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PASTEUR Y EL PERRO RABIOSO


Enviado por   •  20 de Junio de 2013  •  Síntesis  •  423 Palabras (2 Páginas)  •  463 Visitas

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CAPITULO V

PASTEUR Y EL PERRO RABIOSO

I

No hay que pensar, ni por asomo, que Pasteur consintió que la conmoción creada

por las pruebas sensacionales presentadas por Koch obscurecieran su fama y su

nombre. Es seguro que cualquier otro, menos sabueso para olfatear microbios, menos

poeta y menos diestro para mantener el asombro de las gentes, habría sido relegado

al más completo olvido. Pero, Pasteur, no.

Fue en la década de 1870 cuando Koch arrobó a los médicos alemanes con su

hermoso descubrimiento de las esporas del carbunco. Pasteur, siendo sólo un

químico, se atrevió a echar a un lado con un gruñido y un encogimiento de hombros,

la experiencia milenaria de los médicos en el estudio de las enfermedades.

Por esa época, las maternidades de París eran unos verdaderos focos de infección

a pesar de que Semmelweis, el austriaco, había demostrado que la fiebre puerperal

era contagiosa. De cada diecinueve mujeres que ingresaba a un hospital llenas de

esperanza, irremediablemente moría una, dejando huérfano a su hijito. Uno de estos

hospitales, en donde habían muerto diez madres, una tras otra, era llamada la Casa

del Crimen. Las mujeres ya ni siquiera se aventuraban a ponerse en manos de los

médicos más caros; empezaban a boicotear los hospitales, y muchas de ellas no se

atrevían ya a correr el terrible riesgo que representaba la maternidad. Los mismos

médicos, aunque acostumbrados a presenciar, compasivos pero impotentes, el

fallecimiento de sus clientes, se escandalizaban ante la presencia de la muerte en

cada alumbramiento.

Un día, un famoso médico pronunciaba ante la Academia de Medicina de París una

extensa perorata, salpicada de largas palabras griegas y elegantes latinajos, sobre la

causa de la fiebre puerperal, que desconocía por completo, cuando en una de sus

doctas y majestuosas frases fue interrumpido por una voz, que desde el fondo de la

sala rugió:

—¡Nada de lo que usted dice mata a las mujeres de fiebre puerperal! ¡Son

ustedes, los médicos, los que transmiten a las mujeres sanas, los microbios de las

enfermas!

Era Pasteur quien hablaba, levantado de su asiento, con los ojos chispeantes de

cólera.

—Tal vez tenga usted razón, pero mucho me temo que no encuentre usted jamás

ese microbio...

Y el orador intentó proseguir su discurso; pero ya Pasteur avanzaba por el pasillo

central arrastrando su pierna izquierda, semiparalizada. Tomó un trozo de tiza y gritó

al indignado orador y a la escandalizada Academia:

—¡Conque no podré encontrar el microbio!, ¿en? ¡Pues resulta que ya lo encontré!

tiene esta forma:

Y Pasteur dibujó en el pizarrón una

...

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