La Historia Me Absolveda
Enviado por eronaldo • 14 de Febrero de 2013 • 2.360 Palabras (10 Páginas) • 372 Visitas
La obra comenzaría a gestarse al ser capturado luego de una feroz persecución por parte de un ejército de mil hombres o más, durante una semana. Lo capturaron cuando exhausto por el hambre, la sed y el cansancio, dormía en el interior de un miserable bohío abandonado en el asiento de la cordillera montañosa, al este de Santiago de Cuba. Afortunadamente lo había descubierto una patrulla militar al mando de Pedro Sarría Tartabul, en aquel momento un oscuro teniente, de color y jerarquía, que representaba una excepción. No era un asesino.
Ese es el código o ficha bibliográfica —adaptación cubana de la clasificación del manual Dewey— con que se identifica el libro en las bibliotecas del país. La obra forma parte de los anales de las Ciencias Sociales y de la oratoria contemporánea; ella contiene, como hemos dicho, la autodefensa del doctor Fidel Castro Ruz ante un tribunal instalado en un insólito escenario el 16 de octubre de 1953, Año del Centenario de José Martí, en Santiago de Cuba, ciudad que guarda los restos de José Martí, Apóstol de la independencia de Cuba, en un mausoleo erigido en el cementerio de Santa Ifigenia. Durante el interrogatorio en la Audiencia de Oriente, el doctor Fidel había proclamado a José Martí, como autor intelectual del asalto al Moncada, lo cual ratificó en el alegato.
Una hora antes de producirse el acontecimiento del 16 de octubre, yo estaba frente al edificio del Palacio de Justicia leyendo una hoja de aviso escrita en máquina, pegada a la puerta principal de inmueble, en la cual se informaba a los interesados que la vista oral de la Causa 37 por los sucesos del Moncada, correspondiente a la Sala Primera de la Audiencia de Oriente se ventilaría, en cuanto a los acusados doctor Fidel Castro Ruz —principal encartado—, Abelardo Crespo y Gerardo Poll Cabrera, en la salita de estudio de las enfermeras del viejo hospital Saturnino Lora. Hora de estar: ocho de la mañana. Junto a mí leía el aviso un joven periodista oriental, estudiante de Derecho por la enseñanza libre, llamado Arístides Garzón Masó quien —al igual que yo—, se mantuvo todo el tiempo en las vistas del proceso, desde el 21 de septiembre. Según me dijo, a él le interesaba especialmente el aspecto jurídico de la cuestión ya que sabía que sus informaciones iban a ser censuradas. Al terminar de leer el aviso los dos nos echamos a correr, cruzamos imprudentemente la Avenida de la Carretera Central y una larga cuadra lateral al edificio del hospital, doblamos a la derecha y en la puerta principal del Hospital Civil, vimos al Fiscal de la Causa 37, doctor Francisco Mendieta Hechavarría en su impoluto traje blanco de dril 100, y la reluciente toga de satén, negrísima, cuidadosamente doblada sobre el brazo izquierdo y, como era su costumbre, muy perfumado con la inconfundible Colonia Guerlain. Él nos franquearía el acceso, al igual que a otros cuatro periodistas más, que llegaron a tiempo. El Fiscal y los magistrados tenían autoridad para resolver ese trámite de identificación y permiso de entrada a la Sala del juicio, en tanto la censura de prensa y la Ley de Orden Público garantizaban al régimen que no se publicaría nada sin la aprobación del censor nombrado por decreto gubernamental para cada órgano de prensa. Sin embargo, advirtió el Fiscal:
—Nada de fotos.—Un soldado afirmó:—Ellos no caben—, pero su sargento lo desmintió:—Sí caben, hay seis sillas destinadas al público. A los efectos del juicio oral y público—como exigían la norma judicial vigente—, nosotros los periodistas seríamos el público. Así lo expresaría el propio abogado Fidel Castro en su autodefensa. Un penetrante olor a éter y a emanaciones de asépticos invadía el pequeño local. Parecería que estuviéramos en el interior de un cuarto de curaciones. La justicia debía estar muy enferma, como haría notar después el principal encartado —Fidel Castro—, para que se convocara a ilustres magistrados de tan alto Tribunal a trabajar en un saloncito inadecuado del Hospital Provincial ese día de tanto calor, verdaderamente asfixiante, como el clima político del país. Aquella mañana el primer acto estoico del principal encartado fue vestir un sobrio flux de casimir azul oscuro. No tenía otro adecuado (eso se sabría después), pero soportaba con valor espartano el rigor del sofocante verano santiaguero enfundado en fino paño de lana inglesa. Vestía con sobria elegancia, llevaba camisa blanca de cuello duro y corbata negra con el nudo muy bien hecho. Entonces Fidel Castro no usaba barbas, sino un bigote fino y llamaba mucho la atención su perfil helénico. Tenía el rostro enrojecido por el calor y sudaba hasta la cabeza. Tenía el pelo crespo, color castaño.
Como abogado debía presentarse con todas las formalidades que exigían los tribunales —o sea, en traje formal, occidental. Hasta el momento en que se sumergió en los avatares de la preparación del Moncada, había ejercido la profesión a favor de los pobres. Entre sus clientes en el bufete, por ejemplo, hubo un grupo de carpinteros endeudados a quienes debía exigir el pago a la maderera acreedora que había contratado sus servicios: Sin embargo, él terminó defendiendo a los deudores de los créditos con perjuicio de su propia oficina de abogados situada en la calle Tejadillo 57, en La Habana Vieja. También, como abogado civil —antes del Moncada—había trabajado en el caso de un grupo de obreros agrícolas que reclamaban pagos escamoteados por los patronos en la finca Ácana, en la provincia de Matanzas, y el de un grupo de familias desalojadas de sus casuchas de cartón, madera y lata, levantadas en uno de los barrios llamados de "indigentes", que se enfrentaban muy resueltos a la voracidad de los negociantes de bienes raíces adquirentes de terrenos que cobraban gran valor: —Se trataba de los vecinos de la finca San Cristóbal comúnmente conocido como "La Pelusa", cuyo desalojo fue ordenado por el Ministro de Obras Públicas en enero de 1952, porque en esos terrenos se construiría la Plaza Cívica —actual Plaza de la Revolución— con sus edificios correspondientes. Los pobres pobladores de la finca San Cristóbal, barrio de "La Pelusa", organizaron un acto público exigiendo algunas compensaciones. El principal orador fue su abogado defensor, el joven doctor Fidel Castro Ruz. Estos vecinos también concurrirían a actos del Partido del Pueblo Cubano (ortodoxo) celebrados en La Habana, convocados por simpatizantes de Fidel en la ortodoxia. Así como a un programa de radio. Fidel era miembro de ese partido popular que habría ganado en las elecciones convocadas para julio de 1952, de no haberse producido el golpe estado, por parte del general Batista. En cuanto a otros antecedentes profesionales como abogado de los pobres podemos enumerar, por esa época, la defensa a un humilde comerciante
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