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La Estrella De Belen Y Otros Ensayos


Enviado por   •  17 de Octubre de 2013  •  32.962 Palabras (132 Páginas)  •  518 Visitas

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Isaac Asimov

La Estrella De Belén Y Otros Ensayos Científicos

EL FENÓMENO «EUREKA»

(Eureka Phenomenon)

(Fantasy & Science Fiction, Junio de 1971)

En los viejos tiempos, cuando yo escribía ficción en abundancia, había ocasiones en las que me era imposible continuar. De repente, me daba cuenta de que estaba en un atolladero y no veía la forma de escabullirme. Para resolver este problema, desarrollé una técnica que siempre dio resultado.

Se trataba simplemente de esto: ir al cine. Pero no a ver cualquier película. Tenía que ser una llena de acción y que no exigiera demasiado al intelecto. Mientras la veía, intentaba por todos los medios anular cualquier pensamiento consciente relativo a mi problema, y cuando salía del cine sabía con exactitud lo que debía hacer para desarrollar la trama de mi relato.

Era algo infalible.

De hecho, cuando estaba trabajando en mi tesis doctoral, hace muchísimos años, descubrí de improviso un error en mi lógica que no había advertido antes y que echó por los suelos todo lo que había hecho. Lleno de pánico, fui a ver una película de Bob Hope... y salí de allí con el nuevo enfoque que precisaba.

De ahí mi creencia en que el pensamiento es un fenómeno doble, como la respiración.

Se puede controlar la respiración por una acción voluntaria deliberada; se puede respirar profunda y rápidamente, o se puede contener la respiración, sin tener en cuenta las necesidades corporales en aquel momento. Sin embargo, esto no es de utilidad durante mucho tiempo. Los músculos pectorales se fatigan, el cuerpo exige más oxígeno, o menos, y se relaja. Sobreviene el control automático involuntario de la respiración, que la adecua a las necesidades del organismo y, a menos que se padezca una indisposición respiratoria, todo puede darse por resuelto.

Pues bien, es posible pensar mediante acción voluntaria deliberada, de la misma forma, y no creo que sea mucho más eficaz, en general, que el control voluntario de la respiración. Se puede forzar la mente, en un acto premeditado, a que recorra canales deductivos y asociativos en busca de solución a determinado problema. Pero al cabo de poco tiempo el individuo, después de haberse devanado los sesos, se encuentra dando vueltas y más vueltas por los mismos caminos restringidos. Si esos caminos no conducen a la solución, será inútil cualquier nuevo esfuerzo del pensamiento consciente.

Por otra parte, si la persona deja errar su pensamiento, el proceso de éste quedará regido por un control automático involuntario y será más apto para emprender nuevas rutas, efectuando asociaciones dispersas que no podrían imaginarse conscientemente. De manera que la solución se presentará mientras se piensa que no se está pensando.

Con todo, el problema reside en que el pensamiento consciente no implica acción muscular y, por tanto, no existe sensación de fatiga física que induzca al descanso. Todavía más, el impulso de la necesidad fuerza a la persona a insistir inútilmente, y cada nuevo esfuerzo inútil aumenta la preocupación en un círculo vicioso.

Opino que, para contribuir a un sosiego deliberado, hay que someter la mente a un material lo bastante complicado para ocupar la facultad voluntaria del pensamiento, pero también lo suficiente superficial para no comprometer al mecanismo involuntario, que es más profundo. En mi caso, este material es una película de acción; en el caso del lector, podrá ser otra cosa.

Sospecho que esta facultad involuntaria del pensamiento es la causante de lo que llamamos «rasgo de ingenio», algo que imagino debe tratarse simplemente del resultado del pensamiento inadvertido.

El rasgo de ingenio quizá más famoso en la historia de la ciencia tuvo lugar en la ciudad de Siracusa (Sicilia) en el siglo III aC. Acompáñenme y les contaré la historia...

Hacia el año 250 aC, la ciudad de Siracusa experimentó una especie de Edad de Oro. Se hallaba bajo la protección del creciente poder romano, pero conservaba un rey con considerable autonomía. Era próspera y poseía una floreciente vida intelectual.

El rey era Hierón II, y había encargado una nueva corona de oro a un orfebre, entregándole un lingote como materia prima. Hierón, hombre práctico, había pesado con exactitud el lingote y pesó después la corona que recibió. Las dos medidas eran exactamente iguales. ¡Buen negocio!

Pero luego se sentó y meditó. Tal vez el orfebre había sustraído una pequeña cantidad de oro, no demasiado, y la había sustituido por un peso igual de cobre, mucho menos valioso. La aleación resultante seguiría conservando el aspecto de oro puro, pero el orfebre dispondría de una cantidad de oro además de sus honorarios. Hierón, por así decirlo, habría comprado oro y cobre, y le habrían estafado con toda limpieza.

La idea de que le engañaran le gustaba tanto como a ustedes o a mí, pero no sabía la forma de averiguar con seguridad si le habían timado o no. Era difícil castigar al orfebre por una simple sospecha. ¿Qué hacer?

Afortunadamente, Hierón disponía de una ventaja de la que pocos gobernantes de la historia universal podrían jactarse. Tenía un pariente de talento considerable. Se llamaba Arquímedes y, probablemente, estaba dotado del intelecto más grandioso que el mundo conocería antes del nacimiento de Newton.

Arquímedes fue llamado a la corte y se le expuso el problema. Debía determinar si la corona que le mostraban era de oro puro, o si se trataba de oro al que había sido añadida una pequeña, pero significativa, cantidad de cobre.

Podríamos reconstruir así el razonamiento de Arquímedes. El oro era la sustancia más densa conocida en aquella época. Su densidad, en términos modernos, es de 19,3 gramos por centímetro cúbico. ¡Esto significa que un peso determinado de oro ocupa menos volumen que el mismo peso de cualquier otra sustancia! En realidad, un peso dado de oro ocupa menos volumen que el mismo peso de cualquier tipo de oro impuro conocido en aquellos tiempos.

La densidad del cobre es de 8,92 gramos por centímetro cúbico, casi la mitad de la del oro. Si consideramos, por ejemplo, cien gramos de oro puro, es fácil calcular que tendrán un volumen de 5,18 centímetros cúbicos. Pero supongamos que cien gramos de lo que aparentaba ser oro puro fueran tan sólo noventa gramos de oro y diez de cobre. Los noventa gramos de oro puro tendrían un volumen de 4,66 centímetros cúbicos, y los diez gramos de cobre 1,12 centímetros cúbicos, dando en conjunto un valor de 5,78 centímetros cúbicos.

La diferencia entre 5,18 y 5,78 centímetros cúbicos es perfectamente apreciable, e indicaría al momento si la corona era de oro puro o si contenía un diez por

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