LA LARGA DURACIÓN FERNAND BRAUDEL
Enviado por jorgebert • 23 de Enero de 2013 • 4.546 Palabras (19 Páginas) • 593 Visitas
FERNAND BRAUDEL
LA LARGA DURACIÓN
Este ensayo, publicado a menudo en francés, traducido y retraducido, es el más conocido de los artículos de Fernand Braudel y donde seguramente ha desarrollado una reflexión absolutamente original. Como responsable de los Annales tras la muerte de Lucien Febvre, intentó, a través del concepto de larga dura¬ción, definir un gran tema de orientación y de investigaciones que fuera capaz de abrir posibilidades de acercamiento entre la historia y las demás ciencias del hombre.
Aunque este texto tuvo de inmediato una extraordinaria repercusión en el mundo de los historiadores, Fernand Braudel se manifestó a menudo decepcionado porque el llamamiento que contenía no obtuvo demasiada respuesta entre las ciencias sociales «de lo actual», como él las llamaba; en cambio, extra¬ñamente, tanto la palabra como el concepto de «larga duración» han pasado hoy a la lengua corriente, la de los periodistas e incluso de los políticos. Lo que aquí sigue es sólo una selección de fragmen-tos del texto.
Hay crisis general en las ciencias humanas. A todas las abruma su propio progreso, aun cuando sólo fuera debido a la acumulación de nuevos conocimientos y a la necesidad de un trabajo colectivo, cuya organización inteligente sigue pendiente. Directa o indirectamente, a todas las afecta, quiéranlo o no, el progreso de las más ágiles, aunque sin embargo continúan sopor¬tando el lastre de un humanismo retrógrado, insidioso, que ya no puede servirles de marco de referencia. Todas, con mayor o menor lucidez, se preocupan por el lugar que ocupan en el conjunto monstruoso de las investigaciones, nuevas o antiguas, cuya necesaria convergencia se vislumbra ya.
¿Las ciencias del hombre superarán estas dificultades mediante un esfuerzo añadido de defi¬nición o un incremento de mal genio? Quizás alimentan la ilusión de que así sea, pues (a riesgo de insistir en viejos desatinos o falsos problemas) las vemos preocupadas, hoy más incluso que ayer, por definir sus objetivos, sus métodos, sus superioridades. Las tenemos rivalizando, em¬barulladas en pleitos sobre las fronteras que las separan o no las separan, o que a duras penas las separan de las ciencias vecinas. Pues cada una de ellas sueña, en realidad, con permanecer o regresar por sus fueros... Algunos estudiosos aislados organizan algunos acercamientos; por ejemplo, Claude Lévi-Strauss lleva la antropología «estructural» hacia los métodos de la lingüís¬tica, los horizontes de la historia, «inconsciente» y el imperialismo juvenil de las mate¬máticas «cualitativas». Lévi-Strauss tiende hacia una ciencia capaz de unir, bajo el nombre de ciencia de la comunicación, la antropología, la economía política, la lingüística... Pero ¿quién está dispuesto a cruzar fronteras, quién está dispuesto a estos reagrupamientos? ¡Por un quí¬tame allá esas pajas la propia geografía se divorciaría de la historia!
Pero no seamos injustos; estas disputas y rechazos tienen su interés. El deseo de afirmarse contra las demás forzosamente determina nuevas curiosidades: negar al prójimo es ya cono¬cerlo. Es mucho más, sin quererlo explícitamente, las ciencias sociales se imponen unas a otras y cada una tiende a captar lo social globalmente, en su «totalidad»; cada una invade el territo¬rio de sus vecinas creyendo que sigue en su propia casa. La economía descubre la sociología que la limita, la historia -tal vez la menos estructurada de las ciencias humanas- acepta todas las lecciones de su vecindad múltiple y se esfuerza en transmitirlas. Así, pese a las reticencias, las oposiciones, las tranquilas ignorancias, se está esbozando la creación de un «mercado co¬mún». Valdría la pena que en el decurso de los próximos años se intentara hacerlo realidad, aun cuando, más tarde, a cada ciencia pudiese convenirle retomar durante algún tiempo un camino más estrictamente personal.
Pero, primero y ante todo, acercarse. Es urgente proceder a esta operación de acercamiento. En Estados Unidos dicha reunión tomó la forma de estudios colectivos sobre las áreas cultura¬les del mundo actual, los area studies eran, ante todo, el estudio realizado por un equipo de social scientists, de esos monstruos políticos del presente: China, India, Rusia, América Latina, Estados Unidos. ¡Conocerlos es una cuestión vital! Sin embargo, dentro de esta puesta en co¬mún de técnicas y conocimientos conviene que cada uno de los participantes no se quede in¬merso en su trabajo particular, ciego o sordo como hasta ayer a lo que dicen, escriben o pien¬san los demás. Es preciso que la aglutinación de las ciencias sociales sea completa, que no se descuide a las más antiguas a favor de las más jóvenes, capaces de prometer tanto pero no siempre de cumplir. Por ejemplo, el lugar que dentro de estos proyectos americanos se con¬cede a la geografía es prácticamente nulo, y extremadamente exiguo el que se concede a la historia. Aunque, en definitiva, ¿de qué historia estamos hablando?
Las demás ciencias sociales están bastante mal informadas de la crisis que atravesó nuestra disciplina durante los últimos veinte o treinta años. Tienden a ignorar tanto el trabajo de los historiadores como un aspecto de la realidad social que tiene en la historia una buena sir¬viente, ya que no siempre a una hábil vendedora: esa duración social, esos tiempos múltiples y contradictorios de la vida de los hombres, que no constituyen solamente la sustancia del pa¬sado sino también el valor de la vida social actual. Razón de más para señalar con vehemencia, en el debate que se instaura entre todas las ciencias humanas, la importancia, la utilidad de la historia, o más bien de la dialéctica de la duración, tal como se desprende del oficio, de la ob¬servación repetida indefinidamente, entre el instante y el tiempo lento en su transcurrir. Ya se trate del pasado o de la actualidad, es indispensable para una metodología común de las cien¬cias humanas tener una conciencia nítida de la pluralidad del tiempo social.
Me referiré por tanto a la historia, al tiempo de la historia, no tanto pensando en los lectores de esta revista, especialistas en nuestros estudios, como en nuestros vecinos de las ciencias humanas: economistas, etnógrafos, etnólogos (o antropólogos), sociólogos, psicólogos, lingüis¬tas, demógrafos, geógrafos e incluso matemáticos sociales o estadísticos; todos ellos vecinos a los que desde hace años hemos seguido en sus experiencias e investigaciones porque nos pa¬recía (y sigue pareciéndonoslo) que, a remolque suyo o en contacto con ella, la historia ad¬quiere un nuevo aspecto. Quizá nosotros tengamos algo que ofrecerles. De las experiencias y tentativas recientes de la historia se desprende -conscientemente o no, aceptada o no- una noción cada vez más precisa
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