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Bioética en el futuro del conocimiento


Enviado por   •  6 de Noviembre de 2021  •  Trabajo  •  1.320 Palabras (6 Páginas)  •  72 Visitas

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Bioética en el futuro de la salud.

[pic 1][pic 2]Universidad Hispanoamérica del bajío.

Lic. En Enfermería

Campus Tijuana.

Alumna: Angélica lucía Rodríguez Sánchez

Grupo 101

Profesora: Reyna Correa

Materia: bioética y legislación de la salud.

Tema: Bioética en el futuro del conocimiento.

Fecha de entrega: 13/10/21 


  ¿Qué esperar de la bioética en el futuro del conocimiento?

 Esta disciplina, aunque surge en el ámbito de la atención médica y se le identifica con los problemas del principio y fin de la vida humana, parece también como una reflexión sobre el futuro de la humanidad.  El futuro puede estar amenazado por la tecnología, aunque lejos de ser una amenaza podría ser el encuentro entre dos culturas: la científica y la humanista, en particular la ética, para mantener abierto el futuro, es posible reconocer que la bioética pertenece a la ética filosófica, dada la capacidad de la filosofía para tomar conciencia del presente y el porvenir, así como para reflexionar sobre la ciencia y sus aplicaciones. Desde esta perspectiva, resulta claro que contamos con avances científicos muy importantes a los que no podemos renunciar: por ejemplo a la teoría de la relatividad; la física cuántica, el conocimiento del ADN y la biología molecular; la genómica y las neurociencias; la teoría matemática del caos, que conlleva el reconocimiento de la incertidumbre; la cibernética y la teoría de sistemas complejos, y el conocimiento del universo como una entidad en movimiento, y con muchísimas preguntas sin respuestas,  y dentro de estas revoluciones han de ser cultivadas por su valor esencial, por el conocimiento que aportan y porque, además, tienen un doble valor ético. Por un lado, han promovido la capacidad de asombro, el deseo de búsqueda incesante de la verdad, la libertad de pensamiento y la ruptura de Ética y Bioética los prejuicios; han desarrollado así las supremas cualidades del ser humano y, por ende, han sido un factor importante de humanización.  Además, su valor ético se cifra en que han dado una orientación racional a nuestras vidas. Gracias a ellas, hemos empezado a dejar atrás el afán de absolutos y de verdades estáticas e inamovibles; sabemos que todo es relativo, que los fenómenos se dan en movimiento perpetuo, a la vez que poseen una estructura; En consecuencia, podemos reconocer la conexión entre los fenómenos naturales y la libre creatividad humana. “Asistimos al surgimiento de una ciencia que nos instala frente a la complejidad del mundo real permite a la creatividad humana vivenciarse como expresión singular de un rasgo fundamental en todos los niveles de la naturaleza”. Se trasciende el dualismo tradicional entre libertad y naturaleza, y reconocemos la unidad del todo.  Por otra parte, la ciencia contemporánea ha realizado un maridaje con la tecnología, con la aplicación del conocimiento destinada a dominar la naturaleza y obtener productos útiles. Las revoluciones han sido posibles gracias al uso de sofisticadas tecnologías que, a su vez, han hecho avanzar a estas últimas. Se establece así la tecnociencia, cuyo eje es el poder de intervención y dominio de la naturaleza, de sus estructuras fundamentales en los niveles “macro” y “micro”. Nos enfrentamos con esto a otra dimensión de la ética del conocimiento: la responsabilidad de crear el mundo concreto con una orientación distinta a la mera búsqueda de la verdad. En este ámbito, hemos de reconocer que la tecnociencia no sólo aporta nuevos productos y “bienes materiales”, sino que orienta la vida desde el dominio. Con ello la racionalidad cognitiva (y la vital) se torna instrumental: ya no sólo interesa aclarar lo real, sino obtener provecho y control de la naturaleza.  La vida actual es inconcebible sin los avances científicos: los procesos de generación de energía, el desarrollo de circuitos electrónicos que hacen posibles sofisticados aparatos y el sistema informático que, cada vez más, organiza a la sociedad. Otros avances irrenunciables son los instrumentos utilizados en medicina y en la investigación en materiales, la genética, la clonación de animales, la manipulación de células troncales y muchas otras tecnologías médicas. Se nos promete un mundo sin hambre, soluciones para la enfermedad e incluso para el envejecimiento, y el poder “tomar la evolución en nuestras manos” interviniendo en nuestros genes.  Se nos garantiza, además, un acceso masivo al conocimiento. De hecho, hemos construido la “sociedad del conocimiento y la información”, en la que los vínculos interhumanos la productividad y el poder dependen de la tecnociencia y se organizan en gran medida a partir de la cibernética. Tal sociedad pretende democratizar el conocimiento y fortalecer la misma democracia con la “ilustración” de sus ciudadanos. Sin embargo, el mundo tecnocientífico está lleno de paradojas. El bienestar material que ofrece se da junto con un aumento constante del número de excluidos; la utopía de la salud conlleva la aparición de nuevas enfermedades y graves riesgos de descontrolar nuestros genes, y la sociedad del conocimiento no ha conquistado más que una democracia formal pero no participativa, pues no logra incorporar a todos los ciudadanos al conocimiento y excluye del mercado de trabajo a los “ignorantes” sin hacer nada por ellos.  También los inventos y avances deslumbrantes de la tecnociencia van unidos a una gran desconfianza de la población, ocasionada por catástrofes como los desastres del cambio climático (generado en alguna medida por abusos del hombre). Sobre todo, la tecnociencia ha conformado un mundo en el que imperan una sobrepoblación autodestructiva y deshumanizante, y un deterioro de la naturaleza que puede llevar a la Tierra a una gran eclosión. Muchos científicos y humanistas coinciden en que el problema del futuro reside en el “predicamento humano”. La tensión entre población, recursos y ambiente. Somos seis mil seiscientos millones sobre la Tierra, los recursos son limitados y el medio ambiente (flora, fauna, aire, mares, paisajes) está altamente deteriorado. Desde la bioética filosófica, es imperante advertir que con el afán de dominio hemos creado una cultura del tener y acumular que implica la explotación de la naturaleza (la biosfera y las otras especies), el desarrollo de una industria en sobreproducción que requiere del aumento poblacional para tener más consumidores, el hambre y la pobreza crecientes, violencia, relaciones impersonales, pérdida de la responsabilidad comunitaria, insignificancia de la individualidad. En consecuencia, enfrentamos una crisis de la vida y de la práctica ética: olvido de valores como la igualdad, la solidaridad, la responsabilidad y, peor aún, hemos olvidado el cultivo de la libre creatividad individual en el arte, la filosofía y en cualquier ámbito expresivo.  Esto requiere condiciones de vida distintas a las actuales. Para cambiarlas, necesitamos educar para tener menos hijos; nada podrá lograrse sin esto, pues la humanización estuvo y está ligada a la participación en grupos pequeños. Además, urge conocer críticamente los parámetros culturales en que se basa la tecnociencia: antropocentrismo, patriarcado, desigualdad interhumana, así como imaginar y proyectar una sociedad que, incorporando mejor ciencia y técnica, no olvide el “para qué”. El futuro humano es imposible sin un conocimiento y un cambio ético-responsable que recupere la vida.

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