Edad Media y Capitalismo
Enviado por yurimarjjj • 18 de Noviembre de 2013 • Tesis • 7.382 Palabras (30 Páginas) • 305 Visitas
I. Edad Media y Capitalismo
1. Un panorama general
La Edad Media europea, alta y baja, en sus aspectos económicos y sociales,
dejó de considerarse una era signada por pocos cambios. Por el contrario, las
investigaciones históricas han revelado una gran riqueza de hechos
condicionantes de las relaciones sociales y de intercambio, apalancando las
transformaciones que caracterizarán la emergencia del capitalismo [1].
Solapándose con una sociedad arraigada en la costumbre y la tradición, a partir
del siglo IX o X el incremento de la población y la expansión del comercio
marcarán la pauta para el despliegue de inéditas fuerzas sociales y productivas.
Condicionando y siendo condicionadas por estas variables, ocurrirán cambios en
las técnicas de producción, de organización de la producción y aparecerán nuevas
instituciones. Se modificarán las reglas, normas y costumbres que regían en las
relaciones de propiedad, de trabajo y de servicio. Resurgirán hasta hacerse
predominantes las transacciones de todo tipo saldadas con moneda. Las
diferentes regiones europeas, en diferentes momentos, se alinearán en redes de
comercio, siguiendo las ventajas de su posición geográfica y atendiendo a su
grado de desarrollo institucional. La producción de alimentos en el medio rural y la
producción artesanal de las ciudades se vincularán de manera incipiente a las
condiciones de oferta y demanda prevalecientes, estableciéndose una división del
trabajo con base en la especialización. Sabato (1980: 12) ha expresado de
manera elocuente la insurgencia de este panorama:
El fundamento del mundo medieval era la tierra, estática y
conservadora. Se vivía en términos de eternidad, el tiempo era el
natural de los pastores y cultivadores, el del despertar y el trabajo,
el del hombre y el amor: el pulso de la eternidad... pero el mundo
que tumultuosamente ha de reemplazarlo es el de la ciudad, liberal
y dinámica por esencia, regida por la cantidad y la abstracción. El
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tiempo es oro, porque los florines se multiplican por el simple
transcurso de las horas, y hay que medirlo seriamente, y los
relojes mecánicos sobre los campanarios sustituyen a los bellos
ciclos de la vida y de la muerte.
Sin embargo, al hablar de cambio no lo estamos haciendo en términos de un
proceso “revolucionario” sino de un proceso gradual y lento. En algunos casos
este proceso significó la vuelta a prácticas económicas y sociales superadas, y en
otros casos supuso el arraigo de rígidas tradiciones, como con respecto a la
servidumbre en Europa oriental, que se mantuvieron por varios siglos. Por lo
demás, los cambios puntuales demográficos, en la tecnología, en la producción,
en la organización del trabajo, en los intercambios, en las actitudes, se solapan
unos con otros, de manera que solamente es válido considerarlos en conjunto. Las
perturbaciones aparejadas a estos cambios, como el sostenido incremento de los
precios de los cereales hasta principios del siglo XIV, la emergencia de la peste
negra en 1340 o la inestabilidad monetaria a lo largo del siglo XV, nos advierten
respecto a no extraer conclusiones que evidencien una orientación sesgada en la
consideración de este período.
Dentro de estas perturbaciones que evitan ver la economía medieval en
términos de un in crescendo lineal y acumulativo, probablemente las más
representativa sea los efectos recurrentes de la peste. Los brotes y rebrotes de la
peste a lo largo de casi diez siglos van a constituir verdaderos cataclismos
sociales, al diezmar de manera significativa a la población, a veces coincidiendo
con graves crisis agrarias que provocaban hambrunas y desorganizando por
completo los circuitos de producción existentes. Los impactos de la peste están
documentados desde fecha tan temprana como el año 541; cuando, comenzando
su invasión desde la Europa meridional, el bacilo de la peste se propagó
rápidamente desde los puertos del mediterráneo, pero afectando en menor medida
a la Europa del Norte. Empero, las perturbaciones a las que estuvo sometido el
orden medieval no impiden destacar que la dirección de los cambios, vistos en
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conjunto, es característica. En el comienzo del siglo XV, en términos generales,
Europa está preparada institucionalmente para afrontar una nueva era de
expansión mercantil, impulsada por la empresa de las exploraciones, los
descubrimientos geográficos, así como por los nuevos roles que signan la
actividad productiva, reflejada en la acumulación del capital, el desarrollo
incipiente de la industria, y por el papel político y económico adquirido por los
Estados nacionales.
Caracterizar la sociedad feudal europea es una tarea difícil porque no se
trata de una sociedad uniforme que avanza o retrocede en una sola senda. Bloch
(1958), en un análisis global, describe al feudalismo como un sistema político, un
sistema económico, y un sistema de valores. El feudalismo puede verse como una
forma acompasada de estilo de vida. Aunque fuertemente ligado a las
necesidades militares, no dependía completamente, ni estaba influenciado
exclusivamente por el desarrollo de instituciones militares. En su primera etapa de
desarrollo, el feudalismo se centró en los deberes de los siervos hacia su señor o
soberano. En su segunda fase, los vasallos afirmaron sus derechos, y en la fase
final,
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