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Cazadores


Enviado por   •  16 de Marzo de 2015  •  1.634 Palabras (7 Páginas)  •  165 Visitas

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CAPITULO I

ANTONY LEEUWENHOEK EL PRIMER CAZADOR DE MICROBIOS

Antonio van Leeuwenhoek nació en 1632, entre los azules molinos de viento, las pequeñas calles y los amplios canales de Delft, Holanda. Descendía de una familia de fabricantes de cestos y de cerveza, ocupaciones muy respetadas aún en la Holanda de hoy. El padre de Antonio murió joven, la madre envió al niño a la escuela para que estudiara la carrera de funcionario público, pero a los 16 años arrumbó los libros y entró de aprendiz en una tienda de Ámsterdam. Esta fue su universidad. Imaginemos a un estudiante de ciencias moderno adquiriendo conocimientos científicos entre piezas de tela, escuchando durante seis años el tintineo de la campanilla del cajón del dinero, y teniendo que mostrarse siempre amable con la larga fila de comadres holandesas que regateaban hasta el último centavo en forma desesperante. Pues bien, durante seis años, esta fue su universidad. A los 21 años, Leeuwenhoek abandonó la tienda y regresó a Delft, se casó y abrió su propia tienda de telas. Se sabe muy poco de él, que se casó en segundas ocasión y tuvo varios hijos, que murieron casi todos de tierna edad. Fue en ese período cuando le nombraron conserje del Ayuntamiento de Delft y le vino la extraña afición de tallar lentes. Se le consideraba un hombre ignorante, no sabía hablar más que holandés, lengua, que la consideraba propia de tenderos, pescadores y braceros. Aprendió los rudimentos necesarios para tallar lentes, frecuentó el trato con alquimistas y boticarios, de los que observó sus métodos secretos para obtener metales de los minerales, y empezó a iniciarse en el arte de los orfebres. Trabajaba hasta altas horas de la noche en apego a su delicada tarea. Sus vecinos se reían, mientras el buscaba la forma de fabricar una minúscula lente, de menos de tres milímetros de diámetro, que le permitiera ver las cosas más pequeñas enormemente agrandadas y perfectamente. Con sus lentes analizó las fibras musculares de una ballena y las escamas de su propia piel en la carnicería consiguió ojos de buey y se quedó maravillado de la estructura del cristalino. Pasó horas enteras observando la lana de ovejas y los pelos de castor y liebre, cuyos finos filamentos se transformaban, bajo su pedacito de cristal, en gruesos troncos. Examinó cortes transversales de madera de diferentes de árboles, y observó el interior de semillas de plantas. Era como un cachorro que olfatea todo lo que hay a su alrededor.

II.- Durante veinte años, trabajó en completo aislamiento. En aquel tiempo, la segunda mitad del siglo XVII, surgían nuevos movimientos en todo el mundo. En Inglaterra, Francia e Italia, hombres singulares comenzaban a dudar de aquello que hasta entonces era considerado como verdad. La Sociedad entera se arremolinó bajo la luz de grandes candelabros, y en medio de un gran silencio empezó el experimento con el siguiente resultado. Se hizo un cerco con polvo de cuerno de unicornio, colocando una araña en el centro, pero inmediatamente la araña salió corriendo fuera del círculo. Pero recordamos que entre los miembros de aquella sociedad se encontraba Roberto Boyle, fundador de la química científica, y también Isaac Newton. Con toda la ingenua familiaridad dé un campechano que no se hace cargo de la profunda sabiduría de los filósofos a quienes se dirige, Leeuwenhoek contestó al ruego de la Real Sociedad. Fue una misiva larga, escrita en holandés vulgar, con digresiones sobre cuanto existe bajo las estrellas. Eran unas cartas en estilo familiar, saturadas de comentarios sobre la ignorancia de sus vecinos exponiendo las imposturas de los charlatanes y refutando supersticiones añejas, entreveraba reportes de su propia salud, pero entre párrafo y párrafo de esta prosa familiar, los esclarecidos miembros de la Real Sociedad tenían el honor de leer descripciones inmortales y gloriosas de los descubrimientos hechos con el ojo mágico de aquel tendero de Delft. Y qué descubrimientos Cuando se para mientes en ellos, muchos de los descubrimientos científicos fundamentales nos parecen sencillísimos. Lo que vio aquel día, es el comienzo de esta historia. Leeuwenhoek era un observador maniático, pero a quién, sino a un hombre tan singular se le habría ocurrido observar algo tan poco interesante: una de las millones de gotas de agua que caen del cielo Su hija María, de 19 años, que cuidaba cariñosamente a su extravagante padre, lo contemplaba, mientras él, completamente abstraído, cogía un tubito de cristal, lo calentaba al rojo vivo y lo estiraba hasta darle el grosor de un cabello. María adoraba a su padre. Este conserje de Delft había admirado un mundo fantástico de seres invisibles a simple vista, criaturas que habían vivido, crecido, batallado y muerto, ocultas por completo a la mirada del hombre desde el principio de los tiempos,seres de una especie que destruye y aniquila razas enteras de hombres diez millones de veces más grandes que

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