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La política requiere del tiempo: el presente


Enviado por   •  23 de Septiembre de 2015  •  Monografía  •  12.058 Palabras (49 Páginas)  •  153 Visitas

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“La política requiere del tiempo: el presente (en el que actuamos)

El pasado (en él buscamos las claves del hoy) y el futuro

(Representado en las metas que anhelamos alcanzar)”. 

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Introducción:

En este temario, (tema 1) Se desarrollaran temas relacionados con la política y plantea temas fundamentales de la formación política, sus comienzos y transformaciones, preguntas claves como; Que es  la política?, la evolución de la misma, el concepto de política y su importante papel en un proyecto colectivo.

A su vez en el ítems 1.2/1.3 se desarrolla con amplitud temas como ESTADO, POLITICO, ECONOMICO; SOCIAL; PODER POLITICO; Métodos de la política y la legitimidad tanto en el poder y legitimidad de autoridades políticas.-

Más adelante se introducen temas claves como La ética Política, concluyendo  con este temario (tema1), con la constitución nacional argentina.

1.1)

¿QUE ES LA POLÍTICA?

 La política es un fenómeno profundamente humano, como el arte y la religión. Esto no es decir mucho, pero tal vez sí algo importante. La política tiene sus raíces en nuestra imperfección; somos seres humanos, con vulnerabilidades y fortalezas, con grandezas y pequeñeces, capaces de la mayor nobleza así como de la más aborrecible abyección. No somos, por lo tanto, dioses; si lo fuésemos, la política estaría de sobra, pues uno de sus propósitos centrales consiste en contribuir a dar forma a un orden de convivencia civilizado para la comunidad humana, y un orden perfecto es cosa de dioses, no de seres transitorios, llenos de angustia y esperanza. Ese es uno de los aspectos fundamentales de la política: su función ordenadora de la convivencia; y uno de los problemas claves de que se han ocupado los pensadores políticos a lo largo de la historia ha sido precisamente el de definir qué naturaleza debe tener ese orden, cómo puede ser constituido y qué mecanismos son capaces de asegurar más eficazmente su legitimidad y estabilidad. Si bien es cierto que los seres humanos no somos dioses, también lo es que con gran frecuencia hemos aspirado a serlo. Los antiguos griegos tenían una palabra, para referirse a esa falta de humildad, a esa carencia del sentido de los límites y de las proporciones que reiteradamente se hace presente en las más diversas manifestaciones de la existencia humana. Algunos dirán que esa voluntad de perfección, que nos conduce a intentar lo imposible, revela la presencia en el hombre de una marca divina, la huella en nuestra frágil realidad de un Ser Superior. No obstante, conviene distinguir, por un lado, entre esa vocación de perfección, que ha impulsado a los grandes espíritus a través de los tiempos, y que ha dado origen a las más extraordinarias hazañas, y por otro lado los intentos de construir un paraíso en la tierra, propios de las utopías revolucionarias que presumen posible alcanzar una armonía perfecta en el terreno político, y en consecuencia persiguen la supresión de la política como tarea humana. Si una sociedad perfecta, sin conflictos de intereses, sin desigualdades, sin escaseces y sin lucha de ambiciones, pudiese ser establecida, dejaríamos de ser humanos y nos transformaríamos en algo diferente. Desafortunadamente o no, la lucha, el conflicto, la discordia, la guerra a veces, son dimensiones ineludibles de la realidad humana y del desafío de la política. Ese elemento de lucha por el poder, por prestigio, recursos y privilegios ha estado, está y seguramente continuará estando presente en el proceso sin fin que lleva adelante nuestra especie en su afán por proyectarse a partir de su condición tan llena de limitaciones, y al mismo tiempo tan maravillosa.

 Lucha por el poder e intento de construir un orden de paz, estabilidad, libertad y prosperidad en el que se desarrolle la convivencia de la comunidad: estos son los dos polos en que se expresa la política, ambos elementos están allí, de manera indispensable e inescapable; ambos términos son parte integrante y esencial de la ecuación política, y ambos responden a nuestra profunda realidad humana: no somos dioses, pero ansiamos la perfección, somos inconformes y aspiramos salir adelante, explorar nuevas vías, y abrir nuevas perspectivas. No podemos, no obstante, abandonar plenamente nuestra condición, que impone limitaciones y restricciones, y que en ocasiones genera tragedias. (La lucha, el conflicto de intereses, la controversia y la polémica han sido vistas por algunos pensadores no como el resultado de nuestra condición humana imperfecta), sino como el producto de circunstancias también generadas por el hombre que pueden ser eliminadas, dando así paso a un orden definitivamente justo, signado por la perfección. Para los pesimistas, el hombre es malo, "a menos" -como escribe Maquiavelo- "que la necesidad le obligue a ser bueno". Los optimistas, al contrario, depositan su fe en la razón humana, en nuestra capacidad para aprender de nuestros errores y de progresar moralmente como especie. Ambos grupos, los optimistas y los pesimistas, pueden hallar en la historia evidencias que sustenten sus posiciones, pues la naturaleza humana tiene el potencial, como apuntaba antes.-

La posición optimista tiene dos peligros: Por una parte, la tendencia a diseñar teóricamente un orden perfecto de la sociedad al que presuntamente debemos dirigirnos, sin tomar en cuenta que lo que ahora postulamos como un ideal de perfección puede no ser más, y seguramente no será más, que un pasajero y limitado sueño, incapaz de asimilar por anticipado los cambios de nuestras perspectivas, necesidades y ansiedades. El segundo peligro es mayor, y se deriva de la pretensión de diseñar un orden ideal puramente teórico: se trata  de llevar sus aspiraciones a un extremo y desembocar en una cruzada por la instauración del orden justo.

Ejemplos : En las doctrinas revolucionarias de nuestro siglo, como el marxismo, que han estado inspiradas por la visión de un orden del cual desaparecerán para siempre la opresión, las desigualdades, los conflictos y las injusticias, y que de hecho han conducido a las más terribles dictaduras y sistemas totalitarios. El punto de vista de un exagerado pesimismo, por otro lado, bloquea también el espíritu humano y lo restringe a un marco estrecho, que sólo revela un aspecto de nuestra realidad. Así como las posiciones netamente optimistas corren el riesgo de degenerar en cruzadas signadas por la violencia, las perspectivas radicalmente pesimistas no toman en cuenta suficientemente nuestra vocación de superación, y el impulso perenne que da a la política, así como a numerosas manifestaciones humanas, la energía para no conformarse con una realidad insatisfactoria, y para extender el horizonte de la existencia. Del reconocimiento de las limitaciones de las posturas pesimistas y optimistas, emerge una concepción de acuerdo a la cual el propósito de la reflexión y de la acción política debería ser la continua ampliación del área de escogencia abierta para cada individuo

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