LOS IMPACTOS DE LA MODERNIZACIÓN
Enviado por 2231029 • 27 de Marzo de 2016 • Ensayo • 10.695 Palabras (43 Páginas) • 254 Visitas
Texto Dos
FAMILIA EN CHILE
LOS IMPACTOS DE LA MODERNIZACIÓN[1]
Eugenio Tironi
J. Samuel Valenzuela
Timothy Scully c.s.c.
«¡Se está destruyendo el núcleo familiar!», exclamó un conocido columnista conservador, añadiendo que «la gente que vive en hogares bien constituidos lleva una vida ordenada que le permite salir adelante. Eso está faltando mucho y es la causa real de todas estas cosas terribles que están pasando, como que un niño mate a un compañero de colegio con una escopeta...».
El debate público en el Chile contemporáneo está repleto de este tipo de referencias hacia lo que es conceptualizado como una «crisis de la familia», que estaría en la base de un vasto y silencioso proceso de desintegración social.
Se da por sentado que las separaciones aumentan, y que la nueva ley de matrimonio civil que instituye el divorcio las estimulará. Se constata que cada vez menos personas se molestan en formalizar su relación a través del matrimonio, ya que la cohabitación aumenta, especialmente entre los jóvenes.
Hay una verdadera explosión en la proporción de nacimientos fuera del matrimonio, al punto de que ellos representan actualmente más de la mitad del total de los recién nacidos. La mayoría de las madres solteras tiene menos de veinte años, y su relación de pareja con los padres de sus hijos es usualmente inestable o simplemente inexistente, lo que incuestionablemente puede afectar la formación de la nueva generación. No obstante, si no fuera por estos nacimientos, la población chilena sería incapaz de reproducirse, dada la fuerte declinación de la natalidad entre las mujeres casadas. En otras palabras, no faltan así los indicadores para hacer sonar voces de alarma.
Hay también otras tendencias que afectan a las familias y la demografía familiar chilena y, por ende, al país en su conjunto. La población está envejeciendo rápidamente con la disminución de la natalidad y el aumento de la expectativa de vida, que llega ya a ochenta años para las mujeres.
Por el momento, dada la disminución en los nacimientos que comenzó a fines de los años sesenta, Chile tiene la ventaja de que su población en edad de trabajar constituye una proporción anormalmente alta. Pero en las próximas dos décadas habrá una reversión drástica. Aumentará rápidamente la población económicamente inactiva y se plantearán nuevos desafíos a los sistemas de salud y de previsión.
Por otro lado, poco más de un tercio de las mujeres está en la fuerza de trabajo, lo que está por debajo de la media de los estándares internacionales. La legislación laboral desincentiva la contratación de mujeres al imponerles cargas en materia de fueros maternales y cuidados infantiles a los empleadores. Al mismo tiempo, dicha legislación obstaculiza el trabajo parcial, que podría contribuir a compatibilizar el trabajo con la maternidad y la familia; esto tal vez explica lo que se ha interpretado como una resistencia de las propias mujeres a incorporarse masivamente al mundo laboral.
Sin embargo, la integración sólo parcial de las mujeres a la fuerza laboral tiene consecuencias importantes sobre la distribución del ingreso por hogares en el país. La alta desigualdad que se observa en este indicador es en buena medida el resultado de que las mujeres con más educación, y por lo tanto más ingresos, son las que están más integradas al trabajo. Aumentar las oportunidades laborales de todas las mujeres tendrá, en consecuencia, el efecto de disminuir la desigualdad que tanto se deplora, con justa razón, en el país.
En paralelo con la intensificación del debate en torno a la «crisis de la familia», en los últimos quince años el Estado chileno ha materializado una serie de iniciativas que apuntan a encarar en parte los problemas descritos. Están, por un lado, los programas de ayuda a los grupos más pobres o vulnerables —en gran medida encabezados por madres solas—, como subsidios directos, apoyos nutricionales, atención de salud gratuita, acceso a la vivienda, programas especiales de integración como «Chile Solidario>, ampliación de la red de jardines infantiles y de la jornada escolar, entre otros.
Por otro lado, el Estado ha promulgado en el mismo período una profusa legislación que apunta a hacerse cargo de los nuevos problemas de la familia chilena. Cabe mencionar, en este plano, la puesta en marcha de los Tribunales de Familia (octubre 2005), donde se concentra, con un procedimiento abierto y expedito, y con la disposición de amplios recursos para el efecto, todo lo que tiene que ver con familia y menores. En años anteriores se había adoptado una nueva legislación sobre otros temas clave, tales como adopción, filiación, violencia intrafamiliar, abandono de familia y pensiones alimenticias, delitos sexuales, y la mencionada ley del matrimonio civil.
Pese a estos esfuerzos, las encuestas de opinión son concluyentes: los chilenos estiman que la familia es central en sus existencias y, al mismo tiempo, que ella es un germen de problemas y tensiones, y no de solaz y confort. No es sorpresa, por lo tanto, que el debate sobre la «crisis de la familia» se haya intensificado últimamente en Chile.
Sin embargo, la discusión pública sobre el tema de la familia ha estado liderada primordialmente por comentaristas que utilizan un tono moralizador, con juicios carentes de fundamento empírico y base analítica. Ellos imputan directamente todo tipo de «enfermedades sociales» (como el fracaso y la deserción escolar, la delincuencia juvenil, la prostitución infantil, el abuso de menores, el embarazo adolescente, la drogadicción, incluso la pobreza) a la «crisis nacional de la familia».
Este discurso alarmante parece sugerir que si cada uno tuviese un «buen comportamiento», todas esas «enfermedades sociales» automáticamente desaparecerían. Ello obligaría a una suerte de campaña de educación moral para prevenir el embarazo adolescente y las separaciones matrimoniales, y fomentar la dedicación de las madres a sus hijos, a los ancianos y a la familia en general.
El problema de este enfoque es que se enmarca en una concepción muy tradicional de los roles de géneros (la mujer en el hogar y el hombre en el mercado laboral), lo que, en el fondo carga, gran parte de la responsabilidad de la «crisis» en las mujeres, porque la misma se centra al parecer en el ámbito doméstico. Esta perspectiva choca además con las tendencias de la sociedad moderna, las que exigen la creciente corresponsabilidad de hombres y mujeres en los ámbitos privados y públicos.
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