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Un día Volveré A Mi Finca


Enviado por   •  29 de Abril de 2014  •  508 Palabras (3 Páginas)  •  182 Visitas

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Un día volveré a mi finca

Por Sonia*

Son las 5:30 p.m., se escucha el horrible sonido de una botella con el claro (colada) de maíz derramado y se me viene a la mente el recuerdo concreto de aquel viernes que me causó la salida de la finca en donde vivíamos.

Ese viernes 20 diciembre de 2002, después de cuidar el fogón de leña con ceniza y cemento gris que quedaba al lado derecho de la casa, en la estufa se me había regado el claro; lo limpié y luego me fui a servir el almuerzo especial, según decían mis hijos.

Estábamos dándole gracias al Señor, sin saber que ese era el último almuerzo tranquilo que habríamos de pasar en la finca, mi hermoso hogar.

Antes de empezar a comer, comentamos que habían quemado dos busetas de Rápido Ochoa a la vuelta, y que según los vecinos ya venían los paras. Nos estábamos tomando la rica sopa cuando apareció un grupo de hombres tapados con pañoletas y camuflados verdes. Se pararon sobre la pequeña cancha que hacía poco habíamos podado.

Robin, el perro de los niños, se entró y se metió bajo la mesa donde estábamos almorzando, mientras un señor bajito se paró y se quitó la pañoleta sucia y sudorosa, mirándome con ojos de malo.

Estaba barbado y algo pelado; con los ojos clavados en la mesa, preguntó: ¿Eso que hay ahí son claros?

Sí, le respondí, mientras él tomaba un vaso sin soltar su gran arma empantanada.

Se quedaron en la finca, se bañaron, lavaron ropa, plancharon y además de recoger el dinero de sus delitos, se atravesaron en la cancha donde hacíamos los juegos interveredales.

-Mami, ¿me conseguiste el libro de artística?

Preguntó mi hijo mayor de 14 años, interrumpiendo mis recuerdos con lágrimas en mis ojos.

Mi hijo me dice con rabia y tristeza:

-“Mamá, cuando estábamos en la finca no éramos tan pobres, no teníamos tantos sufrimientos y en cambio aquí tenemos que comprar hasta un limón de los que allá teníamos. Si esa gente no se hubiera metido a nuestra finca no hubiéramos tenido que dejarla. Mamá, devolvámonos, no suframos más”.

-¿Volver?, ¡Estás loco papi! Mira, aquí tenemos que sufrir mucho pero tenemos tranquilidad, y si Dios nos ayuda lograré conseguir con mis capacidades lo que necesitas. Si volvemos allá te llevan a coger para el fusil, y a mí no me gustaría ese futuro de zozobra y desesperanza de saber si estás vivo o muerto.

De inmediato recuerdo cuando ese hombre le dijo a mi hijo que se fuera con ellos, le mostró una gran cantidad de billetes y le repitió varias veces: “Vos ya podés con un fusil, porque esto es muy mamey”.

Ese que le ofrecía a mi hijo dinero de extorsiones, joyas y hasta un revólver de cacha de oro, terminó muerto al frente de la casa al otro día.

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