Etica y ecologia: su fundamentación
Enviado por lina070810 • 19 de Junio de 2014 • Trabajo • 1.868 Palabras (8 Páginas) • 184 Visitas
AMBITO 3 ETICA Y ECOLOGIA: SU FUNDAMENTACIÓN
Cuando hablamos de moral o de ética surgen espontáneamente dos tipos de opiniones contradictorias. Por un lado la palabra moral nos dice "obligación", "norma", "tradición", "lo que se debe hacer", "lo que no se debe hacer", "prohibición", "tabúes"... y con esto un natural rechazo. Por otro, reclamamos una postura ética o moral en los políticos, en los médicos, en los economistas, científicos, técnicos o... ecólogos. También hoy aparece un juicio positivo en distintos aspectos de la vida humana: los derechos humanos, los derechos del niño, los derechos del consumidor o del enfermo, principios de moral de guerra... que generan comités de ética y tratados internacionales compuestos por enunciados de normas morales que no se deben violar y que los distintos gobiernos deben traducir en leyes concretas para sus estados.
Desde este punto de vista aparece un reclamo general, un grito, por tener determinados principios morales en los cuales fundar la dignidad humana, la convivencia, y la calidad de vida para esta y las futuras generaciones.
No es algo nuevo, ya en 1948 se formuló la Declaración Universal de Derechos Humanos. En estos últimos cincuenta años la ética civil fue creciendo en reflexión, agudizando sus reflexiones para dar respuestas nuevas a las nuevas situaciones que se presentan (pensemos en el nuevo campo de la biogenética).
Es en esta corriente de pensamiento, que se inserta la reflexión ético-ecológica. Queda claro a este punto que ni el filósofo ni el teólogo puede proponer su reflexión desde unos principios abstractos y separados de toda realidad, por lo que el trabajo, ya desde un principio, se debe plantear de forma interdisciplinar, trabajando en forma conjunta el ecólogo, el pedagogo, el sociólogo, el moralista, etc.
Pero comencemos por el principio. Es decir, poniendo los fundamentos que nos son necesarios para una reflexión ética, en su segundo momento haremos algunas puntualizaciones sobre la ética ecológica.
Durante siglos la moral dedicó todas sus fuerzas al estudio de los actos humanos, pues ellos son la expresión singular del ser personal. En cada acto, aún los más simples y sencillos, como escribir una carta, preparar una comida, dictar una clase o construir una casa, la persona se expresa en las múltiples facetas que la componen. En ellas se plasma algo de su genio, de su carácter, de su situación, valores y sentimientos. Por lo que cada acción es singular, es única.
Esto nos hace ver lo difícil que es valorar un acto humano, porque detrás de ellos se esconde el misterio de una vida personal. Por lo que juzgar a una persona por un acto aislado puede llegar a ser una real injusticia, si no somos capaces de ver cada acto en el marco más amplio de la persona en su conjunto.
Esto, porque a través de los actos humanos, la persona va adquiriendo determinadas actitudes frente a un ámbito determinado del quehacer del hombre, así tendremos actitudes religiosas, familiares, económicas, sexuales, comunitarias, etc. Las actitudes, por lo tanto, son adquiridas más o menos voluntariamente –son distintas las actitudes adquiridas para comer en una mesa y las adquiridas por un médico para tratar gentilmente a los pacientes–, de este modo expresan más o menos a la persona, según la implique más o menos profundamente.
La teología y con ella la ética del siglo XX asumió el giro antropológico provocado por el desarrollo de las ciencias y la filosofía de nuestro tiempo, viendo al hombre como centro del universo y revalorizando su capacidad de transformarlo.
Y a nivel estrictamente ético se privilegiaron los aspectos psicológicos para comprender y explicar la libertad y los condicionamientos de la persona, en relación a su responsabilidad. El hombre es entendido como un ser-en-el-mundo, abierto a los otros, al cosmos y, en la mejor de las antropologías, al Absoluto. La racionalidad y la historicidad son dos categorías fundamentales que ayudan a entender a este hombre. Pero dejan en la oscuridad la dimensión social. Lo social aparece como el medio en el cual se mueve este hombre, pero no una dimensión constitutiva del ser humano. Es éste el aporte que la ética de la liberación hace a la moral.
Esto porque en el continente latinoamericano, el hombre no es aquél que se caracteriza por el éxito y la abundancia; no es una sociedad desarrollada y de tinte liberal, donde es la sociedad misma la que le facilita su realización personal. En el sur del mundo el hombre es la no-persona, el que lucha por la vida y la sobrevivencia, es el oprimido por poderosas fuerzas que van más allá de sí mismo y desfiguran su imagen de hombre.
Por lo que, el problema moral más importante que vive América Latina es la pobreza y la miseria padecida que sólo se puede explicar como impuesta por estructuras sociales opresoras. En esta realidad la moral debe dar una respuesta liberadora, capaz de generar las energías que posibiliten al no-hombre reconocer su dignidad y luchar por que ella encuentre las condiciones favorables para su desarrollo. Por esto, la comprensión social de los problemas se impone como la más adecuada para responder responsablemente al imperativo evangélico de hacer presente el Reino de Dios entre los hombres.
De todo lo dicho pareciera que la ética de la liberación pierde la perspectiva del plano personal. Pero poner el acento en la dimensión social de ningún modo significa perder de vista la responsabilidad y el drama existencial vivido personalmente. El hombre como agente de la historia y el condicionamiento de las estructuras con su dinámica propia son dos polos que no se deben separar y que deben ser comprendidos en forma dialéctica.
Antonio Moser lo expresa de la forma siguiente
La agudeza de la cuestión queda más patente cuando se percibe que, por un lado, es forzoso reconocer la creciente responsabilidad del hombre como agente de la historia y de la
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