EL HOMBRE Y LA PLANTA
Enviado por marigerard • 24 de Febrero de 2013 • Tesis • 1.130 Palabras (5 Páginas) • 499 Visitas
PARACELSO, THEOPHRASTUS BOMBASTUS VON HOHENHEIM
(1493 - 1541)
EL HOMBRE Y LA PLANTA
Para las úlceras y heridas, se emplea Polygonum persicaria, Symphytum officinal, Botanus europeus, etc.
Para el mal de dientes, frótese las encías, hasta que salga sangre, con raíz de Senecio vulgaris.
Para la menorrea uterina, Polygonum persicaria.
Para la menorrea difícil, Menta polegium.
Para la tisis pulmonar el roble y el cerezo...
Y cabe insistir en que no damos aquí más que ejemplos aislados, que el estudioso lector podrá ir multiplicando a voluntad según las leyes de las signaturas.
La planta cogida puede ser utilizada exotéricamente: en juego, en polvo y en infusión.
En decocción (hervida en el agua); da resultados más activod que en infusión.
En magisterio, o sea por la formula y preparación secretas.
En tintura (combinado con alcohol).
En quintaesencia.
He ahí las indicaciones practicas sobre esta farmacopea exterior, entresacada de los libros de Paracelso; cada uno podría ser con ellas variados experimentos y manipulaciones diversas.
Y téngase presente que un médicamente vegetal es siempre tanto más activo, cuanto su preparación sea resuelta por una persona robusta y animada del deseo de curar.
TINTURAS, DECOCCIONES, POLVOS, ETC. Para la presentación y el desarrollo de nuestro ejemplo utilizaremos tres medicamentos vegetales: el eléboro, la brea y la cicuta.
COPÉRNICO
Copérnico escribió en latín su Commentariolus. La traducción al inglés por Edward Rosen se publicó por primera vez en" Tres tratados copernicanos" (Three Copernican Treatises), Columbia University Press, 1939.
“Nuestros antepasados, según se advierte, suponían la existencia de gran número de esferas celestes, principalmente con el intento de explicar el movimiento aparente de los planetas en virtud del principio de regularidad. Porque tenían por cosa del todo absurda el que un cuerpo celeste, que es esfera perfecta, no tuviera siempre movimiento uniforme. Vieron cómo, uniendo y combinando de varios modos movimientos regulares, podían lograr que, al parecer, todo cuerpo se moviese hasta una posición cualquiera.
Calipo (Callipus) y Eudoxo (Eudoxus) que se propusieron resolver el problema recurriendo a las esferas concéntricas, no pudieron explicar todos los movimientos planetarios. No sólo tenían que dar razón de los giros aparentes de los planetas, sino también de que por qué dichos cuerpos a veces nos parecen remontarse por los cielos y en otras bajar; y esto no se compadece con el principio de la concentricidad. Por eso túvose por mejor echar mano de excéntricas y epiciclos, sistema que acabaron por aceptar los más de los letrados.
Sin embargo, las teorías planetarias de Tolomeo y los más de los otros astrónomos aunque concordaban con los datos numéricos, a veces parecían presentar dificultades no pequeñas. Porque tales teorías no satisfacían por completo, a menos de admitirse también ciertos ecuantes; resultaba entonces que el planeta no se movía con velocidad uniforme ni en su deferente ni en torno del centro de su epiciclo. Por ende, los sistemas de esta clase no parecían ni bastante absolutos ni bastante gratos para el entendimiento.
Habiéndome percatado de tales defectos, a menudo pensé entre mí si no podría hallarse por ventura una combinación más razonable de círculos de la cual se infiriesen todas las anomalías aparentes y según la cual todo se moviese uniformemente en torno de su propio centro, conforme lo exige la norma del movimiento absoluto. Después de proponerme éste problema
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