La Cosas Como Son
Enviado por rogerr • 19 de Noviembre de 2013 • 432 Palabras (2 Páginas) • 419 Visitas
Escribía creyendo que algún día iba a llegar a ser escritor. Escribía sin parar, apenas descansaba. Cuando no escribía leía. Leía mucho. Veía las cosas desde otra perspectiva, no una mejor, sino una distinta. El amor ya no me quitaba el sueño. La gente que se enamora se olvida de lo primordial, de lo más elemental: todo se acaba. Así tiene que ser. La muerte de las cosas es un asunto natural. Cuando nos dimos cuenta de ello tuvimos miedo e inventamos algo divino. La vida no podía terminar de esa forma, tenía que haber algo más, algo con qué soñar. Inventamos a un ser todopoderoso. Él podía hacer caminar a los inválidos, curar a los leprosos, resucitar a los muertos. En él pusimos nuestra esperanza.
Nos daba pavor no encontrarle explicación a los sucesos más extraños y a cada cosa le poníamos un nombre, y de tanto pensar encontramos el mejor de todos: Dios. Todo se explicaba bajo su sombra. Nos volvimos fieles creyentes. Los más avezados y rebeldes se levantaban contra él, pero ni bien surgía el más pequeño problema recurrían a su manto sagrado. Gateaban a sus pies como infantes. Cuando las cosas se calmaban desenfundaban las espadas nuevamente. Nos convertimos en seres estancados. No podíamos hacer nada si no nos encomendábamos. Si nos ocurría algo bueno le dábamos gracias; por el contrario, si las cosas no salían como esperábamos repetíamos la misma frase trillada, y es que dios tenía un plan para cada uno de nosotros. Nos contentábamos con tan poca cosa. Los que decían ser no creyentes simplemente lanzaban críticas y puñales bajo su resentimiento y su cólera. Nadie nos tomaba en serio entonces.
Asistíamos a esas ceremonias religiosas y sabíamos que algo no andaba bien. Comenzamos dudando de la iglesia y luego de la religión. Solo fue cuestión de tiempo para que la enfermedad se expandiera a su centro primario. Cuando quisimos alzar la voz nos encontramos con un rebaño dispuesto a entregar su vida en aras de preservar el engaño. El truco de magia había dado resultado. Permitimos que siguiera infectando todo lo que existía. Sentía que por más que corriera iba a llegar al mismo lugar. Entonces corté la soga, me quité un gran peso de encima. Al principio me sentí desprotegido, veía la luz y esa luz me cegaba. Jamás había visto con mis propios ojos.
Yo quería ser escritor, y en ese camino encontré la forma de trascender, de crear. Lo que me quedó después de desatarme fue mi voluntad. Intacta como un hálito de vida.
Eso, a fin de cuentas, es lo único que necesito.
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