosas. Sin embargo, no habían
elevado a nivel temático. De un modo adecuado, este aspecto de la
realidad. Y esto fue lo que hizo Heráclito. «Todo se mueve», «todo
fluye» (panta rhei), nada permanece inmóvil y fijo, todo cambia y se
modifica sin excepción. Podemos leer en dos de sus fragmentos más
famosos:.«No podemos bañarnos dos veces en el mismo río y no se
puede tocar dos veces una substancia mortal en el misino estado, sino
que a causa de la impetuosidad y la velocidad de la mutación, se
dispersa y se recoge, viene y va»; «Bajamos y no bajamos al mismo rio,
nosotros mismos somos y no somos».
El sentido de estos fragmentos es claro: el río es
aparentemente siempre el mismo, mientras que en realidad está constituido por aguas siempre nuevas y distintas que llegan y se
escabullen. Por eso, no se puede bañar dos veces a la misma agua del
río, porque cuando se baja por segunda vez es otra agua la que está
llegando; y también, porque nosotros mismos cambiamos y en el
momento en que hemos acabado de sumergirnos en el no nos hemos
convertido en alguien distinto al que éramos en el momento de
comenzar a sumergirnos. De modo que Heráclito puede afirmar con
razón que entramos y no entramos en el mismo río. Y también puede
decir que somos y no somos, porque, para ser lo que somos en un
momento determinado, debemos no-ser-ya aquello que éramos en el
instante precedente. Igualmente, para continuar siendo, debemos de
modo constante no-ser-ya aquello que somos en cada momento. Según
Heráclito, esto se aplica a toda la realidad, sin excepción alguna.
Indudablemente, éste es el aspecto más conocido de la doctrina
de Heráclito, que algunos de sus discípulos llevaron a límites extremos,
como en el caso de Cratilo, que reprochó a Heráclito el no haber sido lo
bastante riguroso. De hecho, no sólo no podemos bañarnos dos veces
en el mismo río, sino que no podemos bañarnos ni siquiera una vez,
debido a la velocidad de la corriente (en el momento en que
comenzamos a sumergirnos en el río aparece ya otra agua y nosotros
mismos —antes de que se haya acabado la inmersión, por rápida que
ésta haya sido— ya somos otros, en el sentido antes explicado).
Para Heráclito, sin embargo, esto no es más que una
constatación básica, que sirve como punto de partida para posteriores
inferencias aun más profundas y audaces. El devenir, al que todo se ve
obligado, se caracteriza por un continuo pasar desde un contrario al
otro: las cosas frías se calientan, las calientes se enfrían, las húmedas
se secan, las secas se humedecen, el joven envejece, lo vivo muere,
pero de lo que ha muerto renace otra vida joven, y así sucesivamente,
Existe pues una guerra perpetua entre los contrarios que se van
alternando. No obstante, puesto que las cosas sólo adquieren su propia
realidad en el devenir, la guerra (entre los opuestos) es algo esencial:
«La guerra es madre de todas las cosas y de todas las cosas es reina.»
Se trata, empero, de una guerra —adviértase con cuidado—, que, al mismo tiempo, es paz, y de un contraste que es, simultáneamente,
armonía. El perenne fluir de las cosas y el devenir universal se revelan
como una armonía de contrarios, es decir, como una constante
pacificación entre beligerantes, un conciliarse entre contendientes (y
viceversa): «Aquello que es oposición se concilia y de las cosas
diferentes nace la más bella armonía, y todo se engendra por medio de
contrastes»; «Ellos (los ignorantes) no entienden que lo que es diferente
concuerda consigo mismo; armonía de contrarios, como la armonía del
arco v de la lira». Solo enfrentan alternativamente los contrarios se
otorgan de forma mutua un sentido especifico:
...