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La cochina VICISITUDES DEL ACTO. SÍNTOMA Y ACTO ANALÍTICO. EL ACTO DE LA PATERNIDAD EN EL MOISÉS DE FREUD


Enviado por   •  22 de Mayo de 2018  •  Biografía  •  3.526 Palabras (15 Páginas)  •  136 Visitas

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SECRETARÍA DE POSGRADO

SEMINARIO POSGRADO

VICISITUDES DEL ACTO. SÍNTOMA Y ACTO ANALÍTICO. EL ACTO DE LA PATERNIDAD EN EL MOISÉS DE FREUD

Dr. JUAN RITVO

(2º Semestre 1917)

Título: Moisés, Frued, Miguel Ángel

Un entrecruzamiento en relación a la experiencia de la paternidad

Ps. PATRICIA CEJAS

FACULTAD DE PSICOLOGÍA

UNIVERSIDAD NACIONAL DE ROSARIO

Moisés, Miguel Ángel y Freud

DE UN ENTRECRUZAMIENTO EN RELACIÓN A LA EXPERIENCIA DE LA PATERNIDAD

Viajar a Italia es en la vida de Sigmund Frued una cita obligada y recurrente. Es que Freud no puede sustraerse a la fascinación del héroe y desde 1895 inicia su periplo hacia la luz y la monumentalidad de un más allá de retorno. La ciudad de Roma, sin embargo, ocupa un lugar especial en el imaginario freudiano: es un lugar que restituye en la memoria de Freud un carácter ambivalente. En su deseo “neurótico” de Roma, como él mismo lo define (Carta a Fliess del 3 de enero de 1887) Freud se debate entre la curiosidad por recorrerla y el temor de llegar a ella.

Roma es un síntoma para el creador del psicoanálisis. De ello da testimonio la Traumdeutung… en la que relata una serie de sueños que dramatizan su agobiante y controvertido deseo de llegar a Roma (Freud, 1900, págs. 183-5). Tal vez por eso mismo hasta el 1901, Freud, como un moderno Aníbal, no consigue llegar más allá del lago Trasimeno (Carta a Fliess del 3 de enero de 1887). Sin embargo, siempre que emprende sus vacaciones en Italia, durante sus habituales viajes de septiembre, avanza cada vez más hacia el sur: primero el Véneto, después la Lombardía, más adelante la Umbría y por fin la Toscana, parecen ser progresivas etapas de un recorrido de iniciación a lo largo del camino hacia Roma. Vuelve otras seis veces, familiarizándose cada vez más con el entramado urbano hasta llegar a caminar por las calles de la ciudad “como un romano”, como le sugiere a Marta (carta a Marta, del 24 de septiembre de 1907), lamentándose “que no se pueda vivir siempre aquí” (carta a la familia, del 24 de septiembre de 1907). Pero el epicentro de su aventura sentimental y reiterada, invadido de un profundo furor, extasiado y melancólico será la iglesia de San Pietro in Vincoli para sustraerse durante horas frente al Moisés de Miguel Ángel.

Moisés desempeña en Freud, y no solamente como líder del pueblo hebreo, una fuerte impresión de ánimo, de la cual da testimonio la obra de 1913 El Moisés de Miguel Ángel (Freud, 1913) y la vuelta sobre el tema al final de su vida en los tres fascinantes y sugestivos ensayos sobre Moisés y la religión monoteista (Freud, 1934-38). Moisés es el recuadro del ideal infantil (ideal del Yo) con el que el niño Freud recubre sus héroes identificatorios. Emperadores, colonizadores, dominantes, capaces de concurrir hacia grandes empresas socialmente  reconocida: Aníbal, Moisés, etcétera. Pero los modelos del niño Freud parecen ser el reverso de la imago paterna.

El Móisés de Miguel Ángel es otra de las obras cumbres de artista. Construida en el fulgor del Renacimiento en 1514, se realiza en el contexto de su relación con el papado. Mientras Miguel Ángel vivía en Florencia, es llamado a Roma en 1505 por el Papa para la construcción de su sepulcro. El proyecto inicial fue diferido y el pontífice hizo que el artista se ocupara de pintar la bóveda de la Capilla Sictina, en la que Miguel Ángel haría de representar el prólogo y el epílogo de la humanidad llamado, La Creación y el Juicio Final.

Innegablemente para el pueblo judío Moisés fue el libertador, el legislador y el fundador de su religión. Todas características propias de la función paterna, y Freud está totalmente identificado con Moisés, más ún sobre el final de su vida, en lo que será su éxodo a Inglaterra, lo que lo pondrá en un pie de igualdad con el héroe hebreo.

La primera formulación de Lacan respecto al padre tiene que ver con lo que dio en llamar la metáfora paterna, y Lacan nos enseña respecto del padre simbólico, luego padre imaginario y padre real. Respecto del padre simbólico Lacan nos enseña dos cuestiones. Primero, que es un nombre. Segundo, que es un nombre instaurado por la madre. Lacan lee el padre simbólico en Moisés y el monoteísmo, donde claramente habla del padre en su función simbólica, y no en su función sensible. En tanto no hay certeza de la paternidad, la paternidad implica para un hombre un acto de fe, es decir, la atribución al padre de la paternidad no puede hacerse sino por efecto del significante mismo. Es decir, es un reconocimiento que no pasa por lo sensible, sino que pasa por el funcionamiento del Nombre-del-Padre, del significante del nombre del padre. Es decir, la certidumbre de paternidad para un hombre está asentada sobre un significante, y no sobre una certeza corporal.

Las referencias autobiográficas son explícitas: la figura de Moisés provoca en Freud un notable interés que se traduce en una temerosa reverencia hacia la dimensión heroica de un Moisés padre y caudillo. El mismo Freud admite que no logra “sostener la mirada hosca y desdeñosa del héroe y de escabullirse agazapado en la penumbra” de las naves de San Pietro in Vincoli (Freud, 1913, pág. 301). 

Moisés, además, satisface en Freud una necesidad narcisista de identificación con el jefe profeta y conductor de una multitud de seguidores en la empresa admirable de conducirlos a su destino final. Si Freud se emparienta con Moisés, la tierra prometida en la identificación freudiana se hace metáfora de la afirmación del movimiento psicoanalítico. El paralelismo se explicita en una carta a Jung: “Si yo soy Moisés, [usted] como Josué tomará posesión de la tierra prometida de la psiquiatría que a mí me está permitido ver solo desde lejos.” (Freud, 1974, pág. 211). Al igual que el héroe Moisés, Freud, con su psicoanálisis, trata de dar a la vida y a la cultura un destino superior, una ambición, un ideal, un valor. 

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