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Mis Primeras Maestras


Enviado por   •  1 de Marzo de 2014  •  1.563 Palabras (7 Páginas)  •  211 Visitas

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Institución Universitaria Tecnológico de Antioquia.

Programa: Licenciatura en Educación Preescolar. Santa Rosa de Osos.

Unidad de formación: Práctica II

Presentado por: Lizet Cristina Tamayo Mira.

Mis primeras maestras. Recuerdos de antaño.

No puedo recordar más que el llanto que me ahogaba la primera vez que estuve en frente de una maestra cuando tenía tres años y mi madre me abandonaba a su suerte por primera vez. El clima, los veinte minutos de recorrido, la mano de ella sosteniendo la mía, la ropa que llevaba, las piedras en los zapatos; ninguna de esas cosas existieron para mí en ese momento; mi único deseo era regresar a mi casa, con mis hermanos a las aventuras del campo que mi padre nos propiciaba en medio de la tierra y las vacas. Sin embargo, bastó el tiempo para adaptarme a esa nueva etapa de la vida que hizo tan maravillosa mi infancia, tanto que después de un año ya no quería, ni siquiera, que mi madre cuidara de mí camino a la guardería y menos aún a la pequeña escuela que me enseñó los primeros conocimientos de la vida académica y enalteció aquellos de la vida en sociedad.

Mi memoria viaja a través del tiempo cuando me encuentro con mis maestras esporádicamente, esos son los encuentros con mí pasada inocencia, nuestras sonrisas nos delatan en travesuras y tristezas que delatan el antaño de nuestros relatos. Dolly Mira siempre me pregunta si ya gusto del sabor de las habichuelas y las zanahorias flotando sobre el agua de un plato de sopa insípida servido a la mesa para la hora del almuerzo cuando estaba en la guardería de “El pato Donald”. -¡No!-. Esa es y será mi respuesta certera. Eso de pararme en frente de la nevera con las manos en alto mientras mis compañeros paseaban la cuchara llena de comida a sus bocas nunca mejoró la exquisitez de mis papilas gustativas, aun cuando tuviese que invertir las tardes enteras, hasta la hora de la colada de bienestarina, imaginando no sé qué cosas y riendo en mi mente porque, a decir verdad, yo estaba meditando sobre mis actos y aprendiendo una valiosa lección que nunca evoco. Lo que si recuerdo es una que otra zarandeada por esos juegos de besitos inocentes cuando hacíamos de mamá y papá, los hermanos y las tías o por la complicidad del escondite, la chucha y sus variantes y las reprimendas que merecía a causa de las piedras que fueron mi juguete favorito, de los palos que rayaban en el patio de tierra y de las pasturas que lindaban con esa casa, recinto cuyo baño tenía de puerta una cortina a través de la cual miraban los ojos masculinos a las hijas de la profe cuando tomaban el baño, miradas que nunca callaron a Dolly en las tardes cuando nuestras madres regresaban por nosotros, quejas que terminaban en una buena pela para enseñar a respetar o a no mirar detrás las cortinas. Aun así, Dolly tuvo para nosotros muchas expresiones de cariño, esa ternura y maldad disfrazada en un niño y una niña siempre alientan el beso, el abrazo y el perdón, actos que alivian el grito, la zarandeada y el castigo. ¡Qué días tan felices! ¡Qué manera de aprender a socializar y a rivalizar porque todos tuvimos que haber odiado a alguien mientras nuestra maestra nos enseñaba el amor al prójimo!

Después de haber recibido ese cartón lleno de estrellas azules desteñidas sin evidencia de algún pato Donald, conocí a Vicky, mi maestra de primero, segundo y tercero de primaria. Era el prototipo de maestra que usaba un método tradicional para educar y luego alardeaba de nuestro buen comportamiento para quedar bien, pocas veces se quejaba de uno en frente de las familias, total, ella tenía el control. Mis brazos recuerdan esos pellizcos y sacudidas de cuerpo y cerebro cuando no comprendíamos algo o hacíamos alguna travesura, mi boca aun saborea el sabor del minisikui y de la leche en polvo con azúcar que nos vendía a $100 y $200 antes de salir al recreo, mis oídos recuerdan el sadismo de las canciones humillantes cuando uno se paralizaba en frente del tablero haciendo una multiplicación o una división cuando apenas las estábamos aprendiendo o las lágrimas que lo traicionaban a uno cuando olvidaba la lección que había que aprenderse de memoria. (“Chilletas, tetas, chilletas, tetas” o “Va a llorar, tiene rabia y nos va a pegar”), aunque éramos más sádicos nosotros que entonábamos a toda voz la melodía y la disfrutábamos con entereza cuando no éramos las víctimas. En primero, Vicky nos tenía distribuidos en tres filas según nuestras capacidades:

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