Cazadores Microios
Enviado por jaquelinmart • 6 de Noviembre de 2013 • 498 Palabras (2 Páginas) • 214 Visitas
CAPITULO I
ANTONY LEEUWENHOEK
EL PRIMER CAZADOR DE MICROBIOS
I
Hace doscientos cincuenta años que un hombre humilde, llamado Leeuwenhoek,
se asomó por vez primera a un mundo nuevo y misterioso poblado por millares de
diferentes especies de seres diminutos, algunos muy feroces y mortíferos, otros útiles
y benéficos, e, incluso, muchos cuyo hallazgo ha sido más importantísimo para la
Humanidad que el descubrimiento de cualquier continente o archipiélago.
Ahora, la vida de Leeuwenhoek es casi tan desconocida como lo eran en su
tiempo los fantásticamente diminutos animales y plantas que él descubrió. Esta es la
vida del primer cazador de microbios. Es la historia de la audacia y la tenacidad que le
caracterizaron a él, y que son atributos de aquellos que movidos por una infatigable
curiosidad exploran y penetran un mundo nuevo y maravilloso.
Estos cazadores, en su lucha por registrar este microcosmos no vacilan en jugarse
la vida. Sus aventuras están llenas de intentos fallidos, de errores y falsas
esperanzas. Algunos de ellos, los más osados, perecieron víctimas de los mortíferos
microorganismos que afanosamente estudiaban. Para muchos la gloria lograda por
sus esfuerzos fue vana o ínfima.
Hoy en día los hombres de ciencia constituyen un elemento prestigioso de la
sociedad, cuentan con laboratorios en todas las grandes ciudades y sus proezas llenan
las páginas de los diarios, a veces aún antes de convertirse en verdaderos logros. Un
estudiante medianamente capacitado tiene las puertas abiertas para especializarse en
cualquiera de las ramas de la ciencia y para ocupar con el tiempo una cátedra bien
remunerada en una acogedora y bien equipada universidad. Pero remontémonos a la
época de Leeuwenhoek, hace doscientos cincuenta años, e imaginémonos al joven
Leeuwenhoek, ávido de conocimientos, recién egresado del colegio y ante el dilema de
elegir carrera. En aquellos tiempos, si un muchacho convaleciente de paperas
preguntaba a su padre cuál era la causa de este mal, no cabe duda que el padre le
contestaba: «El enfermo está poseído por el espíritu maligno de las paperas». Esta
explicación distaba de ser convincente, pero debía aceptarse sin mayores
indagaciones, por temor a recibir una paliza o a ser arrojado de casa por el
atrevimiento de poner en tela de juicio la ciencia paterna. El padre era la autoridad.
Así era el mundo hace doscientos cincuenta años, cuando nació Leeuwenhoek. El
hombre apenas había empezado a sacudirse las supersticiones más obscuras,
avergonzándose de su ignorancia. Era aquel un mundo en el que la ciencia ensayaba
sus primeros pasos; la ciencia, que no es otra cosa sino
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