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Jose Emiliano Pacheco


Enviado por   •  5 de Mayo de 2014  •  4.889 Palabras (20 Páginas)  •  603 Visitas

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http://www.jornada.unam.mx/ultimas/2014/01/26/jose-emilio-pacheco-y-los-jovenes-3101.html

José Emilio Pacheco y los jóvenes / Ensayo de Elena Poniatowska

Por

dom, 26 ene 2014 20:33

Foto Archivo / José Antonio López

Los jóvenes se arrodillan ante José Emilio Pacheco. “Alta traición” es objeto de culto y lo saben de memoria. El poeta José Emilio pide perdón, se echa para atrás, dice que no, que por favor, que no es para tanto, que le falta, que no es nada, que todos nos vamos a morir. Los jóvenes lo buscan para abrazarlo y afirmarle que lo adoran. Confuso, José Emilio responde que “algo se está quebrando en todas partes. Se agrieta nuestra edad”. Les advierte que no van a durar y que “sobre su rostro/crecerá otra cara”.

Los jóvenes que todavía viven sus recuerdos de infancia se encuentran a sí mismos en El viento distante, El principio del placer, Las batallas en el desierto y hasta en la colonia Condesa de Morirás lejos y le brindan al novelista y al cuentista un testimonio de gratitud interminable.

Es raro sentir gratitud por un escritor vivo pero José Emilio reúne todas las devociones. Cuando el niño Carlos de Las batallas en el desierto confiesa: “Nunca pensé que la madre de Jim fuera tan joven, tan elegante y sobre todo tan hermosa. No supe qué decirle. No puedo describir lo que sentí cuando ella me dio la mano”, los lectores reviven el tormento de su primer amor. Lo mismo sucede con los cuentos de La sangre de Medusaescritos de 1956 a 1984. José Emilio toca fibras en las que se reconocen, en las que tú y él y yo, ustedes y nosotros nos identificamos. Al leerlo, cada quién escribe de nuevo “Tarde o temprano”. Lo suyo es nuestro. Hacemos el libro con él, somos su parte, nos convierte en autores, nos refleja, nos toma en cuenta, nos completa, nos quita lo manco, lo cojo, lo tuerto, lo bisoño. Le debemos a él ser lectores, por lo tanto le debemos a él la vida.

Según él, los amores verdaderamente desdichados, los amores terribles son los de los niños porque no tienen ninguna esperanza. “En cualquier otra época de tu vida puedes tener alguna mínima posibilidad de reunirte con la persona que amas, pero cuando eres niño tu historia de amor no tiene porvenir.”

Desde  Las batallas en el desierto José Emilio se manifiesta en contra de la nostalgia. Nos lo dice en la última página. “Demolieron la escuela, demolieron el edificio de Mariana, demolieron mi casa, demolieron la colonia Roma. Se acabó esa ciudad. Terminó aquel país. No hay memoria del México de aquellos años. Y a nadie le importa: de ese horror, quién puede tener nostalgia. Todo pasó como pasan los discos en la sinfonola. Nunca sabré si aún vive Mariana. Si viviera tendría sesenta años.” José Emilio cree en la memoria, a la nostalgia la repudia.

“EL YO SE VUELVE TÚ”

Los jóvenes lo quieren porque crea en torno suyo un ambiente fraterno. No habla desde el podio, no discurre, pregunta. Se dirige en tono familiar al que tiene enfrente, casi de inmediato entra en contacto, contigo, conmigo. Los jóvenes saben que ha tenido la generosidad de decir que “todo lo escribimos entre todos” así como su admirado Alfonso Reyes lo antecedió diciendo que “todo lo sabemos entre todos”, porque su lenguaje es desnudo y nos desnuda, porque leerlo les ofrece la posibilidad de no sentirse solos, pero también de no hacer concesiones, de no incurrir en lo fácil, de no caer en la rutina, de mantener un espíritu alerta y bien informado. Los jóvenes lo quieren porque los invita, se pone en su lugar, generaciones vienen y generaciones van y José Emilio que fue un niño preguntón y molesto (según él) sigue interrogándose, interrogándolos, interrogándonos y sintetiza las principales noticias del mundo para crear nuevas formas de comunicación. Para él la primera, la esencial, es la lectura silenciosa. “Me gusta que la poesía sea la voz interior, la voz que nadie oye, la voz de la persona que la lee. Así el yo se vuelve tú, el tú se transforma en yo y del acto de leer nace el nosotros que sólo existe en ese momento íntimo y pleno de la lectura”.

Los jóvenes saben que José Emilio Pacheco los considera infinitamente valiosos y dignos de respeto y que siempre van a adelantarse: “A lo mejor soy yo el que está equivocado.” En los sesenta y en los setenta, en la sede del suplemento  La cultura en México primero en la calle de Balderas y luego en  México en la cultura
en la calle de Vallarta, Carlos Monsiváis y él se reparten el trabajo. “Al conocer a Carlos sofoqué en mí toda esa parte de parodia y burla que él neutralizó inconscientemente. Siento mayor compasión por los demás que por mí mismo”, dice José Emilio, quien sufre y vuelve a sufrir con los textos ajenos y los rehace por completo. Está de vuelta de todo como si tú, si nosotros, si ustedes, si yo fuéramos a alguna parte. Seguro el autor es alguien que “traspasó el límite de edad o proviene de un país que ya no existe” o es un desempleado o una costurera sin su Singer. “Tíralo a la basura”, grita Benítez y Pacheco vuelve a inclinarse sobre la página y corta, añade, cambia. Seguro de tanto corregir se volvió implacable contra sí mismo. Está al tanto de todo, nada se le va, se compunge hasta la tortura cuando Fernando Benítez hace mofa de un colaborador. Monsiváis ríe y su risa se oye hasta el Zócalo. Qué malo es Monsiváis, José Emilio es malo a ratitos y yo lo soy en contra de mí misma. Pacheco se equivoca al decir que Monsiváis sofocó en él su vena paródica. No hay más que leer sus “Inventarios” para comprobarlo. Desde 1957, caminan juntos por la avenida Juárez y huyen cuando ven a Carlos Fuentes y a Fernando Benítez sin saber que, diez años más tarde, Benítez los llamará sus maestros y ellos serán quienes hacen el suplemento, levantan el edificio de cristal de la cultura y lo abren a los que vienen detrás. “Escribir es una manera de saber y de estudiar y de investigar.” “Quise dedicarme a algo que estimulara la lectura, que hiciera que los libros se abran, no se cierren.” A fines de los cincuenta, México es el de los bailes de quince años, el de los juegos florales, el de la Oda a la Feria de San Marcos, el del Canto a la Mujer Mazatleca , el del día de la madre. Al ganador lo escuchan declamar con gestos ensayados su poema por el que recibe 15 mil pesos de los de entonces. Es el México de los concursos de oratoria. También es el México de las tesis. “Dedico esta tesis con todo mi corazón y mi amor a la persona más importante de mi vida, mi madre, a Dios, a mi abuelita que me acompañó a estudiar en la noche, a mi novio, a mi tía Cuquis, etcétera”. Es de ese México, el México de la disipación y del estar sin estar o estando en otra parte que brotan las dos flores

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