El Hombre

Las calles siempre están ahí, disponibles para caminarlas, a fuerza de habitarlas para aquel que se atreva a abrir los secretos que la razón civilizada enseña a ocultar. Y es que la calle presta ese resguardo que se llama anonimato, que se llama explanada sin identidad, es el sinlugar por antonomasia, es el espacio donde a todos sucede lo insospechado pero a la vista de todos y donde se practica el disimulo y la cobardía. La calle es el dilema que se corporeiza al sentir que se está o no se está con alguien, la fractura de la conciencia de sentir que se pertenece a algo o a alguien y a la vez el de no pertenecer a algo o a alguien. Así es la calle, inmensa, abierta, dispuesta, presta a las más malignas o benévolas intenciones. No hay nadie y están todos, de frente, en espera de cualquier embate que pretenda la puesta a prueba de la vida, de la osadía y el riesgo, es el peligro que deviene de saberse dentro y no estarlo, de mirar a la cara y de evitarla. Y es que la calle tiene ese peligro, hacer sentir que se vive en ella pero también guardar el resquicio en el alma de que se vive en nada, de que se está solo, de que tal vez haya alguien a quien encontrar bajo la modalidad del encuentro fortuito, inesperado, o tal vez encontrar al buscado en el momento en que ya no se le desea. La calle es eso, miedo a la expectativa misma, donde se suscitan vidas que nunca alguien vivirá, poruq en ella todo es fuga. Ahí esta el hogar de Juan, así Juan, como todos los Juanes que existen en México.

Del Lic Marcelino Núñez

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