Cazadores
Enviado por thegomi • 5 de Abril de 2012 • 1.185 Palabras (5 Páginas) • 387 Visitas
científicos entre piezas de tela, escuchando durante seis años el tintineo de la
campanilla del cajón del dinero, y teniendo que mostrarse siempre amable con la
larga fila de comadres holandesas que regateaban hasta el último centavo en forma
desesperante. Pues bien, ¡durante seis años, esta fue su universidad!.
A los 21 años, Leeuwenhoek abandonó la tienda y regresó a Delft; se casó y abrió
su propia tienda de telas. En los veinte años que sucedieron se sabe muy poco de él,
salvo que se casó en segundas nupcias y tuvo varios hijos, que murieron casi todos de
tierna edad. Seguramente fue en ese período cuando le nombraron conserje del
Ayuntamiento de Delft y le vino la extraña afición de tallar lentes. Había oído decir
que fabricando lentes de un trozo de cristal transparente, se podían ver con ellas las
cosas de mucho mayor tamaño que lo que aparecen a simple vista. Poco sabemos de
la vida de Leeuwenhoek entre sus 20 y 40 años, pero es indudable que por esos
entonces se le consideraba un hombre ignorante; no sabía hablar más que holandés,
lengua despreciada por el mundo culto que la consideraba propia de tenderos,
pescadores y braceros. En aquel tiempo, las personas cultas se expresaban en latín,
pero Leeuwenhoek no sabía ni leerlo. La Biblia, en holandés, era su único libro. Con
todo, su ignorancia lo favoreció, porque aislado de toda la palabrería docta de su
tiempo no tuvo más guía que sus propios ojos, sus personales reflexiones y su
exclusivo criterio. Sistema nada difícil para él, pues nunca hubo hombre más terco
que nuestro Antonio Leeuwenhoek.
¡Qué divertido sería ver las cosas aumentadas a través de una lente! Pero,
¿comprar lentes? ¿Leeuwenhoek? ¡Nunca! Jamás se vio hombre más desconfiado.
¿Comprar lentes? No, ¡él mismo las fabricaría!.
Visitando las tiendas de óptica aprendió los rudimentos necesarios para tallar
lentes; frecuentó el trato con alquimistas y boticarios, de los que observó sus
métodos secretos para obtener metales de los minerales, y empezó a iniciarse en el
arte de los orfebres. Era un hombre de lo más quisquilloso; no le bastaba con que sus
lentes igualaran a las mejor trabajadas en Holanda, sino que tenía que superarlas; y
aun luego de conseguirlo se pasaba horas y horas dándoles una y mil vueltas.
Después montó sus lentes en marcos oblongos de oro, plata o cobre que el mismo
había extraído de los minerales, entre fogatas, humos y extraños olores. Hoy en día,
por una módica suma, los investigadores pueden adquirir un reluciente microscopio;
hacen girar el tornillo micrométrico y se aprestan a observar, sin que muchos de ellos
sepan siquiera ni se preocupen por saber cómo está construido el aparato. Pero en
cuanto a Leeuwenhoek...
Naturalmente, sus vecinos lo tildaban de chiflado, pero aún así, y pesar de sus
manos abrasadas, y llenas de ampollas, persistió en su trabajo, olvidando a su familia
y sin preocuparse de sus amigos. Trabajaba hasta altas horas de la noche en apego a
su delicada tarea. Sus buenos vecinos se reían para sí, mientras nuestro hombre
buscaba la forma de fabricar una minúscula lente —de menos de tres milímetros de
diámetro— tan perfecta que le permitiera ver las cosas más pequeñas enormemente
agrandadas y con perfecta nitidez. Sí, nuestro tendero era muy inculto, pero era el
único hombre en toda Holanda que sabía fabricar aquellas lentes, y él mismo decía de
sus vecinos: «Debemos perdonarlos, en vista de su ignorancia».
Satisfecho de sí mismo y en paz con el mundo, este tendero se dedicó a examinar
con sus lentes cuanto caía en sus manos. Analizó las fibras musculares de una ballena
y las escamas de su propia piel en la carnicería consiguió ojos de buey y se quedó
maravillado de la estructura del cristalino. Pasó horas enteras observando la lana de
ovejas y los pelos de castor y liebre, cuyos finos filamentos se transformaban, bajo
...