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Madre, aquí estoy: de mi destierro vengo


Enviado por   •  21 de Noviembre de 2013  •  659 Palabras (3 Páginas)  •  289 Visitas

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Madre, aquí estoy: de mi destierro vengo

a darte con el alma el mudo abrazo

que no te pude dar en tu agonía;

a desahogar en tu glacial regazo

la pena aguda que en el pecho tengo

y a darte cuenta de la ausencia mía.

Madre, aquí estoy; en alas del destino

me alejé de tu lado una mañana,

en pos de la fortuna

que para ti soñé desde la cuna;

mas, ¡oh, suerte inhumana!

hoy vuelvo, fatigado peregrino,

y sólo traigo que ofrecerte pueda,

esta flor amarilla del camino

y este resto de llanto que me queda.

Bien recuerdo aquel día,

que el tiempo en mi memoria no ha borrado;

era de marzo una mañana fría

y cerraba los cielos el nublado.

Tú en el lecho aún estabas,

triste y enferma y sumergida en duelo,

que, con alma de madre, contemplabas

el hondo desconsuelo

de verme separar de tu regazo.

Llegó la hora despiadada y fiera,

y con el pecho herido

por dolor hasta entonces no sentido,

fui a darte, madre, mis postrer abrazo

y a recibir tu bendición postrera.

¡Quién entonces pensara

que aquella voz angélica en mi oído

nunca más resonara!

Tú, dulce madre, tú, cuando infelice,

dijiste al estrecharme contra el pecho:

«Tengo un presentimiento que me dice

que no he de verte más bajo este techo».

Con un supremo esfuerzo desliguéme

de los amantes lazos

que me formaban en redor tus brazos,

y fuera me lancé como quien teme

morir de sentimiento.

¡Oh, terrible momento!

Yo fuerte me juzgaba,

mas, cuando fuera me encontré y aislado,

el vértigo sentí del pajarillo

que en jaula criado,

se ve de pronto en la extensión perdido

de las etéreas salas,

sin saber dónde encontrará otro nido

ni a dónde, torpes, dirigir sus alas.

Desató el sollozar el nudo estrecho

que ahogaba el corazón en su quebranto

y se deshizo en llanto

la tempestad que me agitaba el pecho.

Después, la nave me llevó a los mares,

y llegamos al fin, un triste día

a una tierra muy lejos de la mía,

donde en vez de perfumes y cantares,

en vez de cielo y verdes palmas,

hallé nieblas y ábregos, y un frío

que helaba los espacios y las almas.

Mucho, madre, sufrí con pecho fuerte,

mas suavizaba el sufrimiento impío,

la esperanza de verte

un tiempo no lejano al lado mío.

¡Ah del mortal ciego

confía su ventura a la esperanza…!

La ley universal cumplióse luego,

y vi en el alma, presta,

la mía disiparse,

cual mira en lontananza

torcer el rumbo en

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