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LA GUERRA, UNO DE LOS MALES DE TODOS LOS TIEMPOS


Enviado por   •  18 de Diciembre de 2013  •  Tesis  •  12.618 Palabras (51 Páginas)  •  251 Visitas

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6. LA GUERRA, UNO DE LOS MALES DE TODOS LOS TIEMPOS

"Los hermanos sean unidos, porque esa es la ley primera; ... porque si entre ellos pelean los devoran los de ajuera" (Martín Fierro).

Desde la antigüedad hasta hoy en día, el hombre recurrió a la guerra para tener poder, conquistar tierras, obtener beneficios económicos y lograr posiciones estratégicas. Pero, no va sola por los caminos de la vida, sino que tiene sus socios: el hambre, el dolor, la enfermedad, la angustia, la culpa y el desamparo.

Desde tiempos muy remotos, la guerra fue entendida como una lucha entre el "caos" (los países extranjeros) y el "orden" (los grandes imperios).

Sin embargo, en épocas de crisis, la literatura egipcia destacaba que la guerra sólo conducía a la muerte y que ésta se reflejaba en los ojos de la población y de los soldados al regresar del campo de batalla.

"La muerte está hoy ante mis ojos (...), como cuando los hombres vuelven a la patria después de combatir en tierra extranjera" ("Diálogo entre un hombre cansado de la vida y su alma". Egipto. Dinastía XII).

La guerra no trae progreso, sino por el contrario un gran retraso. Muchos pueblos -como los asirios- constituyeron un poderoso imperio. Su fuerza residió en su potencia militar y en la crueldad de sus soldados, que durante sus campañas saqueaban ciudades, incendiaban casas, asesinaban -previa tortura- a sus habitantes y deportaban a parte de la población de la ciudad. Un incesante holocausto de vidas humanas consagrado a extender una soberanía que se desmoronaba constantemente. Sin embargo, el colapso final de los asirios fue inevitable y con éste, su casi total desaparición.

Para algunos el ideal de la educación consistía en hacer de cada ciudadano un héroe militar y nacional. Ya desde la antigua Grecia, en Esparta, se entrenaba a los niños con rudos ejercicios militares, que debían resistir el dolor, soportar el hambre y hasta se les enseñaba a robar para desarrollar su astucia.

Un antiguo escrito testimonia este estilo de vida al explicar que a una mujer espartana, que había pedido noticias sobre una batalla, le respondieron que sus hijos habían muerto. Ella exclamó: "¡No es eso lo que pregunto, sino si Esparta ha triunfado!" (Plutarco, Vidas Paralelas, Licurgo, Siglos I-II).

Pero, esta reflexión no es sólo de aquellos tiempos ... Recuerdo en uno de mis viajes a Medio Oriente, en 1994, haber oído en un aeropuerto el grito de una madre emocionada, que aguardaba a su hijo. Lo recibió con esta expresión: "¡Otro soldado para el estado!".

Bueno, tenía razón el estado ganó un soldado y tal vez un futuro héroe, pero ese fanatismo o patriotismo desmedido me molestó. No lo critico, no lo analicé, simplemente me aterró que en el 2000 aún haya gente que rinde "culto a la guerra", en lugar de anhelar la paz.

Sin embargo, tampoco el "culto a la guerra" es nuevo en el mundo. Durante la Edad Media, cuando reinaba la paz se simulaba la guerra mediante los torneos entre caballeros. El prestigio de estos caballeros era obtenido en el campo de batalla y era mantenido y enaltecido mediante poemas.

"Cuando se haya entrado en el combate, que ningún hombre de buen linaje piense más que en romper cabezas y brazos; pués más vale muerto, que vivo y vencido" (Bertránd de Born. Siglos XII-XIII).

Para los nobles, la guerra consistía en la obligación de defender a sus vasallos, si bien otras veces se convertía en una empresa lucrativa, dado que se apropiaban de los bienes del enemigo o lo tomaban prisionero para cobrar un rescate.

La crónica ha recogido la respuesta que un soldado dió a unos monjes que le auguraban tiempos de paz durante la guerra de los Cien Años, entre Inglaterra y Francia: "¿Queréis que Dios me haga morir de hambre? Yo vivo de la guerra, como vosotros de las limosnas" (Siglo XIV).

La historia de la humanidad se desarrolló como una puja constante entre la guerra, sedienta de sangre y vidas, y la paz portadora de esperanzas y bienestar. Los grandes imperios le rindieron culto y le ofrecieron sacrificios, así como también fueron realizados juegos y recitados poemas en su honor. Sin embargo, ninguno de ellos pudo mantener su poderío y terminaron derrumbándose para siempre.

Cuántas vidas perdidas en vano, cuánto sufrimiento ...

La guerra hoy suele ser la protagonista de muchos discursos; odiada por muchos y enaltecida por otras, es el centro de atención de políticos y ciudadanos. Pero, a su vez, la guerra tiene diferentes tipos de actores, que juegan diversos roles, acordes con la jerarquía de cada una de las partes.

De este modo, podemos ver a los políticos, que deciden en una mesa las medidas a seguir para evitarla o implementarla. También, ejercen su rol los estrategas, aquellos que diseñan y ejecutan los pasos -tácticas- a seguir en su transcurso. Le siguen los generales, coroneles y demás jefes militares, que conducen las mismas acciones en el campo de batalla.

Justamente es en el campo de batalla donde actúan los soldados, los verdaderos protagonistas de todo conflicto armado. Son ellos los que mueren, triunfan, pierden y vuelven envejecidos por el dolor y la angustia, mientras que sus familias esperan ansiosamente su vuelta. En muchos casos, la angustia se apodera de ellos; esperan durante días, que se hacen eternos, mientras sus hijos permanecen ausentes.

El regreso se hace eterno hasta que llega el día en que algunas de esas familias son informadas de trágicos desenlaces. Ausencias, desolación, llanto, dolor y muerte abaten sus almas y cuerpos, que minan sus esperanzas y ganas de vivir. Los actos solemnes, medallas, himnos y discursos no llenarán nunca el vacío producido en los corazones de abuelos, esposos, padres, novias y amigos. Seguramente, la patria habrá ganado héroes, pero esto no aliviará el dolor de los seres queridos, que recordarán a diario el vacío producido por esa pérdida.

Sin embargo, aquellos que perdimos seres queridos sabemos que parte de ellos permanecen en nuestro recuerdo, al tener presente su sonrisa, el sonido de sus voces, la chispa de sus ojos, el beso cariñoso, el saludo de despedida y el deseo del eventual reencuentro.

Recordándolos de esa manera es el mejor homenaje que podemos hacer a aquellos que, con valor, emprendieron un camino sin retorno. La recompensa que merecen es nuestro esfuerzo cotidiano en lograr la paz y evitar la guerra, aquella que se arrogó el privilegio de tomar y quitar la vida.

No luchemos por lograr héroes para la patria, sino que trabajemos por acompañar a los forjadores de la paz. Que el mejor legado para sus hijos sea el saber que los que quedamos luchamos

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