Ser Peruano

A riesgo de ser mal comprendido recordaré que toda persona que se autoestima y de verdad quiere a su terruño, sólo debe sentirse orgulloso de lo que realice en bien de su país o de su patria, y no sólo por haber nacido y mucho menos si a tiempo de caer en la cursilería de repetir “tengo orgullo de haber nacido en el Perú” no se repara en desprestigiarlo mediante la práctica de malas costumbres, hábitos indeseables, vicios, refinamientos y delitos, que sin reparo alguno son exhibidos dentro y fuera del país. No se ama a la Patria si no la defendemos y, al contrario, nos escondemos en el momento en el que nos llama o cuando se la maltrata o cuando, lejos de ser solidarios se aprovecha la desgracia ajena para actuar como buitres y desvalijar a los dolientes o cuando se atenta contra el medio ambiente o se asalta a los turistas que nos visitan sin reparar en que ellos son los más efectivos propagandistas de nuestras virtudes y también de nuestras lacras.

No podemos sentirnos orgullosos por ser el producto de un hecho accidental. El nacimiento es un accidente y el hombre nace donde sus progenitores lo traen a luz. Nacen el chino o el africano en Cora Cora, nacen un peruano, boliviano o afganistano en Nueva York o en Hong Kong, mientras sus madres gestantes disfrutan de unas vacaciones y son sorprendidas por el parto. No es la partida de nacimiento la que nos puede hacer orgullosos. Sólo los logros y conquistas que enaltezcan a la patria y no los que la desacrediten, deben ser motivo de altivez. No es cristiano el que ingresa a una congregación religiosa si no practica las enseñanzas de Cristo ni lo es tampoco el asaltante de un Banco que se persigna a tiempo de cometer su crimen; no lo es el hampón asesino que lleva puesto en el pecho un crucifijo, ni lo es el que tras el hábito monacal comete los más atroces estropicios. Al contrario, puede serlo y de hecho es el más preclaro mensajero de la fe cristiana quien en silencio y sin exhibicionismos patológicos practica bondad, honradez, solidaridad y virtudes por el sólo motivo de ser así y porque le da la gana de ser bueno, y no por llevar estampitas o de golpearse el pecho haciendo aspavientos e hipócritas demostraciones de lo que no siente.

Patriota y, por tanto orgulloso de la Patria, es el que la defiende y la muestra como escenario de acontecimientos enaltecedores. No lo es quien a tiempo de llevar escarapelas en la solapa y besar el Pabellón Nacional se vale de ella para beneficiarse, robarla, asaltarla y contribuir con el drama de su empobrecimiento y desprestigio. Sólo la huachafería e irresponsabilidad de los ímprobos e interesados en encubrir sus flaquezas con el nombre de la Patria pueden motivar la inmadurez de sentirse orgullosos del suelo al que cotidianamente se le ofende.

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