Democracia Shumpeter
Enviado por fernandonp • 18 de Noviembre de 2013 • 2.184 Palabras (9 Páginas) • 313 Visitas
Democracia, en el sentido etimológico de la palabra, quiere decir "poder popular". Si esto es así, las democracias deben ser lo que dice la palabra: sistemas y regímenes políticos en los que el pueblo manda. Pero, ¿quién es el pueblo? Y además, ¿cómo atribuir poder al pueblo?
El concepto de pueblo tiene sus orígenes en el demos de los griegos. Y del demos había, ya en el siglo V a.C., muchas interpretaciones. La noción llega a ser todavía más compleja cuando el griego demos se convierte en el latino populus, y los romanos, y aún más la elaboración medieval del concepto, hacen de populus en parte un concepto jurídico y en parte una entidad orgánica. El análisis histórico de la noción de pueblo conduce aun mínimo de seis posibles interpretaciones del concepto: todos, los más, proletariado, totalidad orgánica e indivisible, principio de mayoría absoluta, y principio demayoría moderada.
La primera noción es la más intuitiva e imprecisa porque no aclara si los votantes son los ciudadanos o también los residentes y siempre sobrentiende que los menores quedan excluidos del todos en sentido político. La segunda no aporta un criterio para decidir cuántos forman el pueblo. Respecto a la tercera, la estructura de las sociedades industriales y de servicios no es piramidal y la mayoría de sus ciudadanos pertenecen a las clases medias. La concepción del pueblo como una totalidad indivisible ha legitimado el totalitarismo del siglo XX. En las dos últimas acepciones, el pueblo se define en base a dos reglas de decisión muy diferentes que vamos a examinar a fondo.
Una vez que se ha establecido el significado de la palabra "democracia", importa verificar cuál es la realidad "efectiva" de este concepto. Quien verifica los hechos es el "realista": observador que mira lo real y se desinteresa de lo ideal. Hasta aquÍ no hay nada de malo, es lo mejor. Cuando Maquiavelo atendía a la verdad efectiva, descubría entonces la política. Pero aquí comienza una secuela de nociones que parecen derivarse una de otra y que transforman radicalmente el discurso. Decía que se empieza con el realismo; de este realismo se extrae la política realista; y luego, todavía, la política realista se convierte en la noción de política pura. A pesar de las apariencias, sostendré que son cosas muy diferentes una de otra y que de la primera no es lícito extraer la tercera.
Comenzemos por Maquiavelo y la antigua disputa sobre lo que él dijo y sobre lo que sus intérpretes le atribuyen. Maquiavelo funda la autonomía de la política precisamente porque el secretario florentino es el primero que describe a la edad moderna. Estar atentos a la verdad de los hechos es recurrir a la observación directa y registrar, sin disimular, que la política no obedece a la moral. Sin embargo, al interpretar a Maquiavelo o, mejor dicho, al hacerlo contemporáneo para nosotros, es necesario tener presente que él observaba la formación de los principados del Renacimiento, vale decir, de un microcosmos político no comparable con el nuestro, entre otras razones porque en aquel tiempo la política coincidía con el príncipe.
Hagamos una distinción entre el político. El político es una persona y se puede hacer toda una tipología, por una parte se pone al político "realista" y por la otra al político "idealista". Con esto se quiere decir que hay hombres políticos sin prejuicios, sin principios, que sólo buscan satisfacer sus intereses en términos de poder, y otros políticos que, en cambio, tienen la mirada fija en el idealismo que persiguen. La política, en cambio, es un proceso, incluso a largo plazo, el cual involucra a muchísimas personas y que, al menos en nuestros días, exige adhesión y participación.
Entonces, si la aportación de Maquiavelo es que la política es una cosa y la moral otra, de esta premisa sólo puede concluirse que la política es "amoral"; y de esto a sostener que exista una política pura hay una gran diferencia. Una vez establecido qué no es la política, nos queda por establecer qué es. Y la confusión nace cuando el "político puro" -el príncipe maquiaveliano- es asimilado a una "política pura". No: la existencia del primero no basta para demostrar que existe la segunda.
La teoría competitiva de la democracia
Schumpeter es el padre de la "teoría competitiva de la democracia". En su criterio, en la teoría clásica de la democracia la selección de los representantes "es secundaria al fin principal [...] de investir al electorado del poder de decidir sobre las cuestiones políticas", mientras que la verdad es que la decisión sobre las opciones por parte del electorado "es secundaria respecto de la elección de las personas que se presentan para decidir". De esta premisa proviene su notable definición: "El método democrático es aquella sagacidad institucional para llegar a decisiones políticas en las que algunas personas adquieren el poder de decidir por medio de una lucha competitiva por el voto popular" (Capitalismo, Socialismo y Democracia, 1942).
Schumpeter habla de "método democrático"; entonces, la suya es una definición procedimental que acoge a la democracia en su método, no en su actuación. Sin embargo, la derivación es intuitiva: la democracia es la secuela de efectos secundarios y compuestos que siguen a la adopción de ese método. Pero analicemos más profundamente, para lo cual hay que acudir al principio de las "reacciones previstas" de Friedrich (1941), quién afirma que, en un contexto competitivo, los elegidos son cotidianamente condicionados por la expectativa de cómo reaccionarán sus electores ante las decisiones que tomen. Entonces, la "lucha competitiva" produce responsiveness, receptividad o "respuesta". Y la respuesta es la ruedecilla que hace girar a toda la máquina en relación-correspondencia con las preferencias del demos.
Así es posible entender cómo la influencia de las mayorías (populares) puede ser confiablemente confiada al poder de las minorías (competitivas), y cómo las elecciones competitivas producen democracia. Democracia es en sí poliarquía; pero poliarquía no quiere decir que muchos jefes se sustituyan con uno solo. Si eso fuese todo, la satisfacción sería poca. La poliarquía en cuestión está obligada a hacerse la competencia y, entonces, está obligada a ser receptiva. De ello deriva la conversión del sistema de jefes de las democracias en un sistema de leadership, de jefes guías que también, en cierta medida, son guiados.
Así, combinando a Schumpeter y a Friedrich, podemos definir la democracia como el mecanismo que genera una
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