Populorum progressio
Enviado por enevasquez190620 • 26 de Octubre de 2014 • Síntesis • 2.586 Palabras (11 Páginas) • 441 Visitas
.- Pablo VI, en la carta encíclica Populorum progressio, subrayaba que en el mundo contemporáneo
«...el hecho más importante del que todos deben tomar conciencia es el de que la cuestión social ha tomado una dimensión mundial
» (Populorum progressio, n. 3). Configurada así la cuestión social, requería, por lo tanto, una nueva visión del desarrollo: «Para ser auténtico, debe ser integral, es decir, promover a todos los hombres y a todo el hombre» (n. 14). Pablo VI subraya la urgencia de colocar la actividad económica en el contexto más amplio del desarrollo humano auténtico e integral, especialmente si se desea la eficacia en el nuevo contexto global. «El desarrollo –dice– no se reduce al simple crecimiento económico»
En su Mensaje para la Jornada Mundial de la Paz del 1º de enero de 2000, el Papa Juan Pablo II subrayó el principio que debe guiar la reflexión de la Iglesia Católica también respecto al tema de la globalización, esto es, que la humanidad ha sido llamada por Dios a formar una única familia, «…en cuanto marcada por el pecado, el odio y la violencia» (n.2).
A propósito del tema de la paz, el Papa afirma: «... habrá paz en la medida en que toda la humanidad sepa redescubrir su originaria vocación a ser una sola familia, en la dignidad y los derechos de las personas de cualquier estado, raza, religión– sean reconocidos como anteriores y preeminentes respecto a cualquier diferencia o especificidad»
La conciencia de la unidad de la familia humana, puede conferir una orientación segura al actual contexto mundial, tan afectado por los dinamismos de la globalización: «Este proceso, que no carece de riesgos, presenta extraordinarias y prometedoras oportunidades, precisamente con vistas a hacer de la humanidad una sola familia, fundada en los valores de la justicia, la igualdad y
la solidaridad» (ibid.).
El bien común universal
La consideración de la globalización desde la perspectiva de la doctrina social de la Iglesia, no puede no detenerse en la visión del bien común, universal o global. La «Pacem in terris» enseña: «Así como no se puede juzgar el bien común de una nación sin tener en cuenta la persona humana, lo mismo debe decirse del bien común general» (n.139). El Catecismo de la Iglesia Católica sostiene la misma enseñanza:
«Las interdependencias humanas se intensifican. Se extienden poco a poco a toda la tierra. La unidad de la familia humana que agrupa a seres que poseen una misma dignidad natural, implica un bien común universal. Éste requiere una organización de la comunidad de naciones capaz de proveer a las diferentes necesidades de los hombres, tanto en los campos de la vida social, a los que pertenecen la alimentación, la salud, la educación
[...], como en no pocas situaciones particulares..., como son [...] socorrer en sus sufrimientos a los refugiados dispersos por todo el mundo o de ayudar a los emigrantes y a sus familias» (n. 1911).
Numerosas son las indicaciones de la doctrina social que ayudan a definir concretamente el bien común universal. Pertenece al bien común global el principio de la universalidad e indivisibilidad de los derechos humanos. Respecto al tema de la violación de los derechos humanos en las situaciones de extrema pobreza y exclusión, el Papa Juan Pablo
II enseña que «…la nueva arquitectura de la economía a escala mundial debe descansar en los fundamentos de la dignidad y de los derechos de la persona, sobre todo el derecho al trabajo y la protección del trabajador» (Mensaje al Congreso Mundial sobre Promoción Pastoral de los Derechos Humanos, 1 de julio de 1998, n. 4).
El bien común se comprende y se justifica a la luz del gran principio de la doctrina social de la Iglesia, es decir, el destino universal de los bienes de la creación: «Dios ha destinado la tierra y cuanto ella contiene para uso de todos los hombres y pueblos.
En consecuencia, los bienes creados deben llegar a todos en forma equitativa bajo la égida de la justicia y con la compañía de la caridad. Sean las que sean las formas de la propiedad, adaptadas a las instituciones legítimas de los pueblos según las circunstancias diversas y variables, jamás debe perderse de vista este destino universal de los bienes
» (Gaudium et spes, n.69). El derecho a la propiedad privada «es válido y necesario», pero no anula el valor de tal principio: sobre ésta, en efecto, grava una hipoteca social, es decir, se le reconoce, como cualidad intrínseca, una función social, fundada y justificada precisamente sobre el principio del destino universal de los bienes (cf. Sollicitudo rei socialis, n. 42). Esta hipoteca social ha sido extendida recientemente por el Papa también a la propiedad intelectual, al conocimiento y a la técnica:
«Existe otra forma de propiedad, concretamente en nuestro tiempo, que tiene una
importancia no inferior a la de la tierra: es la propiedad del conocimiento, de la técnica y del saber»
(Centesimus annus, 32). El Santo Padre Juan Pablo II no deja de subrayar que los derechos privados en el ámbito de la propiedad intelectual encuentran Por su propia naturaleza un límite en el carácter intrínsecamente social del conocimiento, especialmente en ciertos campos: la Iglesia “ha enseñado siempre que existe una «hipoteca social
» sobre toda propiedad privada, un concepto que también hoy hay que aplicar a la «propiedad intelectual» y al «conocimiento». No puede aplicarse solamente la ley del beneficio a lo que es esencial para la lucha contra el hambre, la enfermedad y la pobreza” (Mensaje del Santo Padre al grupo Campaña sobre la deuda Jubileo 2000, Debt Campaign, 23 de septiembre de 1999).
Esta observación se aplica de modo particular a las decisiones cruciales en materia de investigación científica en áreas de gran interés social tales como la salud, que constituye un ámbito en el que actualmente existen dramáticas desigualdades entre norte y sur, y en el que los límites de la simple globalización de los mercados son particularmente evidentes.
La Iglesia católica se encuentra en una posición única y privilegiada para afrontar la cuestión de la globalización. Es una Iglesia universal, que vive prácticamente en cada rincón de la tierra. El Papa
Juan XXIII anotaba: «La Iglesia pertenece por derecho divino a todas las naciones. Su universalidad está probada realmente por el hecho de su presencia actual en todo el mundo y por su voluntad de acoger a todos los pueblos» (Mater et magistra n.178). No es, sin embargo, el
dato estadístico de estar difundida en todo el mundo, lo que impulsa a la Iglesia a interesarse por los actuales procesos de globalización;
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