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La Sociedad Y Su Sexualidad


Enviado por   •  4 de Junio de 2014  •  3.455 Palabras (14 Páginas)  •  351 Visitas

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a mis 18 años recuerdo una historia muy especial de aquellas que sólo suceden entre hombres. Y es muy especial porque sucedió entre mi padre y yo.

Cuando yo era un muchacho de apenas 15 años mi papá era sargento en el ejército. Estaba destinado en Fort Sill, Oklahoma. Ahí vivíamos. ¡La de veces que mi padre me llevaba fuera de la base por un corte de pelo, o simplemente de compras y a comer una pizza! Teníamos que atravesar las ondulantes colinas de Oklahoma cociéndonos al sol de la tarde. Recuerdo que al salir de la base yo siempre estaba al acecho de los tanques, mientras me reclinaba en la ventanilla abierta del coche, y el aire caliente soplaba directamente sobre mi cara. De vez en cuanto me fijaba en algún tanque renqueante moviéndose junto a los hombres envueltos entre el polvo que este levantaba a su paso. Mi visión del ejército, a esa temprana edad, era tan ingenua como romántica. Para entonces yo ya sabía que me atraían los hombres. Muchas noches en mi cama de adolescente, fantaseaba sexualmente antes de dormirme, con Ben Affleck en Pearl Harbor o con George Clooney en Tres Reyes o con el Sargento de la serie de televisión Hazañas Bélicas. Como véis, mi imaginación era muy cinéfila. Pero sin lugar a dudas me atraía mi papá, quien en todas mis fantasías siempre era el mejor sargento. Y aunque en realidad no comprendía totalmente mi sexualidad, si sabía que me atraía la desnudez masculina y mi cuerpo desnudo más deseado era el mi propio padre. Y como entonces él no era nada modesto, por suerte para mi, tuve muchas oportunidades de contemplar la desnudez de su cuerpo sin tener que salir de casa. Apenas entrado en sus cuarenta, mi papá era aún un hombre robusto, de estómago plano, y peludo en la mayor parte de su cuerpo ¡Hasta incluso presentaba algunas matas de pelo negro en el dorso de sus dedos! A mi me parecía el hombre más sexy del mundo.

Un día llegué del instituto y le hallé recostado en su sillón, con sus pies apoyados en un taburete cercano. En la mesita contigua, cuatro latas de cerveza arrugadas delataban que había estado bebiendo. Mamá no se hallaba en casa. Se marchó en la mañana temprano, a cuidar del abuelo que vivía con la abuela, en Kansas City. Yo sabía que mi papá dormía a pierna suelta la mona, así que sigilosamente deposité mis libros y demás material escolar sobre la mesa de la cocina y volví hacia donde estaba él. Permanecí de pie a su lado, en silencio, contemplando absorto el vaivén de sus manos apoyadas sobre su henchida barriga cervecera, meciéndose al ritmo de su pausada respiración. Vestía una sudada camiseta blanca y llevaba puestos sus pantalones del ejército así como calzadas las botas de combate. Como empujado por un resorte me arrodillé frente a él y le acaricié suavemente el vello de sus brazos. Me sentí extasiado al hacer eso y me encantó la sensación del roce de sus vellos bajo la palma de mi mano. Pero de pronto, mi papá tosió un poco, y abriendo sus somnolientos ojos pareció tomar consciencia de dónde se hallaba tras la ingesta del alcohol. Me miró sorprendido y dijo:

-¿Qué estás haciendo, hijo?

Sonreía.

-¿No le traerías una cerveza a tu padre, muchacho?

-¡Claro, papá! –contesté yo fastidiado, saliendo a toda velocidad de mi encantamiento. Y como a mi me gustaba hacer cosas por mi padre, me marché a la cocina a por su cerveza. Cuando me fui a por ella, sus ojos se cerraron de nuevo. Al regresar, estos se abrieron de nuevo, justo cuando le entregué la fría lata de cerveza. Él retiró la anilla, y acercando la obertura de la lata a su boca, tomó un largo trago y suspiró. Luego, tras depositarla en la mesita, junto a las demás latas arrugadas, alzó su brazo y al hacerlo arrugó el rostro:

-¡Vaya, nene! – exclamó arrugando también su nariz- Creo que ha llegado la hora del baño para papá. ¿Me ayudas a quitarme las botas, hijo?

Yo ni siquiera le respondí. Simplemente agarré su pié y sentándome en el taburete, coloqué la primera bota sobre mi regazo y comencé a aflojar las largas correas cerosas. A medida que el cierre se fue abriendo, el más embriagador de los perfumes de su sudado pie llenó mis fosas nasales. Su pie no apestaba, sólo olía ligeramente a sudor. Y procesando aquel olor en mi cerebro mi polla de quince años se encendió. Aún así yo no perdía concentración con lo que estaba haciendo. Y cuando me pareció que las correas de sus botas estaban lo suficientemente flojas tiré con todas mis fuerzas. La bota salió sola, y con ella el calcetín blanco que usaba mi padre, el cual cayó sobre mi entrepierna. En este punto, mis jeans se habían convertido en una tienda de campaña que hervía. El punto de ebullición subió de golpe cuando mi padre agarró el calcetín húmedo para meterlo en la bota vacía… ¿Notó mi erección?

-¡Vamos nene, la otra! –exclamó mi padre medio dormido.

Repetí presto la operación y al salir la bota, su pie se encastó directamente sobre mis huevos. Fue un golpe muy suave, no hubo dolor. Pero extrañamente pude notar como los dedos de sus pies se movían nerviosos sobre mi bragueta… ¿Qué hacía? ¿Trataba de cerciorarse de mi erección? Pronto escuché el click de la hebilla de su cinturón y entonces mi padre me pidió que le ayudara con los pantalones. Ya se había desbrochado el cinturón y los botones de su pantalón. Retiró sus pies de mi regazo mientras aún se removía los pantalones. Estos se deslizaron hacia el suelo cuando él levantó su prieto culo del sillón y yo me senté directamente sobre el parquet del suelo contemplando su porte militar. Mi papá sonrió un poco. Era una media sonrisa que se ensanchó un poco cuando me tendió su brazo para que yo me levantara del suelo.

-¡Estas sudando, hijo! –dijo él aún con su media sonrisa a cuestas. ¿Acaso estás agotado? –me preguntó. Y a continuación se llevó una mano a su entrepierna, restregándose casualmente el bulto masculino en sus bóxers. Yo ya estaba a cien. Hervía por dentro. Mi corazón de adolescente se aceleraba, desbocado en mi pecho, ante la visión del bulto de mi padre, invocado mil veces en mis fantasías.

-Y ahora ayúdame –me ordenó él ajeno a mi calentura.

Entonces se sacó la camiseta, mostrándome el espectáculo de torso peludo, mientras bostezaba un poco, agarrándose el vientre hinchadito de cerveza con ambas manos. En medio de otro bostezo dejó caer su sudada camiseta al suelo y se dirigió con paso inseguro al cuarto de baño. Fue ahí cuando me di cuenta de que mi papá estaba un poco ebrio. Y no se cómo fue, pero le seguí sin esperar nada más. El me hablaba del tiempo, de lo caluroso que había sido el día, de la base militar, de su trabajo… En fin, poco a ningún interés tenía aquella conversación… Pero yo me aseguré de

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